Usted está aquí: sábado 6 de mayo de 2006 Opinión México inseguro

Gustavo Iruegas

México inseguro

Los trastornos y desarreglos que enfrenta nuestra nación en materia de seguridad son manifiestos. La demostración de lo anterior está cotidianamente en las páginas de los periódicos, pero se puede puntualizar revisando superficialmente los elementos que conceptualmente conforman la seguridad nacional y que deben ser protegidos por el gobierno para dar seguridad a México.

Idealmente la mitad de la actividad del gobierno está dedicada a la seguridad. La segunda, promueve el desarrollo. Tanto la seguridad cuanto el desarrollo se aplican en el interior y ante el exterior.

En el interior, la política de seguridad se ocupa de salvaguardar la seguridad pública en tanto garantiza las libertades y la integridad física y patrimonial de los ciudadanos; mantener, en el orden interno, la paz social y la fortaleza del gobierno; organizar la protección civil ante las calamidades y desastres; y preservar la calidad del territorio en cuanto a la tierra, el aire, el agua y la vida misma.

En el exterior la política de seguridad debe garantizar la soberanía nacional manteniendo la integridad territorial y garantizando su inviolabilidad, al igual que, en lo referente al proyecto nacional, debe asegurar la autodeterminación y evitar la intervención extranjera en los asuntos de jurisdicción nacional. Requiere asimismo preservar la paz y guardar la seguridad internacional, y contribuir a la habitabilidad del planeta.

En los hechos, la seguridad interior enfrenta graves agresiones, amenazas, riesgos, presiones y adversidades.

En cuanto a la seguridad pública, la nación está sometida a la persistente agresión por parte del crimen organizado y a los repetidos atentados de la delincuencia común. La primera compite violenta y abiertamente por el poder con el gobierno, le socava las instituciones y erosiona la soberanía. La segunda ha superado la capacidad de respuesta del gobierno y con ello le impide cumplir con la primera de sus obligaciones que es la de dar seguridad al ciudadano.

El orden interno está amenazado porque la fortaleza del gobierno está vulnerada por la incapacidad de sus instituciones y porque la probidad de los funcionarios está frecuentemente en entredicho. La tranquilidad social está perdida y la sociedad desavenida.

La protección civil es quizá la función más exitosa de los últimos tiempos, pero aún se reduce a la respuesta ante los hechos consumados y carece de niveles adecuados en la prevención de calamidades y la precaución de desastres.

La preservación del territorio está sujeta al cambio incontrolado de la vocación y el uso de la tierra; a la insuficiencia, deficiente distribución y mala calidad del agua; a la creciente inmundicia en el aire, y a feroces ataques a la biodiversidad y los ecosistemas.

El celo con que se cuidaba la seguridad exterior ha sido mitigado por un gobierno manso y maleable, un sector obsecuente de la intelligentia nacional y una sociedad adormecida por el espejismo de un primer mundo siempre inalcanzable. Irreflexivamente se juega con proyectos que descansan en la facilitación de territorio para proyectos ajenos; se autoriza la actuación en territorio nacional de autoridades extranjeras. Para poner a modo del estadunidense nuestro cuerpo de leyes, se legisla para facultar una policía política, para facilitar la suspensión de garantías, para permitir la entrada de tropas extranjeras a territorio nacional y enviar las nuestras a juegos de guerra y a apaciguar sociedades más despiertas. Se legisla, también, para perseguir a enemigos que hoy no tenemos.

La vida de relación en la comunidad internacional está condicionada por el entorno hostil que le presenta un orden internacional regresivo en el que el derecho cuenta poco y el poder del más fuerte lo decide todo.

La paz internacional está rota, pero el quebranto se pretende hacer más grande aduciendo que alguien quiere hacer una bomba cuando el inculpador posee miles. Inútilmente se pretende ocultar que el verdadero motivo de la guerra está en el control de la energía, la posesión de la existente y la exclusiva fabricación de la futura.

Baste decir que para contrarrestar las violentas agresiones y amenazas a nuestra seguridad que realizan la delincuencia organizada y la delincuencia común es preciso tomar grandes determinaciones. Es fatalmente necesario atacar el fuego con el fuego e ineludible erradicar la mala hierba. Pero eso no basta. También hay que "sembrar la semilla del progreso" de nuestra sabiduría agrarista, que en estos tiempos no es otra cosa que el empleo, gran remedio para la mayoría de nuestros males, la delincuencia, la economía informal y el éxodo, inclusive.

Nuestra seguridad exterior requiere los instrumentos de la vieja escuela: el ejercicio de una política exterior propia, orientada a la satisfacción de los intereses nacionales primordiales, y practicada con independencia diplomática. Promover la vigencia y el progreso del derecho internacional y procurar la paz y la seguridad internacional son necesidades inexcusables de México. Mantener el activo más importante de su política exterior, el no tener enemigos, es tan necesario para la seguridad nacional como cultivar la amistad de sus vecinos.

Olvidar que la seguridad es un requisito del desarrollo sería una negligencia imperdonable.

 
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