Ojarasca 110  junio 2006

Sarmiento Yaqui, Sonora

Una comunidad de mujeres libres


 
 
Esperanza Molina Rojas es dirigente de la comunidad Sarmiento Yaqui, un pequeño territorio en el quelas mujeres yaqui mandan. Los antecesores de Esperanza se asentaron en los llamados barrios yaquide Hermosillo, como La Matanza y El Coloso. Fueron colonias nutridas por los temibles guerreros yo'emme (nombre que se dan a sí mismos los yaqui) que después de acompañar a Álvaro Obregón en la Revolución noregresaron al territorio tradicional del Valle Yaqui. Nieta de Diego Fabela, que dicen,cabalgó con los Dorados de Villa, Esperanza ha heredado la fuerza de los guerreros yaqui: bastan minutosde plática con ella para darse cuenta de la fuerza de su carácter y su disposición al mando.
A trece años de su fundación, Sarmiento Yaqui se ha ganado un espacio frente al gobierno estatal y dentro dela tribu yaqui tanto de México como de Estados Unidos. Esperanza Molina le contó así a Eugenio Bermejillola historia de su comunidad, en la que las mujeres están decididasa que se observen todos los usos y costumbres yaqui, salvo ese que según Esperanza reza: "la mujer no tiene valor".


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En 1994 las mujeres de la tribu yaqui decidimos tener un lugar propio donde hacer nuestras ceremonias sin pedirle permiso al gobierno. Antes las hacíamos a las afueras de Hermosillo, Sonora, pero conforme fue creciendo la ciudad nos fueron quitando nuestros lugares.

Fue largo el proceso, porque en la tribu las mujeres no tenemos valor, nada más servimos en los cantos de la iglesia. No podemos tener un puesto dentro de la tribu, por eso decidimos buscar nuestro propio territorio. Primero pedimos permiso a las autoridades de la tribu, nos lo dieron porque creían que no lo íbamos a lograr.

Tuvimos que luchar: posesionarnos del palacio de gobierno, hablar por la radio, ir a los periódicos. Tras una larga lucha de 25 mujeres, por fin en el 95 nos dieron un terreno propio. La gente nos empezó a ayudar, construimos una iglesia, una escuela. Sólo llevamos lo que teníamos puesto, un sacerdote nos dio láminas y madera, éramos mujeres divorciadas, madres solteras con hijos, ancianas y viudas que participábamos en las ceremonias. Ahora es ya un territorio propio, con su lindero bien limitado y con una sola puerta, incluso el gobierno tiene que pedir permiso antes de entrar.

Una doctora de la universidad me preguntó que si yo estaba haciendo un movimiento feminista dentro de la tribu. Le contesté que yo no era feminista, sólo pido que la gente, la tribu y el gobierno me den lo que me corresponde y mi libertad sin salirme de los usos y costumbres. No quiero ser gobernadora, sólo lo que me corresponde por derecho. Pero ya aquí dentro del territorio mandamos nosotras. Ellos podrán decir que no somos yaquis, pero tenemos el sello de que lo somos. Yo les pedí permiso para hacer el movimiento.

A raíz de nuestro movimiento en 1994, me di a la tarea de recorrer todos los pueblos yaqui y hacer un levantamiento de mujeres, un levantamiento de conciencia de lo que estaba pasando dentro de los pueblos. Y es que los hombres ya se habían metido mucho en política y había muchas divisiones dentro de la tribu. Mi estrategia fue que mientras los hombres peleaban yo estaba trabajando con las mujeres.

Hace como tres o cuatro años sí fracturaron mi forma de actuar. Yo me sentí mucho porque pensé que era un castigo. Las autoridades tradicionales yaqui sacaron un documento diciendo que el dinero que el gobierno da a los pueblos indígenas me lo quedaba. Lo mandaron a todas las instituciones. Me asombré pues pensé que me iban a chicotear.

Fui y les reclamé a las autoridades, soy la primera mujer que reclamo. Me parecía injusto. Les dije: "Si alguien presenta un documento en el que el gobierno me haya dado algún dinero, aquí estoy para que me den el castigo que merezco. Me han fracturado una parte, pero no me voy a quedar callada". Lo negaron, dijeron que no habían firmado el documento, pero todavía lo tengo. Después me enteré que era un grupo de hombres que quería destituirme dentro de la comunidad Sarmiento Yaqui, sacarnos a todas y formar el nuevo gobierno de hombres.
 
