Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 2 de julio de 2006 Num: 591


Portada
Presentación
Bazar de asombros
La muerte de Dios postmoderna
ANGÉLICA M. AGUADO Y JOSÉ J. PAULÍN
entrevista con DANY-ROBERT DUFOUR
La otra campaña y la izquierda estadista en América Latina
ULRICH BRAND
Traficantes de ilusiones
LUIS HERNÁNDEZ NAVARRO
Denis de Rougemont:
100 años de pasión

ANDREAS KURZ
Cortesías y mesianismos
LUIS C.A. GUTIÉRREZ NEGRÍN
Lo que el viento a Juárez
Mentiras transparentes
FELIPE GARRIDO

Columnas:
A Lápiz
ENRIQUE LÓPEZ AGUILAR

Las Rayas de la Cebra
VERÓNICA MURGUIA

Mujeres Insumisas
ANGÉLICA ABELLEYRA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

Jornada de Poesía
JUAN DOMINGO ARGÜELLES

Teatro
NOÉ MORALES MUÑOZ


Directorio
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Traficantes de ilusiones

Luis Hernández Navarro

Si algún día los arqueólogos del futuro tienen que reconstruir nuestra vida actual utilizando solamente las series de televisión producidas en Estados Unidos, describirán nuestra época como un mundo curioso. La Tierra, dirán en su informe final, estaba poblada mayoritariamente por policías y ladrones, peleando incansablemente entre sí. En lugar de lucha de clases –deberán concluir–, el motor que hizo la historia de finales del siglo XX y principios del XXI, fue el combate de la Ley contra el Crimen.

Por supuesto, mirada desde el futuro, nuestra época será vista también como el espacio privilegiado de las celebridades. Ni Césares ni plebeyos, ni burgueses ni proletarios, ni siquiera ricos o pobres: nuestra era es la de los famosos. El conflicto social –dirá el estudio– no fue provocado por la disputa por el excedente económico entre categorías sociales, sino por la ambición desbocada de los individuos por aparecer en los medios de comunicación. Más que en clases sociales, nuestro mundo se dividió entre quienes disfrutaron de fama y quienes vivieron en el anonimato. Una línea ágata, una fotografía publicada, una entrevista radiofónica y una aparición en la pantalla chica valían más que una cuenta bancaria.

El análisis no podrá dejar de lado la enorme importancia que médicos y pacientes parecen tener en nuestros días. Tantos programas televisivos sobre hospitales, doctores y pacientes –concluirán los investigadores– sólo pueden ser un indicador de que nuestra sociedad está profundamente enferma. Y, a juzgar por el escaso número de pobres que son héroes de alguna serie, los científicos sociales supondrán que la pobreza ha sido erradicada de la faz del planeta, y que no es más que un mal recuerdo de los tiempos en los que los seres humanos no eran suficientemente emprendedores.

El estudio tampoco podrá prescindir de los nuevos héroes civiles, el equivalente de los antiguos guerreros y conquistadores: los deportistas. Ante un mundo en el que ya no parece haber nada nuevo que descubrir ni fronteras que traspasar, ellos, las estrellas deportivas, se dedican a guerrear incansablemente en batallas simbólicas contra adversarios idénticos a sí mismos.

El amor –rematarán los arqueólogos– era la pasión que se vivía en los intersticios de la lucha contra el mal, la búsqueda del reconocimiento o el combate por la salud. Algo muy parecido al apetito de poder.

Lo interesante de esta historia-ficción es que, si esos mismos especialistas en hurgar entre los restos materiales del pasado se encontraran adicionalmente con copias de los noticiarios electrónicos que vemos hoy en día, su conclusión sobre cómo es nuestra vida cotidiana sería muy similar a la percepción provocada por las series televisadas. La cobertura informativa en la televisión y los segmentos de entretenimiento se asemejan cada vez más. La información y la producción de la subjetividad caminan agarradas de la mano. Ficción y realidad se han apareado.

Es así como en los telediarios ganan cada vez más espacio las historias de violencia y delincuentes, la divulgación de los grandes acontecimientos nacionales e internacionales bajo el formato de cápsulas, el tratamiento sensacionalista de las noticias, la cobertura a la vida cotidiana de las celebridades, las noticias light, la divulgación de sus talk shows en sus segmentos informativos.

LA NUEVA HEGEMONÍA SEMÁNTICA

Una de las causas que explica esta tendencia hacia la homogeneización informativa es la creciente monopolización de los medios de comunicación. La concentración de las corporaciones mediáticas es impresionante. Tal como sucedió con la industria petrolera y la automotriz, se está creando un oligopolio global de la cultura y la recreación. Empresas que tenían un campo de acción nacional se han convertido en consorcios transnacionales. Seis grandes conglomerados, la mitad de capital originalmente estadunidense, dominan el grueso del mercado mundial.

