La Jornada Semanal,   domingo 9 de abril  de 2006        núm. 579

N A R R A T I V A

UNA VERSIÓN DE SÍ MISMO

PORFIRIO MIGUEL HERNÁNDEZ CABRERA

José Joaquín Blanco,
Postales trucadas,
Ediciones Cal y Arena,
México, 2005.

Escritas a partir de 1997 y publicadas en la revista Nexos y en suplementos culturales, José Joaquín Blanco (México, df, 1951) reúne en su nuevo libro un conjunto de crónicas de carácter autobiográfico. Como si de revisar su álbum de fotografías personales se tratara, en Postales trucadas Blanco hace un balance de la vida y de la obra realizada, se sumerge en la recreación de los mundos infantiles, familiares, escolares, homosexuales, periodísticos, literarios y urbanos por los que ha transitado, comprendiendo un panorama testimonial de más de cincuenta años de vivencias. El resultado es un volumen muy personal, entrañable y nostálgico en el que, al mismo tiempo, el autor hace un repaso de su visión de México, en especial de Ciudad de México y sus modificaciones urbanas y demográficas iniciadas en los años cuarenta.

Desde el título del compendio, Blanco asume conscientemente que contar la propia vida, y hacerla seductora a las y los lectores, supone pasarla por el tamiz de lo literario, de "colorear" los hechos, de la misma manera que se colorea a mano (o, ahora, en computadora) una postal en blanco y negro para que resulte más atractiva, como la postal trucada que forma la portada del libro: el autor-niño con su tía-mamá Conchita y los compadres de ésta durante un paseo por yate en Acapulco en 1960.

A pesar de su carácter original independiente, las crónicas se engarzan en un orden cronológico, relatando los momentos más relevantes en los ciclos vitales del autor, además de la exposición concienzuda de sus filias y fobias y su visión sarcástica sobre la sociedad mexicana de los primeros años del tercer milenio.

El primer conjunto de crónicas versa sobre algunos personajes familiares como su madre, su padre y su abuelo Joaquín, pero principalmente sobre el apoyo decisivo de la tía Conchita en la alimentación intelectual del Blanco colegial, pero también del Blanco universitario e incipiente escritor. Conchita es el primer personaje importante en la vida del niño pueblerino que deviene "niño aplicado" a fuerza del perfeccionismo escolar inculcado por la tía-mamá bohemia, urbana y alivianada.

En un segundo grupo de crónicas, el autor describe sus primeros éxitos literarios en concursos de secundaria y sus años de preparatoriano en San Ildefonso, rememorando la importante influencia de maestros y condiscípulos que poco a poco lo acercan y lo orientan al mundo de las letras. Son los años de los primeros cuentos, colaboraciones y publicaciones, en los que Blanco abraza la escritura y se inicia como cronista de Ciudad de México.

Más como un eje temático que como un conjunto de crónicas, Blanco aborda después la homosexualidad personal y colectiva. Relata sus primeros años de adolescente, cuando decide hacerse cura y se va a estudiar el seminario menor a un poblado de Tlaxcala, en el que descubre el impulso homoerótico al presenciar casualmente el silvestre retozo sexual de un compañero mayor que él con el factótum de los curas, un atractivo vaquero casado. Este tema es tratado más ampliamente en la crónica "Sueño de una tarde en la Zona Rosa", en la que detalla el desarrollo de ese espacio urbano como oasis de socialización y de ligue de los homosexuales capitalinos en cafés y bares a partir de los años sesenta.

Más adelante el cronista nos cuenta sus años de formación y profesionalización periodística y literaria, de enriquecimiento intelectual y de camaradería con colegas y amigos, pero también de desencanto del mundillo intelectual defeño y de desencuentro con Carlos Monsiváis durante su desempeño como colaborador en el suplemento La Cultura en México. Blanco refiere también su participación como cronista-reportero del diario unomásuno durante la campaña del Partido Socialista Unificado de México (psum) en Guerrero y Oaxaca a principios de los años ochenta. En estas crónicas se muestra con mayor claridad el proceso de aprendizaje del oficio periodístico del autor, además de que constituyen un excelente testimonio crítico sobre el periodismo y la izquierda de esos años. De manera similar, en "Entrevista trucada" el autor se autoentrevista para escribir profusamente sobre sus intereses temáticos, su obra poética y narrativa y su concepción de la literatura.

El último conjunto de crónicas son una especie de epílogo en el que Blanco discurre irónicamente sobre el sentido de la vida y de los placeres que nos inventamos para "soportar el mundo idiota", aunque en el fondo reconoce con Paul Valéry que, a pesar de todo, "hay que intentar vivir".

Así, en Postales trucadas, José Joaquín Blanco, el hombre y el escritor, acomete con éxito la tarea de hacer la crónica den la propia vida al verse a sí mismo como un personaje urbano más que crece y que cambia, que anhela y se desilusiona al ritmo de una Ciudad de México violenta e insegura, que también se transforma al compás de la modernización, de las crisis económicas y de los gobiernos "del cambio".