Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 16 de julio de 2006 Num: 593


Portada
Presentación
Bazar de asombros
La feria: Zapotlán en vivo
MARCO ANTONIO CAMPOS
"¡Maten a Borges!"
JOAQUÍN MAROF
Carta desde Río de Janeiro
ANDRÉS ORDÓÑEZ
Leer Madame Bovary 150 años después
ADRÍAN MEDINA LIBERTY
La cita
LEANDRO ARELLANO
Abecedario del Mundial
RICARDO BADA
Bazar
ALEYDA AGUIRRE
Lo que el viento a Juárez
Mentiras transparentes
FELIPE GARRIDO

Columnas:
A Lápiz
ENRIQUE LÓPEZ AGUILAR

Las Rayas de la Cebra
VERÓNICA MURGUIA

Mujeres Insumisas
ANGÉLICA ABELLEYRA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

Teatro
NOÉ MORALES MUÑOZ


Directorio
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LUIS TOVAR
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LA PELÍCULA SIGUE SIENDO LA MISMA

El pasado lunes 10, José Antonio Fernández, productor y conductor del programa Pantalla de Cristal de Radio Educación, me preguntó si yo pensaba que del proceso electoral en curso se podría hacer una película. Le respondí que por supuesto, que no sólo una, y que por todo lo que hemos vivido hasta el momento en que estas líneas son escritas, tendría que ser una película de horror. Hablábamos literalmente, y coincidimos en que, en términos generales, el actual cine mexicano de ficción adolece de una grave carencia por cuanto hace a abordar la realidad política.

Por desgracia, y para expresarlo metafóricamente, los hechos que están conformando el aún inconcluso proceso electoral equivalen a una película que ya habíamos visto, que se estrenó en 1988 y cuyo desarrollo seguimos padeciendo. En aquella cinta, mala y perniciosa como pocas, el principal papel de malo estuvo a cargo del inefable Matapapas, la más visible de las cabezas que culminaron su atentado histórico quemando los paquetes electorales que, como se sabe, habrían revertido la farsa que puso a Carlos Salinas en el poder, con los resultados que todos conocemos.

Doce años más tarde se estrenó otra cinta, con el pésimo contador de chistes que vivía en Los Pinos como director de escena, cuyo tramposísimo título fue El cambio. Más que hartos de setenta años presenciando la misma historia de siempre, hasta los que no estaban del todo convencidos de asistir –y de tal modo avalar- lo que se prometía como un grandioso estreno, acabaron por formarse en la fila, convencidos de que sólo así habría alguna modificación en la cartelera. A estas alturas no hay duda de que se trataba de la segunda parte, corregida y empeorada, del mismo argumento salinista. Y para acabar de fastidiar las cosas, el costo del boleto se elevó de modo criminal, comenzando por el Fobaproa, pasando por el costo de viajes, vestidos e incluso toallas y colchones, y concluyendo con los innumerables negocios nepotistas hechos al amparo del poder federal y la impunidad que algunos creen inherente a dicho poder.

Casi dos décadas después, quieren hacernos asistir a la tercera parte de una película que de suyo era demasiado larga, y cuya última secuencia sexenal ha sido algo así como un compendio potenciado de todo aquello que algunos creyeron había desaparecido para siempre de nuestra pantalla. Como si se tratara de un remake, el argumento es idéntico: se acerca la elección presidencial; se vuelca todo el poder y todo el dinero a favor del candidato oficialista –único garante de que todo seguirá igual y de que los delincuentes de toda laya enquistados en o relacionados con el poder, podrán continuar no sólo impunes sino en plena actividad-; se despliega una apabullante campaña de autolegitimación por un lado, y por otro de miedo/descalificación contra el adversario antes, durante y después de los comicios; se consuma la farsa, planeada y ejecutada tan eficientemente como sea posible; se proclama precipitadamente el triunfo; se invoca farisaicamente un apego a las leyes y a las instituciones en otros tiempos esgrimido ni más ni menos que en el papel de agraviados (recordar Chihuahua, o Guanajuato, por ejemplo); se manipula el lenguaje de manera verdaderamente obscena, se juega con fuego, se sigue descalificando a todo aquel que no piense como uno mismo; y finalmente se rehúsa a ultranza, obcecadamente, que el supuesto triunfo se compruebe, avale, certifique y quede así fuera de toda duda.

Como hace dieciocho años, el beneficiario en esta trama se niega en redondo a conseguir precisamente aquello que más le haría falta, en el supuesto caso de que sea verdad que ganó: legitimidad. Como hace dieciocho años, todos aquellos que se sienten con derecho a ser beneficiados por aquel que quieren ya ungido, balan y balan repitiendo razones que no lo son, actuando en función de aquella expresión de "lo caido, caido". Como hace dieciocho años, quiere darse carpetazo al asunto y pasar a otra cosa.

El problema para ellos no está, como seguramente piensan, en los coprotagonistas de la película, sus oponentes, sus adversarios o, para decirlo en su lenguaje peligrosamente desmedido, sus enemigos en la contienda electoral. El problema somos el público, pues ya vimos la película hace dieciocho años y no queremos volver a verla jamás.

Sin importar el color de nuestra butaca, todos debemos exigir que quien gobierne este país lo haga con la indispensable legitimidad, y la única manera de lograrlo es que se cuente voto por voto.