Consorcios como aol-Time Warner, Disney-Capital Cities, Viacom-Paramount, Vivendi-Universal y Bertelsmann han adquirido dimensiones inimaginables hace unos años. Su vocación de negocios es planetaria. Controlan la prensa, la radio, la televisión, el cine, la industria editorial, las compañías discográficas, los videojuegos, espectáculos deportivos, portales de internet y todo aquello que tenga que ver con la informática, la electrónica y la telefonía. Su apetito parece no tener límite. Las empresas grandes devoran a las pequeñas al tiempo que presionan a los gobiernos para que deroguen las leyes antimonopolios que limitan su expansión.

Las noticias de la mayor parte del planeta son transmitidas por un pequeño grupo de empresas. Y en el mundo hay muy pocas grandes agencias. Reuters, Associated Press, United Press International, France Press, y, en el mundo de habla hispana, la española efe, son algunas de ellas. Quienes controlan el entretenimiento son las mismas compañías que divulgan las noticias que miramos en la televisión, escuchamos en la radio o leemos en la mayoría de periódicos. Esta concentración corporativa permite homogeneizar la información que se transmite y "hacer desaparecer" la que se juzga inconveniente. Que formen parte de esos consorcios empresas dedicadas a la producción de equipo militar y armamento, o que en sus consejos de administración participen representantes, por ejemplo, de la industria petrolera, condiciona fuertemente sus contenidos. De la misma manera, los patrocinadores pueden influir muy significativamente en lo que se comunica. Los principales anunciantes son, básicamente, las doscientas principales empresas (General Motors, Procter & Gamble, Ford Motor, Pepsico...) y están interesados en divulgar un mensaje permanente a favor del consumo.

Este proceso de monopolización no es ajeno a la estrecha relación que se ha establecido entre las empresas culturales transnacionales con base en Estados Unidos y el gobierno de ese país. Ejemplo de ello ha sido la invasión a Irak.

La aventura guerrerista mostró no sólo la supremacía militar de ese país, sino también su enorme poderío mediático y cultural. Con un despliegue informativo abrumador, la segunda guerra del Golfo fue presentada como la vanguardia de la civilización, la expresión más avanzada de su tecnología y su ideario. No en balde una de las principales mercancías de exportación del Tío Sam ha sido el sueño americano. Las imágenes y opiniones transmitidas por cnn y Fox News, los reportajes y artículos de opinión publicados por The New York Times, Los Angeles Times y Times, y los cables noticiosos despachados por las agencias Ap y Reuters, fueron la principal fuente informativa y analítica sobre la ofensiva militar. Su versión de los hechos se convirtió en "lo sucedido". Desde hace años guerra y medios son en Estados Unidos un matrimonio bien avenido. Como señaló el investigador Herbert Schiller: "Las técnicas de persuasión, manipulación y penetración cultural, ayudada por la sofisticada tecnología de las comunicaciones desarrollada por los programas espaciales militares, están siendo cada vez más importantes en el ejercicio del poder estadunidense." Para la Casa Blanca, la comunicación y las nuevas tecnologías asociadas a ellas han sido, desde la década de los cincuenta del siglo XX, asunto de Estado. En las altas esferas de la política y la economía estadunidense está claro que quien conduzca la revolución informática será quien dispondrá del poder. Los productos culturales y de entretenimiento son, además, una de las principales fuentes generadoras de divisas de ese país. Películas, programas de televisión, videos, discos compactos y casetes con el sello made in usa pueden encontrarse en todo el mundo. Su presencia, empero, rebasa la esfera exclusivamente mercantil. Con estos productos se ofrece algo más que una mercancía: se vende un estilo de vida. Su divulgación forma parte de una hegemonía semántica. El músico de rock, Frank Zappa, fallecido en 1993, acostumbraba decir que "la política es el departamento '‘Espectáculos’ de la industria". De resucitar en Venezuela, México o Argentina y ver la relación que se ha trabado entre medios de comunicación electrónicos y Estado, afirmaría que "la política es el nuevo departamento ‘Espectáculos’ de la industria... del entretenimiento". La mediocracia ha emergido en la escena política regional como un actor privilegiado que juega sus cartas a fondo de cara a las coyunturas electorales en esos países.

