La Jornada Semanal,   domingo 30 de abril  de 2006        núm. 582
CINEXCUSAS
Luis Tovar
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 UNA PELÍCULA DE ACTOR

Es absolutamente injusto que en los créditos de Crónicas, el segundo largometraje del ecuatoriano Sebastián Cordero (Ratas, ratones, rateros, 1999), aparezca en primer término el nombre del actor estadunidense John Leguizamo y después, como si fuese parte casi genérica del reparto, el del mexicano Damián Alcázar.

Es bien conocido el estira y afloja que, previo al lanzamiento de una cinta, suele darse en la confección de las jerarquías actorales de quienes participan en ella. En cuanto a los protagonistas, es incluso asunto de negociaciones, acuerdos, contratos, etcétera. Desde luego que para ellos, los actores, este es un asunto muy importante, pero también lo es para el productor, siempre necesitado de poner por delante algún nombre que, así sea solamente en sus cálculos, le permitirá atraer una mayor cantidad de público. Esa debe ser la causa de que en Crónicas el crédito principal se le dé a Leguizamo y no a Alcázar, aunque en este caso saber la razón de algo no conlleve anuencia con la manera de proceder de Producciones Anhelo, Cabezahueca y Tequila Gang, responsables de esta coproducción Ecuador-México hecha en 2004 y apenas estrenada comercialmente.

Podría no ser más que un mero asunto tras bambalinas, sólo injusto y enojoso para Alcázar, si no fuera porque este último, con todo y tenernos habituados a un despliegue actoral regularmente superior al de sus copartícipes, aquí tiene a bien poner en juego una capacidad histriónica sobresaliente, que, entre otros reconocimientos, le hizo obtener hace dos años una mención especial en el Festival de San Sebastián, en España. Así las cosas, y más allá de que los créditos quedaron definitivamente al revés, Crónicas no sería lo mismo si el anónimo, pequeño, desprevenido y oscuro vendedor que por accidente atropella a un niño y por eso casi lo lincha una multitud, fuese interpretado por otro actor. No sería igual si otro histrión encarnara a ese hombre como tantos, echado con su indefensión, su terror y su desesperación a la última de las cárceles, tratado ahí con una inhumanidad que pareciera consustancial a custodios y autoridades, y luego convertido en amarilla carne televisiva merced al inescrupuloso reportero (Leguizamo) tipo Primer Impacto, que hace de su "trabajo" un despliegue obsceno del acoso y el hostigamiento mediático acostumbrados por ese seudoperiodismo para descerebrados.

Toda proporción guardada, tan determinante es Alcázar para Crónicas como lo es Anthony Perkins para Psicosis o Malcolm McDowell para Naranja mecánica, por citar dos ejemplos clásicos. Claro está que la cinta de Cordero —también autor del guión-- no alcanza de ningún modo los cotos de ese par de obras maestras, como tampoco lo hacen el perfil y el volumen dado a sus personajes, eso sí, completos, bien trazados y mejor interrelacionados. Para Alcázar eso es positivo, pues le permite no quedarse en el personaje, como sí le ha ocurrido a demasiados colegas suyos, dentro y fuera de México. Y para Crónicas es igualmente positivo, pues en virtud de ese profesionalismo irreprochable la historia es mejor contada y logra transmitir ese sentimiento de impotencia y de furia frustrada que debe experimentarse cuando se es una víctima en términos absolutos: del azar, del miedo, del mercenarismo de los medios, de la propia incapacidad...

ORO QUE SE DESDORA

Al poco tiempo de haber cumplido 101 años de edad murió Miguel Zacarías, uno de los pioneros del cine sonoro en México, socio de Bustillo Oro, De Fuentes y Grovas, a quien se le debe buena parte del cine hecho en la llamada época de oro de la cinematografía nacional. El "creador de estrellas", como lo llamó Rogelio Agrasánchez Jr. en la biografía editada por la UdeG, dirigió más de media centena de filmes, desde los ya emblemáticos —Sobre las olas, 1932; El peñón de las ánimas, 1942; Necesito dinero, Ahí viene Martín Corona, 1951; Escuela de música, 1955; Juana Gallo, 1960--, hasta los capulinazos —Los astronautas, 1960; Capulina corazón de león, 1968--, e inclusive los acartonadísimos cristazos —Jesús, el niño Dios; Jesús, María y José, 1969; Jesús nuestro Señor, 1970--, así como incipientes y más bien inocentes osadías, con desnudos y toda la cosa, tipo El pecado de Adán y Eva, 1966.

Ido Zacarías, bien pocos quedan en este mundo de aquellos hacedores de un cine que, por más discursos que se le echen, no ha de volver como no sea en los canales y los horarios perdidos de Televisa, Cablevisión, Sky y demás usufructuarios que programan sin asomo alguno de criterio.