Usted está aquí: jueves 13 de julio de 2006 Cultura La vagancia es una conquista superior del ser

Entrevista a ALI CHUMACERO, POETA

La vagancia es una conquista superior del ser

El libro que mas frecuento es la biblia porque lo trae todo

Ampliar la imagen Alí Chumacero, de 88 años, hace un recuento de su vida como lector Foto: Cristina Rodríguez

Poseedor de una biblioteca con 40 mil obras, pues su universo ha sido siempre literario, el contumaz lector, para quien lo hermoso del mundo es permanecer en él, dice ser de los pocos viejos que lee a los escritores jóvenes

ARTURO GARCIA HERNANDEZ

¿Habrá en este país alguien que haya leído tanto como Alí Chumacero? Se antoja difícil: tenía alrededor de 10 años cuando leyó su primer libro y desde hace 56 es lector profesional como corrector de pruebas en el Fondo de Cultura Económica (FCE), donde han pasado ante su vista los originales de varias obras imprescindibles en la literatura mexicana.

En entrevista con La Jornada, Alí Chumacero (Acaponeta, Nayarit, 1918) hace un recuento de su vida como lector. Dejamos al poeta en uso de la palabra:

La profesión de escritor no se elige a priori, no es una decisión que se tome como la de ser médico, ingeniero, abogado. Un escritor es un alumno disperso que empieza por leer algún libro que cae en sus manos.

Yo me formé leyendo lo que llamábamos ''textos de aventuras", libros sencillísimos de ladrones y bandidos, de blancos que persiguen indios y los matan; libros como Búfalo Bill o Raffles.

En Acaponeta mi padre me dio a leer una edición para niños de El Quijote. Yo tenía 10 u 11 años. Mi padre tenía toda la colección de libros verdes que hizo José Vasconcelos en la Secretaría de Educación Pública. Los tenía todos y después fueron propiedad mía. Se vendían muy baratos, naturalmente con pérdida, pero el propósito era que la gente leyera. Fue una idea excelente de Vasconcelos porque animó a algunos jóvenes a iniciarse en la aventura de escritor. He sido un lector desde entonces y lo sigo siendo todavía.

Contacto con la literatura rusa

En mi pueblo, prosigue Alí Chumacero, también leía diarios, mi papá estaba suscrito a El Universal, que llegaba con un retraso de ocho o 10 días. Entonces no había aviones ni manera de que llegara el periódico al otro día.

Los sábados se sentaba mi papá en el jardín de la casa y se ponía a leer el periódico y yo también lo leía. Estaba al tanto de muchas cosas. Por ejemplo, me leí todo de la muerte de Alvaro Obregón, que para mí fue un asunto muy interesante, muy apasionante.

En agosto de 1929 me fui a Guadalajara, donde seguí leyendo, un poco al margen de mis estudios, algunos libracos, cuadernillos, novelas de aventuras populares. Así empecé a iniciarme en el conocimiento de lo escrito, en la imaginación de los escritores.

Muy pronto empecé a tener contacto con los escritores rusos. Leí todas o muchas de las ediciones de la Colección Universal en que había una gran cantidad de escritores rusos; me parece que muchas de esas ediciones las revisó Alfonso Reyes, según decía él mismo, y ganó un poco de dinero por hacerlas.

Al margen, al lado o junto a esos libros, leí a Amado Nervo, mi paisano, un poeta muy bueno para iniciar en la literatura a los jóvenes porque hizo una poesía muy sencilla, muy emotiva; más que poesía es emoción que la entiende cualquiera. Ahora se tiende apenas a recordarlo, y se lee mucho menos, pero fue el poeta más popular de su momento.

Yo lo leí con mucho cuidado, completo, La amada inmóvil y no sé cuántos libros más. La amada inmóvil es un libro artificial que los amigos de Nervo organizaron con papeles y apuntes del poeta, después de muerto.

