Usted está aquí: lunes 17 de abril de 2006 Opinión Nueva etapa electoral

León Bendesky

Nueva etapa electoral

Las elecciones en Italia dejaron fastidiados a los ciudadanos, según consignan las reseñas de la prensa, por el alto grado de confrontación entre los candidatos, sumida en la grosería y el mal gusto y, también, por la vacuidad de los temas que se pusieron a debate. Prodi obtuvo apenas la victoria por un margen tan estrecho que aún no se sabe cómo podrá formar un gobierno y hacerlo funcionar. La derrota mínima de Berlusconi no hace sino más patente la pugna con la derecha de Forza Italia, su organización política basada en Milán.

Pero eso es allá en Italia, referencia necesaria de las tendencias de la moda, en este caso de la moda política. Y aquí, que ya pasó la Semana Santa, entretenidos que estuvimos con la historia de la recuperación del Evangelio de Judas y las discusiones que ha suscitado, tema muy propio de la temporada, volveremos a una campaña electoral salpicada, o mejor dicho, bañada en los ataques personales, las descalificaciones y la promoción del miedo.

El curso de las campañas electorales está marcado por la enorme presencia de los medios de comunicación, la radio y televisión, que participan de modo muy activo de ese carácter que adquiere la lucha política. En este sentido el caso italiano no es del todo distinto, allá el presidente del gobierno que ha perdido las elecciones controla mediante sus empresas 90 por ciento de las emisiones televisivas.

Se han instalado, así, dos condiciones. De un lado está lo poco que parecen tener que decir los candidatos presidenciales allá y acá, o incluso la dificultad que tienen para expresarlo eficazmente como parte de las campañas por la presidencia. Del otro lado, se advierte la fuerte presencia de los medios de comunicación. Aquí son un duopolio muy bien organizado que fabrica en casa las leyes que regulan la industria y luego lo imponen como parte de la democracia según su propia definición y conveniencia. Mediante sus operadores, voceros y locutores exponen de modo claro las contradicciones y las fricciones que se crean por las alianzas o las pugnas que forjan con el poder político.

Al respecto, un italiano muy lúcido, Claudio Magris, ha dicho que la derrota del totalitarismo político en mucho países "no excluye la posible victoria de un totalitarismo blando y coloidal capaz de promover -a través de mitos, ritos, consignas, representaciones y figuras simbólicas- la autoidentificación de las masas", consiguiendo que la gente crea que quiere lo que los gobernantes consideran en cada momento lo más oportuno. Y concluye Magris: "El totalitarismo no se confía ya a las fallidas ideologías fuertes, sino a las gelatinosas ideologías débiles, promovidas por el poder de las comunicaciones". La simbiosis de la disputa político electoral con el poder de los medios es muy notoria y de tal forma que el caso mexicano actualmente parece de libro de texto.

Luego del asueto y del muy apreciado tiempo disponiblede los días de Pascua, volveremos a lo que puede ser visto como la entrada de lleno a una nueva etapa de la lucha política por la Presidencia. Y es una nueva etapa porque parece evidente que aquella que cobró impulso luego del fracasado intento de desafuero del entonces jefe de Gobierno del Distrito Federal, impulsado por y desde el gobierno, y armado por el PRI y el PAN, ya se agotó.

Lo que no parece claro es que el candidato López Obrador y los operadores de su partido, junto con sus constantes nuevos allegados, actúen en consecuencia. Ahora que esa inercia se acabó, parecen estar contra las cuerdas, recibiendo ganchos y jabs de sus contrincantes, a la defensiva, como aturdidos por la sorpresa.

De esos contrincantes no es mucho lo que se puede rescatar en cuanto al contenido de sus campañas; el nivel es desolador. Esta es una pelea que puede ir apuntando a no tener un ganador, sino un perdedor. Y López Obrador -que ofrecía tener qué proponer y estar dispuesto a hacer las cosas de modo distinto- y los suyos no se ayudan mucho ellos mismos en la campaña, en su forma y en su contenido. Ahora no tendrá el mismo eco una denuncia de un complot, puesto que las cartas están sobre la mesa como en un póquer que se juega abierto y de manera pública.

A dos meses y medio de la elección, el PRD en conjunto: el viejo, el nuevo y el parchado, deberá proponerse rescatar su campaña. Nadie es indestructible, la imagen del candidato se va desgastando, el electorado está muy dividido y vuelve a funcionar el miedo impuesto al modo de la elección de Zedillo en 1994. Esa división y ese miedo tal vez no han sido valorados suficientemente por quienes dirigen la estrategia electoral, si es que existe.

Se puede dejar el terreno de las bravuconadas que cuentan las plumas de los gallos que están en la arena. Pero, más que formular lo anterior como una afirmación, es tal vez necesario hacerlo como una pregunta. Los sexenios en que transcurren los gobiernos se ven mejor cuando están por acabar, parecen entonces provocar cierto alivio, no sólo para el que se va, sino para los que se quedan. Mientras transcurren pueden ser muy largos. Este lo ha sido.

 
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