Usted está aquí: domingo 2 de abril de 2006 Capital La Ciudadela y el agua

Angeles González Gamio

La Ciudadela y el agua

Ya hemos hablado en estas páginas del consumo de tabaco entre los aztecas, destacando su utilización ritual o como acompañante de ciertos momentos especiales y de uso reservado para las clases dirigentes.

Al poco tiempo de la conquista los españoles lo comenzaron a fumar, y ya libre de las severas restricciones mexicas, su uso se extendió entre toda la población; al llegar al viejo continente fue muy bien recibido, lo cual lo convirtió en un gran negocio, que dio lugar a que en el tercer tercio del siglo XVIII, cuando su popularidad estaba en pleno auge, la corona dispuso que se construyeran edificios especiales para la fabricación de puros y cigarros en las ciudades de México, Puebla y Orizaba.

El de la capital se le encargó al afamado ingeniero militar Miguel Constanzo, que finalmente elaboró su discípulo, Manuel Mascaró. La construcción duró casi 20 años, durante los cuales intervinieron distintos arquitectos y se efectuaron diversas modificaciones; finalmente, en 1807 lo concluyó el excelso alarife Ignacio Castera.

A raíz de la guerra de Independencia se le adaptó como ciudadela y se le rodeó de fosos profundos, con la idea de convertirla en un bastión inexpugnable. Esto la tornó en un botín muy deseable, siendo el centro de ocho distintos pronunciamientos políticos y militares entre los años de 1832 a 1871. El último golpe militar que tuvo por escenario la Ciudadela, fue el de las fuerzas antimaderistas, en 1913, que pasó a la historia como la Decena Trágica.

Ya pacificada la ciudad, el monumental, hermoso y elegante inmueble, de tezontle y cantera, en estilo neoclásico, se dedicó a distintos fines, hasta el año de 1944, cuando el gobierno del presidente Manuel Avila Camacho cedió una parte del edificio para que fuera la sede de la Biblioteca de México, que iba a dirigir José Vasconcelos, como consolación por no haberle apoyado en un ambicioso proyecto para hacer una nueva Biblioteca Nacional. Se decoró con seis magníficos bronces del escultor Germán Cueto y con un tríptico, que iba a realizar el pintor Angel Zárraga, a quien alcanzó la muerte y sólo tuvo tiempo de concluir el primero, que todavía se conserva.

En los años sesenta del pasado siglo la biblioteca tuvo una ampliación y se invitó al excelente arquitecto Abraham Zabludovsky a realizar la adecuación, aprovechando para modernizar las áreas existentes, sin afectar la soberbia construcción neoclásica. Actualmente la dirige el poeta Eduardo Lizalde y, según nos informó el gentil subdirector de Promoción Cultural y Editorial, Miguel García Ruiz, va a ser hermana de la nueva que se está construyendo en Buenavista, no va perder nada de sus acervos y va a seguir funcionando como hasta la fecha; buena noticia. El lugar es en verdad impactante, con enormes espacios: patios, pasillos, salas de lectura, de consulta, sala infantil, auditorio y áreas para exposiciones de arte.

Precisamente en estos días, en el marco del Festival de México en el Centro Histórico, se inauguró una magnífica exposición de Bob Schalkwijk, el holandés que llegó a México en los años cincuenta, se enamoró del país y se convirtió en uno de nuestros mejores fotógrafos, como lo podemos constatar deleitándonos con Paisajes de agua, que muestra imágenes de gran formato, en los que el agua cobra vida y transmite profundas emociones. Bob nos acerca a manantiales, cascadas, ríos y mares, desde Chiapas hasta la Antártida, que nos comunican un estado de cambio, un constante fluir de la realidad donde el agua transita de algo visiblemente identificable a formas abstractas; es una exposición que no se puede perder, y tiene el regalo extra de gozar con el edificio, que de verdad es impresionante.

Si le alcanza el tiempo, en otra parte de la Ciudadela está el Centro de la Imagen, sin duda la casa de la fotografía en México, que ahora muestra, entre otras, Narrativa de un retrato: el Che de Korda, alrededor de esa imagen ya mítica del Che Guevara, que le dio la vuelta al mundo... y todavía.

Muy cerca, en la calle de Lucerna 12, se encuentra El Círculo del Sureste, el ya legendario restaurante de comida yucateca, que ofrece las exquisiteces de esa cocina, sin duda de las mejores de nuestro país y del mundo, diría yo; sopa de lima, queso relleno, frijol con puerco, cochinita pibil, papadzules, panuchos, pan de cazón, salbutes, relleno negro, codzitos y de postre el inigualable maja blanco.

Para los niños hay de bebida el soldadito de chocolate, que debe andar por el medio siglo de edad, y para los papás una cerveza oscura, sea tres equis, Indio o Pacífico, pues eso sí, hay que criticar que no tienen las sabrosas cervezas yucatecas.

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