La Jornada Semanal,   domingo 23 de abril  de 2006        núm. 581
MUJERES INSUMISAS
Angélica Abelleyra


SANDRA LORENZANO: OBSESIÓN POR LA MEMORIA

Con la literatura se siente en casa, cobijada, en puerto seguro. La palabra es su morada; con ella salva la sensación de intemperie que el exilio le procuró a los dieciséis años, cuando llegó a México huyendo de la dictadura argentina. Y con la escritura, transitando con libertad entre el ensayo, la poesía y la novela junto a un ámbito de naturaleza acartonada como la academia, Sandra Lorenzano (Buenos Aires, 1960) dialoga con sus silencios y la voz de otros para explorar en una de sus obsesiones: la memoria.

Su relación con la escritura nació de su entusiasmo como lectora. Con un padre médico y filósofo de la ciencia y una madre dedicada a las artes plásticas, Sandra creció con una amplia biblioteca que animaba su gusto por el arte en general. Desde pequeña leía con ganas infinitas de que esos libros que le generaban placer y sorpresa nunca terminaran. Como eso no era posible, ella intentaba darles continuidad a través de su propia imaginación y pluma con un resultado: fracasos estrepitosos. Pese a todo, su deseo de seguir con el clima que recrea la literatura fue lo que la llevó a intentar reproducir esa atmósfera en la que se sentía protegida, en su hogar.

Arribó a nuestro país cuando en Argentina se instauró un gobierno militar y represor contra la izquierda, los movimientos populares y los sectores universitarios de donde ella procedía. Por eso, apenas llegar a tierra mexicana, respiró tal aire de libertad que alcanzó a tapar las pérdidas, al menos temporalmente. Cuando esas marcas de dolor y carencia afloraron, advirtió su necesidad de escribir para curar heridas, comprobar que siempre está extrañando algo y para construir esa comunidad imaginada que es su otra patria más allá de su naturaleza argentina, su ser mexicana y su mezcla argen-mex que le da mucha riqueza.

Doctora en letras (unam), investigadora invitada de la Universidad de California (San Diego, eu) y ahora vicerrectora de investigación y postgrado de la Universidad del Claustro de Sor Juana, siempre se interesó en la docencia. Desde chica tuvo la vocación de enseñar y lo hace a través de sus indagaciones sobre la memoria, el exilio y las múltiples vinculaciones entre el arte y el horror, la palabra contra la muerte. Recogiendo las voces de los exiliados argentinos, de los migrantes mexicanos en California, explorando sobre los casos de las mujeres asesinadas en Ciudad Juárez y, en resumen, salvando la desmemoria, ha dado a luz los libros Escrituras de sobrevivencia. Narrativa argentina y dictadura y Aproximaciones a Sor Juana, entre otros.

Dialogante con otras voces que le resuenan afines como Susan Sontag, Margo Glantz, George Steiner, Edmond Jabès, Paul Celan y Andrei Tarkovsky, Sandra acepta que la memoria es el eje en su obra y su forma de enfrentar la vida. La memoria en relación con el arte, la capacidad del arte (literatura, cine, pintura, foto) de transmitir esa memoria y las formas en cómo ésta se construye en una sociedad. Así, cuanto más personal se ha convertido su trabajo —sea en una investigación académica, una ponencia, un poema, un ensayo— más clara se ha hecho esa línea de interés contra la desmemoria. Un abordaje que encuentra un ritmo y una atmósfera que se otorga los permisos de fluir. Porque, dice, finalmente todo el trabajo real con la escritura es trabajo poético, no precisamente poesía pero sí un lenguaje que busque, que sugiera, que permita circular la respiración por el medio de las palabras, de los sonidos, que atienda a las cadencias.

Amante de la escucha, anda ese camino que ya otros han transitado; voces poéticas que la van alimentando y a las que ella se aferra para compartir, primero, el silencio y luego poblar (lo/se) de voces. Su interés por reunir la experiencia de los sobrevivientes del exilio argentino se suma a su recuperación de las historias de horror en Ciudad Juárez o las experiencias de migrantes oaxaqueños en California. Y todo muestra su compromiso ético-político, primero leal a su propia historia y a la de su país maltratado por la dictadura y también leal a su interés profundo por estas comunidades desplazadas a otros ámbitos por hambre y supervivencia en medio de extrema violencia y conflictos de pertenencia.

Argen-mex asumida y gozosa, la memoria se le impuso como obsesión. Y ella abraza el tema y lo acaricia, lo golpea, lo desmenuza y fragmenta. Le da carne a las palabras para no sentirse farsante y meterse a lo hondo de la escritura que genera por igual placeres y dolores.