Usted está aquí: domingo 9 de abril de 2006 Opinión El plan perfecto

Carlos Bonfil

El plan perfecto

Ampliar la imagen Clive Owen, Spike Lee y Denzel Washington, durante el rodaje

En El plan perfecto (Inside man), thriller inspirado, con trama ingeniosa, buenos apuntes humorísticos y actuaciones vigorosas, Spike Lee consigue distanciarse de la solemnidad sermoneadora con que salpicó algunos de sus filmes sociales y del humorismo disparejo de algunas de sus comedias. Aquí queda la solvencia estilística al servicio de una trama que pretende mostrar el cómo, cuándo y por qué de un asalto bancario llevado a la perfección, sostenido siempre en la línea del absurdo (ausencia de móviles evidentes) por Dalton, el líder asaltante (Clive Owen), compitiendo en astucia con su perseguidor, el policía, pronto detective, Frazier (Denzel Washington). Juego de astucia ensayado por Washington en una cinta de acción anterior, Día de entrenamiento (Training day, Fuqua, 2001), pero cargado aquí de mayor malicia y brío actoral. La zona de Wall Street en Nueva York, a un paso del Punto Cero del 11 de septiembre, es el escenario de la desconcertante historia de un grupo de asaltantes sin propósito de lucro y los policías que rodean el banco donde permanecen aterrorizados 50 rehenes. ¿Acto terrorista, robo del siglo, fantasía delirante de un presidiario? El referente inmediato es, por supuesto, y así lo señala la propia cinta, la estupenda Tarde de perros (Dog day afternoon), de Sidney Lumet; pero de los años 70 a la fecha el género ha conocido mutaciones interesantes, y su nueva narrativa rechaza lo lineal para aventurarse en terrenos novedosos. Uno de ellos es llevar al espectador al centro de la maquinación mental del protagonista y sugerir la ilustración de sus delirios (Amnesia o El efecto mariposa), para proponer, por ejemplo, lo que Spike Lee domina de modo incontestable: saltos temporales que muestran por adelantado lo que pudiera o no ocurrir, los interrogatorios a sobrevivientes, las demandas imposibles de satisfacer y que jamás pretendieron ser satisfechas, la matanza probable o improbable, la ejecución -real o simulada- frente a la cámara y las ingeniosas técnicas para confundir víctimas y victimarios vistiéndose todos del mismo modo. Y también toda una escenografía urbana desplazándose detrás de un personaje que permanece inmóvil (recurso visual favorito del cineasta). En el juego de simulaciones, Spike Lee incluye referencias mordaces al clima de racismo, miedo urbano y desconfianza instintiva, post 9/11, frente al otro, cuando policías confunden sijs, árabes e hindúes por un solo turbante, súbitamente maligno. Así un empleado del banco, rehén de los asaltantes, hostigado luego por la policía, ya no atina a quién temer más en el país de la ley y el orden. "Siempre puedes confiar en un taxi" (conducido por algún pakistaní subempleado), le sugiere con sarcasmo un agente. Otro episodio divertido es el caos sonoro con que los asaltantes se protegen, en un idioma que nadie entiende, que pudiera contener la clave del asalto y que termina siendo un farragoso discurso del dictador albanés Enver Hoxha. La única violencia real que muestra la cinta está en un videojuego que con toda naturalidad activa un niño rehén en su cautiverio, en el cual el premio es para quien mate más rápido, mejor y con mayor ingenio.

Una vertiente narrativa, clave que explica en parte el misterio del robo, implica la corrupción irreductible de un banquero anciano (Christopher Plummer), su complicidad con una mujer de negocios sin escrúpulos (Jodie Foster) y el enigmático contenido de una caja de seguridad que ambos desean proteger del asalto. Esta historia relacionada con crímenes de guerra de seis décadas atrás y con las culpas inextinguibles, aunque perfectamente administrables, del banquero, no suena siempre verosímil y pareciera por momentos no sostener muy bien al relato en su conjunto. Sin embargo, el director consigue apoyarse en ella para lo que más le interesa: la confrontación continua de dos inteligencias (Dalton y Frazier, adversarios virtuales, en definitiva hermanados) en un relato sobre la corrupción y la paranoia social, piezas clave para entender buena parte de la realidad urbana en Estados Unidos.

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