Tenía otro libro muy bonito, muy tierno, muy amoroso, impetuoso, apasionado. Les gustaba mucho sobre todo a los jóvenes que empezaban a amar, que empezaban a pensar que vivir solo es vivir a medias, de manera que por lo mismo una lectura, si no les da la otra mitad, por lo menos los consuela y les confirma que están en la verdad vital. La verdad literaria les dice que lo que piensan del amor es verdadero.

En Guadalajara me iba al baratillo que le llaman allá, a las librerías de viejo, y con mi domingo me compraba dos o tres libritos que me leía en la semana; libros de Enrique González Martínez, Salvador Díaz Mirón, los muy renombrados poetas mexicanos.

Allá, por 1935, 36, empecé a escribir mis primeros poemas, que eran verdaderamente horrísonos, pésimos y que felizmente después me los robaron. Alguien entró en mi casa, seguramente algún admirador mío, y se llevó la carpeta en que estaban los textos de mi primera juventud que yo guardaba en una carpeta.

Asiduo de las bibliotecas públicas

Vine a la ciudad de México en 1937 -continúa Chumacero-, con José Luis Martínez, Jorge González Durán y Leopoldo Zea. Eramos entonces unos chamacos; con ellos hice la revista Tierra Nueva. Yo tenía interés en conocer a los poetas del grupo los Contemporáneos, que en Guadalajara no había manera de conseguir. En la Biblioteca Pública no tenían nada, absolutamente nada.

Cuando llegue aquí, visitaba con un entusiasmo terrible las grandes bibliotecas. Mi padre mandaba unos pocos centavos, y viví con mucha pobreza, pero disponía de grandes bibliotecas, de manera que leí lo que se me pegó la gana.

Leí toda la novela de la Revolución, me enamoré de la prosa de Martín Luis Guzmán, leía a Mauricio Magdaleno, a Agustín Yáñez. Más tarde tuve la suerte de conectarme con varias revistas o hacerlas yo mismo, con gente de imprenta; aprendí el oficio, me gustó el oficio, me quedé en el oficio y sigo en él.

Llegué al FCE en 1950 y no hay manera de que piense en irme de ahí. Me pueden echar, pero por mi gusto no me voy. Puedo quedarme hasta el final, que espero esté lejano.

Aquí leí mucho a Xavier Villaurrutia, quien influyó mucho en mi poesía; leí a Alfonso Reyes, quien no influyó en mi prosa.

Conocí a autores franceses que me ayudaron a formarme: Rimbaud, Baudelaire, Verlaine, Saint John-Perse. Después y con mayor interés a los poetas de la Generación del 27 de España: García Lorca, Cernuda, Prado.

El libro que más frecuento es La Biblia. La leo, primero, porque es la base de nuestra cultura; segundo, porque es el libro que lo trae todo, no falta nada: los sentimientos, la ira, el odio, el amor. Es muy extraño que 99 por ciento los católicos nunca lean la biblia o que haya sacerdotes que jamás la leen; es curioso que digan que es muy aburrida. Si se le lee con cuidado se verá que no es aburrida, al contrario. Pero no soy un erudito en La Biblia, no pretendo penetrar en sus misterios, eso es otra cosa.

Conocedor de las letras mexicanas

Desde luego, sigue el poeta Alí Chumacero, conozco muy bien la literatura mexicana, desde la prehispánica que sacó a flote el padre Angel María Garibay, hasta los escritores de hoy. Soy de los pocos viejos que lee a los escritores jóvenes. Porque en cuanto un escritor empieza a envejecer se olvida de que la literatura es continua, es una línea que siempre se prolonga; se quedan en un determinado momento y pocas veces recurren a leer a las nuevas generaciones. Se olvidan de que la literatura no se acaba con ellos, la literatura sigue.

Tengo una biblioteca de 40 mil volúmenes, mi mundo ha sido siempre literario, pero no me he encerrado en la biblioteca: salgo a sentir el aire, a ver el mar la gente. Me gusta mucho la vida, lo hermoso del mundo es estar en él; desvelarme, dormir hasta tarde, estar vivo.

La vagancia es una conquista superior del ser. Lo cual no se contradice con leer un poema de Charles Baudelaire o Muerte sin fin, de José Gorostiza.

 
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