La Jornada Semanal,   domingo 9 de abril  de 2006        núm. 579


Juan Domingo Argüelles

LA POESÍA VIVA DE JAIME SABINES

Hace unos días, el 25 de marzo, Jaime Sabines (1926) habría cumplido ochenta años. Murió poco antes de alcanzar los setenta y tres (el 19 de marzo de 1999), pero su poesía sigue viva en el corazón de los lectores. Podemos decirlo así, con un lugar común, para recordar a un poeta que no le tuvo miedo a los lugares comunes, porque en poesía el lugar común es el sitio donde todos nos encontramos, donde nos sentimos nombrados y aun interpelados por la palabra antigua que se renueva sin dejar de ser la misma.

Marco Antonio Campos, que fue su amigo y que ha comprendido su obra, escribió lo siguiente: "Sabines es de los poetas que pertenecen no sólo a la minoría de los otros poetas, de críticos y profesores universitarios, sino a un pueblo. Sus poemas parecen estar hechos por todos y ser de todos... Pero el hecho asombroso es que Sabines ha contribuido escasísimamente a esta popularidad. Como Juan Rulfo, otro gran solitario, no hizo vida literaria y la vanidad lujosa de poetas y escritores, de valía o no, le ha sido casi o de hecho insoportable."

Autor de Horal (1950), La señal (1951), Diario semanario y poemas en prosa (1962), Yuria (1967) y Maltiempo (1972), con Tarumba (1956) y Algo sobre la muerte del Mayor Sabines (1973), este poeta nacido en Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, logró algunos de los momentos más intensos de la lírica mexicana e hispanoamericana que ni sus más conspicuos detractores podrían negar, a riesgo de caer en el ridículo, pues como escribió alguna vez Carlos Monsiváis: "Sabines es un poeta popular, pero nadie con mínima sensatez le disminuye sus méritos."

Octavio Paz, que era sensato además de gran poeta, supo advertir la singularidad del autor de Tarumba. Escribió: "Jaime Sabines es uno de los mejores poetas contemporáneos de nuestra lengua. Muy pronto, desde su primer libro, encontró su voz. Una voz inconfundible, un poco ronca y áspera, piedra rodada y verdinegra, veteada por esas líneas sinuosas y profundas que trazan en los peñascos el rayo y el temporal. Mapas pasionales, signos de los cuatro elementos, jeroglíficos de la sangre, la bilis, el semen, el sudor, las lágrimas y los otros líquidos y sustancias con que el hombre dibuja su muerte, o con los que la muerte dibuja nuestra imagen de hombres."

En su Recuento de poemas, primero, publicado en 1962, y luego en sus sucesivas ampliaciones: Nuevo recuento de poemas (1977) y Otro recuento de poemas (1991), Sabines cimentó un prestigio poético que no fue obra de las relaciones literarias sino de la lectura. Su popularidad, intolerable para algunos poetas y críticos de la pirotecnia y la gimnasia verbal, radicó todo el tiempo, y sigue radicando, en la lectura y la relectura emocionadas de esos poemas que ya son imprescindibles en la poesía mexicana. Si de un poeta se puede identificar, sin discusión, un puñado de poemas magistrales, ese poeta es Sabines. Poeta de la más profunda emoción, supo encontrar, con autenticidad, las cuerdas de la música común al corazón del hombre.

"¿De qué sirven los poetas?", se preguntó en cierta ocasión, y se respondió y nos respondió a todos: "Sirven, como en el mito de Sísifo, para subir la roca que ha de caerse, para sacar la flor de las cenizas, para arrojar del corazón del hombre el desencanto."

Al leer a Jaime Sabines quedamos iluminados. De las páginas del libro sabiniano se transmite a nuestro espíritu el calor y el fuego de la emoción y, luego de leerlo, sentimos que aquello lo hemos escrito todos y cada uno de nosotros, con lágrimas y alegría. Gracias a la poesía viva de Sabines hemos aprendido que la poesía no radica únicamente en las palabras sino también en los silencios y, sobre todo en la emoción acendrada; que la poesía está en todas partes, que habita la cotidianidad para quien sabe percibirla, y que sólo los apagados de espíritu son incapaces de atraparla y de comprender esta verdad elemental.

Es mucho, e imposible de medir, lo que le debemos a Jaime Sabines. Desde la primera lectura, su poesía nos mordió el corazón hasta hacerlo gemir de dolor o de gozo. Sabines ha sido también el punto de partida de otros poetas que, como casi todos, empezaron siendo lectores y, movidos por la intensidad sabiniana, descubrieron un día la escritura hasta quedar transfigurados por la poesía.