La Jornada Semanal,   domingo 9 de abril  de 2006        núm. 579
CINEXCUSAS
Luis Tovar
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 ALMA DE PROVINCIANA (I DE II)

Del 24 al 31 de marzo pasados tuvo lugar, como todos los años, el ahora sí definitivamente llamado Festival Internacional de Cine en Guadalajara. Hasta 2003 había sido la Muestra de Cine Mexicano, en 2004 se le rebautizó como Muestra de Cine Mexicano e Iberoamericano y en el pasado 2005 ya lucía el nombre de festival, pero fue hasta esta edición que la vieja Muestra ha consolidado algo más que el nombre y ha dejado definitivamente atrás el ámbito puramente nacional.

A diferencia de sí mismo en las tres anteriores celebraciones, y a diferencia también de los otros eventos que, en territorio nacional, constituyen su parangón —de manera particular el Festival de Morelia--, este vigesimoprimer Festival en Guadalajara volvió a mostrar un perfil definido, en el que muy posiblemente ha tenido que ver la incorporación de Jorge Sánchez, su nuevo director.

Ya se había hecho una costumbre —cuya reiteración distaba de ser positiva-- que antes y durante el evento flotara en el ambiente la duda acerca de si se hallaba Uno en una muestrota o en un festivalito. Si bien desde su nacimiento y hasta hace tres años el nombre indicaba sin ambages que aquello versaba en primera instancia sobre cine mexicano, el contenido daba pie a la búsqueda de aclaraciones, pues edición tras edición iba creciendo el número y la relevancia de los filmes iberoamericanos incluidos en el programa --sin contar, por supuesto, las secciones típicas de todo festival, ya fueran país invitado, retrospectivas, homenajes, etcétera. Tenía entonces que salir al quite Raúl Padilla, presidente del Patronato del Festival, para aclarar que no importaba que no estuviera claro el asunto, y que lo crucial a fin de cuentas era que ahí seguían, como de costumbre, las películas mexicanas más recientes, sumándose a las que componen la sección iberoamericana.

Con ese no pero sí aunque al revés, el Festival ha llegado a la veintena más uno, algo estragado asimismo por el quita y pon de directores, cargo que en los últimos ocho años ha recaído en las personas de Susana López Aranda —hasta 1999--, Guillermo Vaidovits —2000 y 2001--, Kenia Márquez —2002 a 2005--, y en este 2006 el ya mencionado Jorge Sánchez.

No es baladí el asunto de cómo se llama la que fue muestra, primero sólo mexicana, después también iberoamericana, y luego festival, no solamente iberoamericano sino internacional. Como se apunta al principio de estas líneas, parece definitivo que los tiempos de la muestra de cine mexicano han fenecido para dejar su sitio al festival internacional de cine. Así parece, al menos nominalmente, aunque por fortuna el Festival no ha perdido aquello que se le agradece y al mismo tiempo, de manera unánime, se le convoca a mantener: la inclusión prioritaria y, perdonando la redundancia, inclusiva del cine mexicano que año con año va produciéndose, ya sea éste escaso, bueno, regular o malo. Dicho de otro modo y tomándole la palabra al presidente del Patronato del Festival, que éste se llame como se llame, pero que no deje de ser, como hasta ahora, el principal --y a veces casi el único-- escaparate para un buen número de películas mexicanas que, de otra suerte, nadie salvo sus realizadores podría ver.

Así las cosas, la vocación del Festival de Guadalajara se antoja doble. Si bien por una parte está llamado a seguir siendo el principal soporte de exhibición para un cine —el nacional-- aún entrampado en el ariádnico periplo que posterga su presentación realmente masiva, por otra parece haber encontrado un nicho —el iberoamericano-- que le viene bien y que, por cierto, se hallaba si no del todo vacante, sí estaba carente de reivindicación.

Frente a la multiplicidad imparable de festivales cinematográficos alrededor del mundo --sin dejar de lado la sospecha más o menos fundada de que varios de ellos han surgido posiblemente más en función del negocio que pueden representar que por el ánimo constructivo de sus organizadores--; frente al surgimiento y ocaso prematuro de ciertos de esos festivales que, a nivel local, no han durado ni la víspera --con todo y la tendencia inevitable a ponerles de apellido "internacional", como si la importancia se consiguiera a punta de membretes y aunque de internacionales tengan sólo la presencia de unos cuantos filmes que pronto estarán en cartelera, porque a fin de cuentas ése era su destino natural--; y en fin, frente a festivales que son mejor dicho grandes muestras recorriendo una ciudad igual de grande, el de Guadalajara haría bien en medir sus cauces y repensar —para retomar-- el apellido "iberoamericano".

(Continuará.)