Ojarasca 109  mayo 2006

Mitin del CNI

A las puertas del Penal de Santiaguito

Nosotros sufrimos de un mal incurable conocido como esperanza.

Esperanza de liberación e independencia.

Esperanza de una vida normal, donde no seamos ni héroes ni víctimas.

Esperanza de ver a nuestros niños ir a la escuela sin riesgos.

Esperanza de que una mujer encinta dé a luz a un bebé vivo en un hospital,

y no un bebé muerto frente a un puesto de control militar.

Esperanza de que nuestros poetas vean

la belleza del color rojo en las rosas, y no en la sangre.

Gracias por ayudarnos a cargar el fardo de tal esperanza.
 

Mahmoud Darweesh


 
 

-EZL_0023Ramón Vera Herrera, Almoloya de Juárez, Edomex, 7 de mayo. Casi toda la gente del plantón de protesta por la detención de más de 200 personas en San Salvador Atenco estaba dormida. Por la angosta carretera que pasa a un lado de los ominosos muros, rejas y alambradas del Penal de Santiaguito, no circulaba nadie. 2:30 de la madrugada. Las luces y el movimiento de la caravana del Congreso Nacional Indígena (CNI) fueron despertando a algunos de los familiares y amigos de los presos. Los camiones y camionetas se estacionaron en silencio sobre el lodazal de los charcos frente a las fondas cerradas.


Al percatarse de que no era la policía que venía a retirarlos o agredirlos sino una comisión del CNI que llegaba a acompañarlos un rato y mostrarles respaldo en esa hora incierta, la gente comenzó a corear: "Ese apoyo sí se ve, ese apoyo sí se ve". De uno de los camiones, bajó veloz David Carrillo Rubén, de Santa Catarina Cuexcomatitlán, y se fue directo hacia la luz que ya se encendía en torno al sistema de sonido de los manifestantes reunidos. Su voz retumbó en los muros y fue la primera en traspasarlos diciendo: "somos del Congreso Nacional Indígena y venimos a mostrarles nuestra solidaridad por las dificultades que atraviesan. Apenas hace un rato terminamos nuestros trabajos en San Pedro Atlapulco y queremos que sepan que no están solos. Traemos la declaratoria final del CNI, y se las vamos a leer, todavía no sabemos si dentro o fuera de la prisión, pero se las vamos a leer". La gente se había despertado por completo. Unos iban ya por leña para hacer una fogata, los demás iban abriendo espacio a los 300 delegados y delegadas que llegaban en comisión a esas horas tras la decisión consensada de mostrar respaldo a una lucha que todo el CNI siente como propia. Durante los dos días de trabajos en Atlapulco, también estado de México, decenas de participantes en las mesas de reflexión habían repetido que Atenco es un espejo donde se miran todos, "porque su lucha es igual a la nuestra".

De la multitud salió un grito unánime: "Presos políticos libertad, presos políticos, libertad", que no amainó sino hasta que comenzaron a pasar al micrófono las muchas delegaciones de Michoacán, Jalisco, Colima, varias regiones de Oaxaca, Xochimilco, Milpa Alta, Guanajuato, Guerrero, Chiapas, Yucatán, Edomex, Puebla, Veracruz, Morelos y Sonora, todas ellas reiterando su apoyo a la lucha de Atenco.

La gente del plantón estaba muy conmovida. Entre los recién llegados alguien comentó: "Si querían entender pa qué venir, nomás con ver los rostros emocionados de la gente que lleva tres días con una sensación de abandono, ya tenemos la respuesta". Otra voz en la multitud dijo: "No es lo mismo gritar presos políticos, libertad, en un centro cultural que frente a las pinches rejas de una cárcel jodida".

