La Jornada Semanal,   domingo 23 de abril  de 2006        núm. 581

NMORALES MUÑOZ.

EL DIABLO CON TETAS

Dan ganas de ver el rostro del viejo bufón, que tanto deseó y predijo las desgracias de la oligarquía en turno, ante los desfiguros recientes de quien ha sido blanco predilecto de su pluma corrosiva. Berlusconi llamando coglioni (pendejos) a los posibles votantes de centroizquierda antes de los comicios presidenciales en el país de la bota, para luego enterarse de su derrota a manos de… la centroizquierda. Berlusconi enterándose de que la votación reñida se decide por los votos de los italianos en el extranjero, cuyo peso electoral actual se debe, en parte, a las reformas que su propio gobierno impulsó. Material y territorio para la farsa, para la metaforización rabiosa de lo inmediato. Momento para tomar partido. Tiempo de bufones, tiempo de Fo.

A poco más de ocho años de recibir el Nobel, el viejo Darío (ochenta años recién cumplidos) no se sosiega y se mantiene rebelde y pendenciero, como si lo que le tocara vivir no le ofreciera otra alternativa. Se ha peleado con los legisladores que han intentado censurar sus puestas (como en el caso de L’anómalo bicéfalo, en cuya trama Berlusconi recibe, tras un atentado, el cerebro de Vladimir Putin en trasplante, lo que lo hace hablar todo el tiempo en un ruso exaltado y amenazar vehemente a Chechenia), ha sabido vencer con retórica e ingenio a sus denostadores e, incluso, se ha postulado como candidato independiente al parlamento, contando con buenas opciones de triunfo.

Como lo que nos ha tocado vivir en estos pagos no es menos caldeado que lo que transcurre en Italia, el teatro de Fo se vuelve, si cabe, más oportuno en su inmediatez. Oportuno por contrario al didactismo y a la diatriba moral, por enfocarse en la exacerbación jocosa de los vicios, por celebrar con furia el desenfado dionisiaco. Allí su pertinencia y su importancia, su posible efecto y repercusión.

Perro Teatro, compañía que hasta hace poco usufructuara en comodato el Teatro Santa Fe del imss, recupera y reinaugura el Teatro Casa de la Paz de la unam con El diablo con tetas, de 1997, comedia en la que Fo mira al pasado para hablar del presente, corrupto y corruptor, del mundo de la justicia y lo judicial. Ubicada en una ciudad mediana del siglo xvi italiano, Fo narra las desventuras de un Juez (Damián Cordero) que, honesto e inflexible, se enfrenta al acoso del Mal, de la iglesia y del gobierno, que ven en él un obstáculo natural para sus entuertos. Por obra de uno de las transposiciones fantásticas que tanto gustan al autor, el Mal (cuyos emisarios son, sin más, un par de diablos) pretende infiltrarse en el cuerpo del Juez con la intención de vencer su ascetismo natural y conducirlo por los caminos del pecado, asegurándose mediante ello el triunfo de sus intereses. Todo se complica cuando, en vez de inocular al magistrado, los pingos se infiltran en la humanidad de Pizzoca (Paola Izquierdo), la ama de llaves, desatando el enredo y la hilaridad.

La puesta en escena de este texto, cuya traducción fina y fluida se debe a Ana Luisa Alfaro, corre a cargo de Gilberto Guerrero, cabeza de Perro Teatro y director de trayectoria dilatada, que ha dedicado buena parte de sus empeños a un teatro de corte popular, a veces con tino, otras con menos fortuna. En este caso, sin embargo, Guerrero ha dejado de lado su irregularidad y presenta una puesta que, a casi un par de años de estrenada, marcha con la precisión de una maquinaria de reloj. Sin demasiadas complicaciones de infraestructura (y con las resoluciones de la escenografía de Carolina Jiménez, en cuya sencillez se acota el espacio y se crean atmósferas sin fugas), y con una producción austera, el director ha creado una ficción escénica compacta, de devenir uniforme y fluido, que ha sabido explotar sus recursos (el manejo de máscaras, el uso de la música) y ha evitado la tentación del astracán y de la morcilla, latente en toda obra de corte político.

Joven el elenco, compuesto casi todo por egresados de la Escuela Nacional de Arte Teatral, de desempeño notable en algunos casos (Cordero, Izquierdo, Gerson Martínez, Adrián Ladrón de Guevara) y correcto en los restantes, que demuestran que la ecuación entre teatro popular y teatro de calidad no es inviable. Como lo ha pregonado, y demostrado siempre, el viejo Fo.

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