Usted está aquí: martes 30 de mayo de 2006 Opinión La universidad pública como rumbo inexcusable

José Blanco

La universidad pública como rumbo inexcusable

En los años ochenta y los noventa tendió a prevalecer, en un sector de la tecnocracia neoliberal -con el dogma del achicamiento a toda costa del Estado-, la idea de que el mercado retomara la estafeta del futuro de la educación superior. Había desde luego quien no creía en tan descabellada "idea", pero ante la crisis fiscal del Estado vieron en la expansión de la educación privada de esos años una salida política a la presión social que se habría configurado sin la válvula de escape del crecimiento de la instituciones particulares.

El crecimiento de estas instituciones, en esos años, en gran medida resultaba de su característica de cátcher: las universidades públicas percibían que algunos mercados profesionales estaban saturándose, de modo que abrían un cupo limitado para las carreras llamadas "saturadas", lo cual, no contando el país con una regulación adecuada, impelía a las universidades patito a abrir sus aulas a los tan mal llamados "rechazados" de las públicas. Derecho, administración, contaduría, informática (en alguna versión light de aprendizaje de algunos programas de software), mercadotecnia (versión light), pedagogía, sicología y otras, cuyos diplomas podían adquirirse hasta en tres años. Existen, desde luego, algunas instituciones particulares serias, pero la inmensa mayoría son de muy baja calidad. Por supuesto, de muy baja calidad también pueden encontrarse en las universidades públicas. Pero las particulares, se decía, juegan "un papel social" necesario, dadas las restricciones fiscales del gobierno federal.

Lo que ocurrió con los egresados de las carreras "saturadas" fue examinado por Enrique Hernández Laos en su Panorama del mercado laboral de profesionistas en México, estudio del que me he ocupado en este espacio y del que me ocuparé nuevamente en un futuro próximo.

El camino de la "privatización" de la educación superior por la vía del crecimiento de la matrícula de las instituciones privadas, más acelerado que el de las públicas, comenzó al inicio de los ochenta, se frenó entre 1987 y 1988, para acelerarse nuevamente en 1992-193, y experimentar su más fuerte aceleramiento de 1995 a 2001. A partir de entonces la expansión particular parece haber llegado a un tope insalvable.

En los años 2004 y 2005 la participación de la educación privada tiene a disminuir como proporción del total: se ha topado con la bárbara concentración del ingreso de este país y muy seguramente con la recuperación y/o la elevación de los niveles de calidad de un número creciente -aunque aún pequeño- de instituciones públicas.

Nuestras decisiones de política en materia de educación superior requieren de un programa de largo aliento, formulado por el Estado y las actuales instituciones de educación superior (no las patito, que no sirven para nada), si se piensa en serio en un proyecto de desarrollo del país. Esto sólo puede hacerse con recursos públicos y recursos extraordinarios generados por las propias instituciones, y a través de universidades públicas de alta calidad. En su defecto, no habrá desarrollo.

El sistema de educación superior más desarrollado del mundo -y esto duele a muchos- es el de Estados Unidos. Las profundas reformas que en los últimos 20 años se han hecho a los sistemas educativos europeos han tenido caminos diversos, originales y audaces -a veces con cirugía mayor-, pero han estado inspirados en la estructura organizativa del sistema estadunidense.

Lo que ocurrió en Estados Unidos, colonia de poblamiento que no tuvo que hacerse cargo de un pasado feudal, fue la total libertad para imaginar desde el principio el carácter de las instituciones de todo tipo que requerían. En el tema que nos interesa: "No estoy menos persuadido, y usted estará de acuerdo conmigo, en la opinión de que no hay nada que merezca mayor patrocinio que la promoción de la ciencia y la literatura. El conocimiento en cada país es la base más segura de la felicidad pública". Esto fue dicho por el presidente George Washington en su primera intervención ante el Congreso, en 1787. Probablemente pueda decirse que esta expresión fue el banderazo de arranque de una historia de decisiones públicas (sí, íntegramente públicas) permanentes que explican el desarrollo impetuoso de la educación superior en ese país. Washington diría en 1790: "Buscar la mejor manera de promover este objeto deseable (el conocimiento), por medio de la canalización de recursos a seminarios de conocimiento ya establecidos en alguna institución de la universidad nacional, o por otras vías, bien vale la pena que encuentre un sitio en las deliberaciones de la legislatura".

Las decisiones públicas, ya federales, ya estatales, sobre los avances e innovaciones en la educación superior, han sido permanentes, y nunca estuvo "en manos" del mercado el destino de una actividad que explica el desarrollo científico y tecnológico de nuestros vecinos, y por ende, en buena medida, el carácter desarrollado de esa nación.

 
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