Varias delegadas, en su turno al micrófono, comenzaron a hablarle suavemente a las compañeras presas (en quien los policías se ensañaron particularmente violándolas tumultuariamente, abusando sexualmente de ellas además de golpearlas y torturarlas física y sicológicamente). Muros de encierro de por medio, las delegadas confiaron en que su voz retumbaba hasta el último rincón de las crujías, o era repetida en el murmullo, de celda en celda: "compañeras, hermanas, madres, hijas", les dijo una, "deben conservar la calma. Sepan que entendemos lo que les pasó, pero sepan también que ustedes son limpias, su corazón y su alma alojan verdad y dulzura, como antes. Sabemos el terrible trago de horror que están pasando, pero no caigan en la desesperación o la angustia por el ultraje que sufrieron. Ustedes son el espíritu de una lucha viva, sean fuertes y sepan que las queremos y estamos con ustedes".

Don Alfredo Osuna, representante del Consejo de Ancianos de la tribu mayo-yoreme de Cohuirimpo, Sonora, sentenció en su turno: "ustedes, a los que han encerrado tras estos despreciables barandales, deben saber que la verdad nunca ha conocido la prisión porque nada puede encerrarla. El cuerpo de un pensamiento que habla con la desnuda palabra, con la verdad que brilla tan fuerte como millones de estrellas, se tiende sobre el mundo como un pañuelo que el viento deja caer sobre los oídos y corazones de la gente honesta. A fin de cuentas todos estamos prisioneros. Pero su verdad los hace libres más allá de los muros que los quieren retener. En cuanto a ustedes, mujeres dignas que han sufrido la violación por anidar palabras de libertad, les digo que aquel que ante la maravillosa espiritualidad femenina no puede sino envilecerse pretendiendo envilecer la hermosa inteligencia que tiene enfrente, no merece ser considerado cristiano y tarde o temprano caerá víctima de sus innombrables actos. Quién iba a pensar que estos pensamientos, que antes sólo se escucharon en el cuadrante de los yoremes, hoy iban a ser un grito que traspasara los barandales de esa pretendida prisión para llegar a los oídos de quienes en sus celdas sufren al vulgar gobierno que nos quiere imponer sus vicios y falsedades".

Después, el trío Cerro Azul, procedente de la Huichola, tocó algunas rancheritas serranas, unas instrumentales y algunas cantadas, y entre la gente surgió incluso el ánimo de bailar. Ante los muros de la cárcel, todos entonaron el Himno Zapatista, y pidieron más canciones.

La gente se fue yendo. De poquitos. Comenzaron a circular por esa carretera los autos en ruta a diversos quehaceres. Algunos jóvenes choferes de camionetas de verduras y taxis, se detenían un momento y le gritaban a la gente: "Sí, yo también opino que los liberen", o "ánimo, hay mucha gente con ustedes".

Los mara'akate wixaritari hicieron entonces una ofrenda al fuego, que subía en llamas altas en medio del halo de luz de la gente congregada. Sacaron sus muvieri, sus plumas de águila, y los pasaron varias veces por la lumbre para después posarlos en las cabezas de los presentes en un acto de sanación y respeto a lo sagrado. Las muchas consignas se repitieron, increpando al silencio abismal que una cárcel impone. La ofrenda de este mitin fue la humanidad de una madrugada que penetró esos muros.

Los últimos autos de la caravana del CNI se alejaron entre los acordes de Welcome to Tijuana, de Manu Chao, que desde los altavoces le partía el sueño a los custodios del pomposa y estúpidamente nombrado Centro de Readaptación Social de Santiaguito. La gente seguía escuchando en su cabeza el reclamo: "presos políticos, libertad".

Los detenidos en San Salvador Atenco son presos políticos y su ordalía abre otra página negra en la historia de nuestro país.

Los privó de su libertad el aparato del Estado después de que, al peor estilo de un ejército invasor de ocupación, los cuerpos represivos federales, estatales y municipales tomaron con la fuerza de las armas una comunidad, le dispararon a la población gases y balas vivas a mansalva (Javier Cortés, un joven de 14 años, cayó asesinado por la policía), les persiguieron allanando casa por casa, les aterrorizaron, jalonearon, patearon, golpearon, hirieron y torturaron con tal de perpetrar una venganza de ciega vileza y (según ellos) dar un castigo ejemplar y admonitorio ante la insumisión de ese poblado campesino de origen nahua que lo único que pretende es defender sus tierras y su forma de vida.


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