Usted está aquí: jueves 1 de junio de 2006 Opinión JAZZ

JAZZ

Antonio Malacara

Espíritu de los tres últimos días del Festival de Jazz Ciudad de México 2006

Ampliar la imagen Joshua Redman, Charnett Moffet del sexteto McCoy Tyner y la susurrante voz de Bebel Gilberto llenaron de júbilo a un público apapachador e incondicional Foto: Fernando Aceves

Ampliar la imagen Joshua Redman, Charnett Moffet del sexteto McCoy Tyner y la susurrante voz de Bebel Gilberto llenaron de júbilo a un público apapachador e incondicional Foto: Fernando Aceves

Ampliar la imagen Joshua Redman, Charnett Moffet del sexteto McCoy Tyner y la susurrante voz de Bebel Gilberto llenaron de júbilo a un público apapachador e incondicional Foto: Fernando Aceves

CON INEVITABLE ESPIRITU telegráfico, he aquí los tres últimos días del Festival de Jazz Ciudad de México 2006. Al igual que el año pasado, el Foro Lindbergh del Parque México sirvió de sede para el jazz hecho en México. Un concierto sabatino, gratuito, al aire libre, transmitido en vivo por Horizonte 108 y con un impresionante lleno que se mantuvo durante cuatro horas. El sistema de sonido no fue de lo mejor, pero los grupos participantes se las arreglaron para improvisar técnica y artísticamente.

CON EL CHURRIGUERESCO nombre de Condesa Jazz All Stars, y convocados por Eugenio Elías, se dio la efímera unión de siete estupendos músicos de esta colonia, la Condesa. A final de cuentas, Rey David Alejandre, Sergio Galván y Guillermo Perata no pudieron llegar a la cita, pero ahí estuvieron, haciendo gala de talento y oficio en los standars, Luri Molina (contrabajo), Gabriel Puentes (batería), Dan Mazor y Diego Maroto (saxos), Ilan Bar Lavi y Hugo Fernández (guitarras) y Eugenio Elías (trompeta y dirección). A medio set subió Magos Herrera a cantar dos temas.

EL SEGUNDO DE la tarde fue el cada vez más sorprendente cuarteto de Los Dorados, con material de su primer cidí y adelantos de Turbulencia, a punto de aparecer. Su aguerrido, arriesgado y etéreo cubismo parecía no encontrar acomodo entre los ruidos periféricos del parque y los vendedores de chicharrones, pero la solvencia de estos cuates se impuso al medio ambiente y la gente (chavales en 80 por ciento) respondió de maravilla. Como invitado de lujo, llegó Rayo, integrante del grupo tapatío Troker, quien, tornamesa en mano, hizo excelentes solos de scratches y electrónicos.

LA TARDE-NOCHE fue cerrada por Los Músicos de José, con un poderoso funk que, más cercano al rock que al jazz, hizo girar a todo mundo; los chavos (mil, 2 mil) bailaban y palmeaban de pie o sentados en el suelo, invadidos por el entusiasmo del septeto, por una propuesta franca, directa y sencilla que los movía y removía sin cesar, con los saxos y la trompeta estallando entre los árboles. La fiesta terminó con un reguero de sonrisas por todos lados.

EL LUNES 29 EL festival se trasladó al Auditorio Nacional, y ni la lluvia ni la incomodidad del día impidieron que el enorme teatro luciera casi lleno. Bebel Gilberto abrió el concierto con una susurrante bossa nova y una voz seca y pretendidamente acariciante que fue exageradamente ovacionada por el público (este público tan apapachante e incondicional). El percusionista era excelente, el guitarrista sólo cumplidor, pero el flautista, al momento de tomar el sax barítono, sólo logró hacer el ridículo. Por ahí quería brillar Baby, pero la inevitable referencia a Gal Costa la entristecía (por cierto que Gal se presentará en el Salón 21 el próximo 10 de junio).

QUINCE MINUTOS DESPUES apareció una catedral llamada Joshua Redman (déjenme emocionar, pues). El trío saxofonista mostró a plenitud los enormes alcances del jazz contemporáneo y le alcanzó el tiempo para trazar algunos apuntes del porvenir. Con frases cortas y absolutas que partían del bop para "perderse" en el infinito, el sax tenor iluminaba interiores y exteriores; aunque la magia aumentó de manera inusitada cuando el maestro tomó el soprano para interpretar un tema (todavía sin título) de aires palestinos, tan vibrante como reflexivo, que devino danza tribal, en la que el sax emitía dos voces simultáneas. Poco después llegó una balada y los dioses bajaron para aplaudir esta encarnación de la belleza y el futuro.

NO NOS REPONIAMOS del conjuro (y ahí seguimos) cuando apareció McCoy Tyner con su leyenda bajo el brazo. Y vaya, parecerá una blasfemia, pero la intervención de su septeto no logró quitarse de encima la sombra Redman. Evidentemente, el escenario había sido invadido por viejos y virtuosos lobos de mar, auténticos jazzmen con la facilidad de estar al frente de su propio proyecto. Dave Liebman en los saxos tenor y soprano; Donald Harrison en el tenor; Wallace Roney en la trompeta, y el magistral Steve Turre en el trombón. Atrás, el indescriptible pulso de Charnett Moffet en el contrabajo, la batería de Eric Gravat y el piano sexagenario de Tyner. El bebop clásico, impecable, fue y vino, el blues nos envolvía por momentos, todo estaba en su lugar, como dictaban los cánones... pero la arquitectura no despuntó.

LA CLAUSURA, EN primer término, corrió a cargo de Lhasa de Sela, canadiense de ascendencia mexicana, de voz arenosa y altamente expresiva, de composiciones propias y meditabundas que nada tenían que ver con el jazz, pero que nos llevaron por los deleitables rumbos de la canción plena, histriónica, profunda, melancólica. Para esta ocasión, Lhasa cantó sólo en español (un tema en francés); nos trajo a la mente los entramados melódicos de Tom Waits, los fraseos de Chavela Vargas, pero dejando siempre al frente su propia concepción del decir canciones.

DAVID SANBORN SONO igual que siempre; su sax alto lució tan inmaculado y preciso como toda la vida, con las tablas y la soltura de más de tres décadas de tocar de ladito, de ejercitarse una y otra vez en sus azucaradas rutas del soul-pop-jazz. Una parte del auditorio deliraba de placer. El agradable sonido de Sanborn, idóneo para tiendas de autoservicio, cumplía su cometido.

AL JARREAU DIO flojera, y corrimos al lado de los hijos, que estaban solos en casa.

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