 

En la tribu de siempre hemos sido pisoteadas, pero no habíamos tenido el valor de levantarnos. Yo veía las restricciones de cómo vivían: el hecho de ser madre soltera, divorciada, dejada y más. Yo junto con dos viudas que ayudaban en la iglesia empezamos. Después se fueron juntando otras. Actualmente todas las mujeres de Sarmiento Yaqui tienen parejas, no con el papá de sus hijos, son otras personas, ya no son yaquis. Ya tenemos trece años viviendo en Sarmiento y todas estamos casadas. Vivimos en unión libre, sólo hay dos parejas legales, que ya son ancianos.

Cuando cambian de pareja, el hombre debe irse y dejarle todo a la mujer. Si el hombre le quiere hacer una casa a la mujer dentro de la comunidad, bien, pero a la hora de irse le decimos "te vas como viniste, pero le dejas a ella todo lo que le compraste". Se entra con esa condición. De esa manera se logró que las mujeres se valoraran y realizaran cosas que ellas desearan, pues las reglas las pone cada una.

Nuestro territorio está muy claro: entrando escuchas música yaqui, ya sientes como que estás en otra parte. La iglesia tiene un venado pintado en la pura entrada, lo que en ninguna iglesia yaqui. Y dice iglesia de la Santa Cruz pero en idioma yaqui. Las mujeres bordan igual que en el Yaqui, hacen artesanías. Lo que sí, no salimos a vender, sólo si llegas a la casa, pues el yaqui no pide, prefiere morirse de hambre, le da vergüenza vender sus cosas, alguien más las debe vender.

Todas las casas, menos dos, son de cartón, pero tienen su televisión y radio. Las mujeres toman video porque les he dado cursos. En la comunidad hay libertad, se hacen bailes. Antes había alcoholismo en algunas mujeres de Sarmiento, venían muy fracturadas de afuera, así que se prohibieron las cervezas en las fiestas y empezaron a hacer conciencia y aminoraron los excesos que traían de fuera. Tenemos que demostrarle a los yaquis que cambiamos.
 
 

En Sarmiento tenemos hombres viudos, solteros y dejados, los apoya la comunidad, pero ellos no se meten en la estructura. Tenemos un maestro en la iglesia, lo dejó su mujer, es sacerdote yaqui, oficia con nosotros. Y celebramos la cuaresma de forma más tradicional que incluso en el Valle Yaqui. Se debe durar cuarenta días, y no comer en la iglesia, no comer con cuchara y no bañarse. En cambio en el Valle Yaqui hacen la ceremonia pero no cumplen todo. Cuando formé la comunidad me ayudó Anselmo Valencia, un yaqui americano, que hace las ceremonias más puras. Ahora soy la capitana de la iglesia, cuando antes tenía que pedir permiso para entrar.

Siempre hay problemas con nuestra forma de organización. Por ejemplo, nosotras construimos (no el gobierno) una escuela de educación bilingüe y llegó el director de educación indígena Silverio Jaime y quería formar la sociedad de padres, pero le dijimos que no había padres ahí, sólo padrastros. Insistía en su idea, pero lo convencimos de que la estructura ahí es de las mujeres, así que con ellas se formó la mesa directiva.

Cada año en mi comunidad se reúnen mujeres yaquis, mayo, guarijío, de todos los pueblos. El año antepasado se reunieron más de trescientas. Ahí planteamos necesidades y problemas que tienen las mujeres. Invitamos a los yaquis y pápagos americanos y armamos proyectos para que ellos nos puedan ayudar en salud y en educación. Hacemos un enlace entre mujeres del otro lado.

Hace tres años se eligieron dos gobernadoras en Arizona, por primera vez en la historia. Me sentí orgullosa de que las mujeres hicieran campaña para gobernadoras y las acompañé a los territorios yaquis de este lado para que las aceptaran. En una ocasión se juntaron las dos en mi comunidad.

Toda la gente que va a Sarmiento se asombra, van a vernos, somos observadas siempre.
 
 

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