En algunos de los países de nuestra América, la creciente influencia de los Señores del entretenimiento en la definición de las agendas políticas rebasa, con mucho, la afirmación de Manuel Castells, en el sentido de que "los medios de comunicación se han erigido en el espacio fundamental de la política, aquel en el que se forman las opiniones y las decisiones de los ciudadanos". La teleguerra sucia se ha convertido en un fenómeno extendido a la hora de combatir a políticos progresistas, en un factor de la política real que va más allá de la formación de las opiniones ciudadanas.

Los grandes grupos multimedia poseen un poder enorme. La televisión puede llegar a tener una gran influencia en su audiencia. Las grandes cadenas disponen de una enorme autoridad a la hora de condicionar políticas públicas. La colusión entre los medios electrónicos y el stablishment político es cada vez más descarada. No se trata sólo de coincidencias puntuales, sino de rutas pactadas. Los líderes de opinión ejercen simultáneamente como líderes políticos.

En la era de la dictadura del marketing electrónico la divisa es "el que desafía a la empresa no aparece en pantalla". El pavor de muchos partidos y políticos a los monopolios televisivos y de la radio, su temor a las represalias informáticas, y la colusión entre empresarios de la industria y legisladores, ha acrecentado el capital político de quienes, se supone, eran un Cuarto Poder, encargado de ejercer control y hacer contrapeso a los otros tres, al punto de permitirle, en ciertas coyunturas, tratar de suplantar al Estado.

El mismo Frank Zappa aseguraba que su programa favorito de la televisión eran "los noticiarios, porque –decía– son lo más divertido". Probablemente tenía razón, pero desgraciadamente son también los más tristes: en ellos se resume la miseria de nuestra vida política y de las alianzas cupulares entre los dueños de la industria del entretenimiento y los Señores del poder y del dinero.

INFORMARSE

Cuando un comentarista de la televisión dominicana presentó a José Rafael Vargas, secretario general de la Federación Latinoamericana de Periodistas y amigo suyo, como "distinguido periodista", éste le respondió: "¡Más periodista serás tú!"

La anécdota dista de ser un hecho aislado. La profesión de periodista, como la de político profesional, está perdiendo aceleradamente su antiguo prestigio. De ello da cuenta la encuesta Latinobarómetro de 2003. Según sus conclusiones, la confianza en la caja negra no es muy grande: apenas el treinta y seis por ciento. Entre 2003 y 1996 ha bajado catorce puntos. En ese entonces alcanzaba un cincuenta por ciento de confianza. De acuerdo con el sondeo, la población del área prestó un treinta y ocho por ciento de atención a la televisión, contra veinticinco al radio y veinte a los periódicos.

Irónicamente, mientras que en Europa el medio informativo favorito y principal es la prensa escrita, y en África es la radio, la televisión es en América Latina la principal fuente de información política. Difícilmente tiene sustituto. La televisión es, además, la fuente de información en la que más se confía, a pesar de la desconfianza que se le tiene: cincuenta y uno por ciento. Curiosamente, la seguridad en las comunicaciones provenientes de amigos y familiares es mayor que la que se obtiene de la prensa escrita.

En Argentina, Brasil, México y Venezuela los grandes consorcios multimedios han adquirido un carácter casi monopólico. Es el caso del grupo argentino Clarín, la brasileña Rede Globo, las mexicanas Televisa y Televisión Azteca y el emporio venezolano de Cisneros. Sus magnates han conducido sus empresas de acuerdo con el modelo estadunidense comercial, dependiendo de la publicidad, con patrones de crecimiento muy centralizados y urbanos.

Así, pues, mientras en la región se reducen los espacios públicos informativos, la concentración de los medios en unas cuantas manos se incrementa. Sus dueños, a su vez, se encuentran estrechamente vinculados con el mundo de los grandes negocios nacionales y la economía global.

Entre las primeras bajas de este matrimonio perverso se encuentran los grupos subalternos: la lógica comercial de los agentes privados termina excluyendo a quienes no pueden pagar para ser noticia, salvo cuando los desastres naturales los convierten en víctimas.

Las consecuencias de este doble movimiento de ensanchamiento de los intereses privados y adelgazamiento del interés público sobre la comunicación son claras: preeminencia de un enfoque faccional en la difusión informativa, descontextualización de las notas, silenciamiento o satanización de las luchas de los sectores subalternos, invisibilización del mundo de los pobres y de los pueblos indios.

DEMOCRATIZAR LA INFORMACIÓN

A pesar de la existencia de gobiernos progresistas y de fuertes movimientos populares en la base, los medios en América Latina siguen en manos de oligopolios. Sin embargo, el establecimiento de gobiernos verdaderamente democráticos al servicio de las mayorías, así como un proceso de integración latinoamericana basado en la cooperación y no en el libre mercado requieren, entre otras, de dos condiciones complementarias: la ruptura de la hegemonía de los grandes conglomerados mediáticos y de la democratización de la información.

