La Jornada Semanal,   domingo 9 de abril  de 2006        núm. 579
 

Gerardo Deniz y las armas de la escéptica
(Paritas de rara invención)

Carlos Pineda

A Juan Almela

Recorrer la poesía deniziana es realizar un corte estratigráfico en la lengua para encontrar (de súbita manera), vocablos fosilizados que al ver la luz del verso al final de la tinta, nos otorgan un secreto que sólo puede venir desde el origen mismo de la enunciación. Poesía cercana a la música de Görescky y Shnitke, en cuanto a la reelaboración del material sepultado por el olvido de la cotidianeidad, y a su cadencia que no apresura, sino que convoca a penetrar en el significado con las armas de la Escéptica. La impronta de la poesía de Deniz está, más allá de su apuesta a la ruptura radical o a la estridencia gratuita, en su capacidad de reinterpretación de los signos cotidianos, los que abordados con el oído de cornista (¿corista?) y la suspicacia del químico, revelan pliegues semánticos en cuyo interior se incuban, pacientemente, significados inauditos que sorprenden por su familiar extrañeza.

Deniz, como ya se ha dicho, es un escritor que tiene consigo todos los recursos, y también, pocas celeridades a la hora de usar la lengua del sarcasmo contra el mariano himen de la letra. Por eso este devorador de lingüísticas ajenas, en sus treinta y cinco años de oficio poético, ha construido con sigilo de asesino y necedad de maxmordón, una obra literaria sin juegos de artificio o sambenitos decorativos; poemas a los que les ha llegado el tiempo de enfrentarse consigo mismo a través de los otros, por ello, y gracias a la paciencia del demiurgo lírico que los engendró, han sido reunidos en un libro-termitero: Erdera (fce, 2005).

En euskera (vasco) hay una palabra para designar a las otras lenguas: erdera /erdara, la que, por extensión, da nombre a todo aquello que no está escrito en vasco. Qué mejor elección de nombre para un volumen de poesía en el cual sólo encontramos una discreta cita en vasco, el resto es español y una tanda de diversas lenguas convocadas ahí por gracia de la necesidad.

Erdera reúne, como un paréntesis abierto (calderón sobre los sentidos) todos los libros de poesía de Deniz, más no toda su poesía. Baste revisar su ensayística o su obra en prosa para advertir cómo aquí y allá hay estrategias discursivas que se han tomado prestadas de la poesía: sal de su discurso reflexivo, pimienta de su cuentística.

La voz personalísima del poeta, representa, junto a la del otro raro de la poesía mexicana actual (recientemente fallecido), Francisco Cervantes, un matraz de sorpresas donde el español se revitaliza de continuo. Cada uno en su esquina, con su catalejo apuntando a horizontes divergentes del océano lírico, le han apostado a la alquimia verbal del mundo, a su dimensión pura, natural, que transforman en una metalurgia maliciosa al obligar al sentido común a replantear sus valores y funcionalidad. En el caso particular de Deniz, esta apuesta, en contraste con el denso pesimismo de Cervantes, suele recurrir a una singularidad conceptual que, gozosamente, apunta hacia la ironía, cuando no al humor negro, o en definitiva, a la burla radical que socava al signo literario en sus funciones comunicativas más anquilosadas.

El poeta ha sabido recorrer todos los márgenes de la vida que la vida le ha dejado recorrer, por ello sabe bien cómo destazarla con sus propias armas al utilizar los elementos lingüísticos y retóricos más divergentes que es posible convocar en la página.

Deniz ha visitado, con cierto mirar insano, los recovecos prohibidos por el buen decir lírico, por esa razón en sus páginas habitan (sin conflicto alguno y en convivencia extramarital): un mítico Edipo al cubo que goza de las carnes de estraza y cristal de lúbrica anciana en celo; un alifrit frito, porque nadie frota lo que debe frotar; un caldo caldo de mamíferos y cosas hechas por la gracia y negligencia destructiva del pulgar oponible. Por supuesto, un autor con un humor iconoclasta tan acusado, no puede merecer (y se dice que no quiere) un corifeo de lectores que le rindan pleitesía… pero aún así, los tiene.

Preciso es mencionar, aunque a paso veloz, algo acerca de sus Letritus: justas semifusas de pronto matar/ colmillos de letra/ lanzas con curare que miran tras el hombro del mito. Estética de lo menos por lo más que está más allá de la evidente superficie del poema: en las estructuras mentales íntimas que se advierten al fondo de la forma, y que son producto de la "ocurrencia" (en el mejor sentido del término, de coger al vuelo una idea e inmediatamente cortarle las alas (paradójicamente) con la pluma, para fijarla en la página que nos invita a develar, a través de la inteligencia poética, los farallones más inaccesibles a donde el pensamiento lógico puro no sabe llegar.

Gerardo Deniz se ha destacado, desde su libro inaugural Adrede (1970), como un químico de antiguo que goza sintetizar disonancias en busca de la sintaxis enrarecida del verso, demostrándonos así, y quizá sin querer, que en lo cotidiano está lo excepcional, y en éste, la ocasión para tensar hasta el grito a la palabra. Por ello, al leer, y sobre todo al releer su obra poética, el lector se mira en algún paraje desconocido donde la palabra es material proteico que no cesa de transformarse.

En efecto, en Erdera está todo, y un poco más: poesía que se dispara como perdigón por las suaves carnes del significado violentando al significante, invitando a voces de otras latitudes a que nos digan a su manera, con su acento y su cadencia, cosas que el español no sabe decir. Pero seamos sinceros, la poesía nunca está completa, siempre se reelabora a través de la lectura, se reescribe, se reinventa, se borra a sí misma con cada época, con cada lector. Por ello, Deniz ha trazado su senda poética en un solo sentido. No hay regreso ni posibilidad de secuela; no llegará la ocasión de inaugurar el parnaso deniziano… así sea.