La Jornada Semanal,   domingo 2 de abril  de 2006        núm. 578
 

Norma Ávila Jiménez

La puerta hacia las estrellas

Cada vez que escucho El Danubio azul, me remito a la excelente secuencia de Stanley Kubrick en que la nave se acopla a la base espacial giratoria, en la película 2001: una odisea del espacio. Además de disfrutar cómo las imágenes siguen el ritmo del vals, despierta el deseo de estar como turista o empleada en ese espacio cósmico, y eso no está muy lejos.

Primero cabe mencionar dos proyectos con los que se pretende disminuir costos en los despegues de las naves. Nikos Prantzos, autor de Nuestro futuro cósmico, el destino de la humanidad en el universo, alude la posibilidad de estructurar torres del tipo de la Eiffel, con materiales muy ligeros que alcanzarían los 40 mil kilómetros (casi cinco veces la altura del Everest). Asimismo, informa sobre el planteamiento del ingeniero Yuri Artsutanov de colocar un cable que llegaría hasta la órbita geoestacionaria, o sea, a 36 mil kilómetros. En ambos casos se colocarían plataformas que, por estar a esas alturas, facilitarían el lanzamiento de los vehículos. Una imagen de lo que podrían ser esas torres tipo Eiffel, la ofrece Arthur C. Clarke en 3001 odisea final, cuando al revivido astronauta Frank Poole lo llevan a la Torre Asiática, que llega a la órbita geoestacionaria y forma parte de un conjunto que incluye a otras ubicadas en África, América y en el Pacífico, unidas por un anillo.

Con o sin estas plataformas, los especialistas ya planean la instalación de una base en la Luna dentro de aproximadamente diez años, que se convertirá en el puerto del que partirán las naves hacia las entrañas cósmicas. Las partículas de viento solar y los rayos cósmicos —dañinos para el ser humano— constantemente golpean la superficie lunar, por lo que Friedrich Hortzs, ingeniero de la nasa, ha sugerido que la base se estructure dentro de las cuevas que deben haberse formado como consecuencia de flujos de lava, hace miles de millones de años. Ese planteamiento hace recordar el filme Viaje a la Luna (1902), de Georges Méliès, en el cual un grupo de astrónomos dentro de una especie de cueva lunar observa hongos gigantes y se enfrenta con selenitas que más bien parecen aborígenes de esa época. Aunque sólo es ficción, es un ejemplo de cómo las inquietudes de la humanidad siempre han quedado manifiestas en expresiones artísticas.

Nikos Prantzos asegura que la base lunar necesita ser autosuficiente, abastecida de energía a través de paneles solares y reactores nucleares miniatura. Además, tendrá plantas y animales que servirán de alimento y para crear una biosfera artificial.

El doctor Ramiro Iglesias, quien imparte la materia de cardiología espacial a los estudiantes de postgrado en el Instituto Nacional de Cardiología, asegura que el hallazgo de agua en nuestro satélite facilitaría algunas tareas en los proyectos a largo plazo, que incluyen la instalación de industrias, por ejemplo, las que se encargarían de extraer material para construir ciudades y otras bases espaciales, así como hoteles. Hay que ir ahorrando: quizá en quince años podamos ir de vacaciones al Mar de la Tranquilidad.

Otro proyecto es la construcción de ciudades espaciales entre las órbitas de la Tierra y la Luna. A inicios de los setenta, el físico estadunidense Gerard O´Neill, en su libro La frontera superior, planteó la posibilidad de construir cilindros de uno a treinta kilómetros de longitud capaces de rotar una vez por minuto sobre su propio eje. La fuerza centrífuga provocada tomaría el lugar de la gravitatoria terrestre. Propuso cuatro modelos: en el de un kilómetro de longitud podrían habitar 10 mil personas, en el de tres, 30 mil, el de diez kilómetros albergaría a 100 mil, y el de treinta y dos, hasta un millón. Algunos de estos cilindros se dedicarían a la agricultura.

Como existen demasiadas complicaciones técnicas para lograr que gire el cilindro una vez por minuto, además de que ocasiona problemas fisiológicos en el humano, un buen número de científicos se inclinan por ciudades espaciales en permanente gravedad cero, explica el doctor Iglesias, autor de La ruta hacia el hombre cósmico. Eso dará lugar a cambios físicos en los habitantes de estas ciudades: como los líquidos corporales tienden a subir, tendrán párpados hinchados, la nariz congestionada y las venas de la cara dilatadas. Desaparecerán las curvaturas de la columna, por lo que serán más altos, con tórax corto y ancho, ya que, subraya, el diafragma ascenderá. El esqueleto se descalcificará porque no hará esfuerzo, lo que llevará a la práctica de deportes diferentes a los terrestres, por ejemplo: "la ejecución de maromas como las que realizan los astronautas, o competencias para ver quién alcanza más altura después de impulsarse".

El arte no se quedará atrás. Una muestra es la propuesta del coreógrafo brasileño-estadunidense Richard Seabra para realizar danza en gravedad cero. Empezaría llevando a su grupo de bailarines a la Estación Espacial Internacional.

Marte es el otro objetivo y el envío de una tripulación idealmente sería en 2009, ya que, por la ubicación de ese planeta durante ese año, podrá arribarse en sólo seis meses. Para el establecimiento de la raza humana, el primer paso será la construcción de bases cubiertas de domos de plástico en las que se cultiven vegetales. El domo absorberá rayos ultravioleta para aumentar la temperatura y con el tiempo se irá creando una biosfera. Como en la Luna, se instalarán paneles solares, aunque también podría obtenerse agua caliente del interior de la superficie marciana para echar a andar estaciones aerotermales, puntualiza Nikos Prantzos.

Con los años, quizá se coloquen anuncios en la Tierra como el que apunta Ray Bradbury en sus Crónicas marcianas: "Hay trabajo para usted. ¡Visite Marte!" Después, tal vez se viajará a través de nuestro sistema con naves impulsadas por el viento solar, y luego, fuera del sistema solar, hacia otros planetas, con vehículos impulsados por energía nuclear o antimateria. La puerta hacia las estrellas estaría abierta.