Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 16 de julio de 2006 Num: 593


Portada
Presentación
Bazar de asombros
La feria: Zapotlán en vivo
MARCO ANTONIO CAMPOS
"¡Maten a Borges!"
JOAQUÍN MAROF
Carta desde Río de Janeiro
ANDRÉS ORDÓÑEZ
Leer Madame Bovary 150 años después
ADRÍAN MEDINA LIBERTY
La cita
LEANDRO ARELLANO
Abecedario del Mundial
RICARDO BADA
Bazar
ALEYDA AGUIRRE
Lo que el viento a Juárez
Mentiras transparentes
FELIPE GARRIDO

Columnas:
A Lápiz
ENRIQUE LÓPEZ AGUILAR

Las Rayas de la Cebra
VERÓNICA MURGUIA

Mujeres Insumisas
ANGÉLICA ABELLEYRA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

Teatro
NOÉ MORALES MUÑOZ


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RAMÓN Y CORNELIO

La sociedad del espectáculo, se sabe, suele objetivar sus propias dichas a partir de las miserias privadas de sus figuras mediáticas, como si los efectos de nuestro infortunio se paliaran ante los de quienes, prefabricados y perfectos, encarnan en teoría todo cuanto deseamos. El dramaturgo estadunidense David Mamet ve en esta tensión perpetua entre las conquistas pírricas del día a día y los anhelos materiales amplificados por el aparato mediático, la materia esencial del drama: aquella necesidad que nos lleva a complementar nuestra medianía habitual con el correlato, intenso y trepidante, de aquello externo e inalcanzable. En suma, ordenar en una lógica de causa y efecto las historias de la otredad para tratar de descifrar la nuestra.

Este instinto de dramatización (como lo llama Mamet), desde luego, no es exclusivo de algún nicho o sector social; los habrá quienes prefieran indagar en los chimenti sobre la realeza europea, o quienes se decanten por seguir los avatares del star system autóctono. Lo que es indudable es que la fenomenología popular al respecto conlleva cierto aire de seducción que, materia de la sociología acaso, la propulsa hacia estadios de otra índole. Algo de todo esto, de nuestro interés grosero en la vida ajena y de toda la parafernalia inherente a quien, por gusto o no, se convierte en icono pop, se filtra en Ramón y Cornelio, adaptación de la novela Idos de la mente, de Luis Humberto Crosthwaite, que la compañía tijuanense Teatro del Sótano ha presentado como lectura escenificada por diversos espacios teatrales y no teatrales de Baja California a lo largo de cuatro años, y que recientemente ha llegado a las cien representaciones.

La narración, como es previsible desprender del título, vuelca en la ficción la historia de la pareja señera de la música norteña por excelencia: Ramón Ayala y Cornelio Reyna. Desde sus orígenes cantineros hasta llegar a su consagración como rockstars región cuatro, el relato de Crosthwaite se emparienta con la ferocidad irónica de Ibargüengoitia (con cuyas concomitancias se hacen explícitas en más de un rasgo, por ejemplo cuando los músicos adoptan el mote de los Relámpagos de agosto) para trazar una crónica agridulce sobre lo patético y lo fugazmente sublime, sobre el encumbramiento y la caída, sobre la mezquindad del éxito y las quimeras del poder. Registro de temas manidos, de tópicos una y mil veces convocados para la literatura, lo de Crosthwaite gana autonomía en lo que rescata para el lenguaje: la potencia del idiolecto, la coloración del diálogo (costumbrista pero elaborado, con la estilización sutil de quien ha extraído lo que quiere de la lengua cotidiana), la textura y el flujo prístino de su narración (novela corta, cuento largo), la vuelve un objeto estimulante, una invitación a la oralidad. La riqueza del lenguaje de Crosthwaite (patente desde luego en el resto de su obra) pues, perfila sus posibles connotaciones escénicas anclando en la palabra como motor fundamental.

Bien observado esto último por Hebert Axel González, Ramón y Cornelio es, y a la vez no es, una lectura en atril. Lo es no sólo porque apela a los recursos y convenciones de dicho formato, sino porque subordina el espectáculo a la narración y otorga un lugar preponderante a la palabra. Así, es posible aquilatar los hallazgos textuales del autor y de la adaptación (que recupera elementos de versiones anteriores de la novela) sin denuesto alguno de las facultades interpretativas del grupo de actores.

Porque, ya se ha dicho, Ramón y Cornelio no es una lectura en atril. No lo es porque ya ha incorporado a su maquinaria ciertos recursos de la representación, pero sobre todo porque ha conferido a su elenco las herramientas necesarias para una interpretación histriónica como la de cualquier montaje "en forma". Laura Durán, Andrés Franco, Sergio Limón, Isabel Rolón, Manuel Villaseñor y el propio Hebert Axel González juegan a jugar, a divertirse con la materia de su producto teatral, y con base en ello consiguen uniformidad y prestancia, empañada acaso por el regodeo en el gag estéril y en exhortaciones a la risa fácil. Por lo demás, cabe preguntar si un proceso de puesta en escena, con todo y el trabajo previo de tantos años, no contribuiría a refrescar el producto, despojarlo de sus lagunas y convertirlo de plano en lo que de cierto modo ya es.