Ambos procesos deben de partir de dos elementos nodales: la crítica al mito de la sociedad de la comunicación y la producción de análisis y materiales informativos de calidad.

Históricamente, la izquierda latinoamericana ha tenido muchas dificultades para pensar los medios de una manera distinta a la instrumental. En el mejor de los casos, se les considera como los vehículos a través de los cuales se despliegan las tareas de agitación y propaganda sin advertir seriamente que en ellos se reproduce también la subjetividad.

En los últimos años, con el avance de las tecnologías informáticas, particularmente de internet, una parte de esa izquierda se ha adscrito al mito de la sociedad telemática como un instrumento liberador, descentralizador y democratizador, que ha reducido tanto las distancias como las fronteras sociales. Es el mito de las autopistas de la información como un moderno ágora griego.

Sin embargo, este mito, parcialmente cierto, olvida que todo depende de los controles y contenidos que se establezcan. Por lo demás, esta convicción ha sido desmentida tanto por la caída de la "nueva economía", como por la cara oculta de la luna de la sociedad de la información: la guerra electrónica, la cibercensura y la utilización de técnicas de espionaje.

La producción de análisis y materiales informativos de calidad tiene un punto de partida necesario: la forja de una cultura crítica de los medios. Y una condición indispensable: elaborar materiales de la misma calidad y de mucho mejor contenido que la de aquellos a quienes nos enfrentamos.

Este combate simultáneo contra la hegemonía de los grandes medios y por la democratización de la comunicación supone, como lo ha señalado Aram Aharoniam, afianzar la idea de la ciudadanía como un quinto poder que haga el control social de la información.

La democratización de los medios pasa necesariamente por darles la voz a los pueblos indios, a los sectores subalternos, a todos aquellos que están haciendo la historia nueva de Latinoamérica, que tienen cosas que decir, pero que no son vistos ni escuchados.

Ello implica trabajar simultáneamente en: a) el fortalecimiento de medios alternativos; b) la presión hacia los medios comerciales, y, c) la acción legislativa y las políticas públicas, especialmente en la perspectiva de reconocer el derecho a la comunicación como derecho humano básico que sustenta los demás derechos, y un aspecto estratégico de una sociedad más justa.

Existe en el continente un amplio movimiento emergente de medios independientes alternativos que han permitido expresar la imaginación ciudadana, documentar sus luchas y la represión en su contra, cuestionar el modelo económico vigente. Es independiente de los grandes consorcios mediáticos, y alternativo porque su proceso y su criterio de acción están asociados a las luchas sociales y no a la lógica de mercado. Ese movimiento busca recuperar las tradiciones y una mirada nueva de Latinoamérica. Sin embargo, en ocasiones es presa de la convicción de que lo alternativo debe ser marginal.

Desde hace años, distintos grupos de presión han cuestionado la forma en la que los medios muestran la realidad. Impugnan, por ejemplo, el que, a pesar de la globalización, la cobertura televisiva hacia los países pobres haya prácticamente desaparecido. Promueven que los usuarios realicen el control social de los medios, ya sea a través de un Observatorio de Medios o de lograr la aprobación de reglamentos que regulen la labor de aquéllos.

Finalmente, si no se modifican las condiciones y la base de funcionamiento de los medios de comunicación, los oligopolios mediáticos podrán seguir actuando impunemente. Más allá de los derechos a la información y la libertad de expresión, ya consagrados internacionalmente, se requiere de una legislación más amplia, que reconozca a la comunicación como factor fundamental en la organización democrática de la sociedad. La industria de la comunicación se resiste a las regulaciones, y bajo el argumento de la libertad de prensa sostiene que el mejor reglamento es el que no existe. Sin embargo, el impulso a leyes antimonopolio y políticas de fomento a la pluralidad informativa no coartan la libertad de expresión, sino que garantizan las condiciones para su ejercicio.

En un entorno en el que los medios sirven para hablar –o lucrar– con el poder, se requieren medios para que la sociedad hable entre sí. En una industria en el que la prensa es un negocio de empresarios o instrumento de políticos, se necesitan medios hechos y dirigidos por periodistas profesionales. En países como los nuestros, con escasez informativa de fondo, estamos obligados a forjar medios para divulgar y opinar sobre los problemas sustantivos del momento.

Quizá de esa manera, los arqueólogos del futuro podrán concluir que nuestras sociedades casi nada tenían que ver con la visión del mundo promovidas por las series estadunidenses.