La Jornada Semanal,   domingo 26 de marzo  de 2006        núm. 577
 

Neeli Cherkovski

Tocar lo prodigioso

Hay mucho que aprender acerca de la poesía, de dónde proviene, de cómo la moldeamos en nuestro propio lenguaje, y en qué momento pensamos que vale la pena compartirla. Una de las charlas más emocionantes que tuve con Philip Lamantia, cuya conversación era infinitamente estimulante, fue sobre el génesis del arte que practicamos. Al mediar los años setenta pasábamos el tiempo juntos en su departamento o en varios cafés. Su semblante leonino, sus emocionados gestos y su trascendente pensamiento jamás fracasaban en cautivar. "La poesía proviene desde más allá de lo velado," exclamó Lamantia una tarde, inspirado por la cafeína. Continuó diciendo: "Es un recurso para comprender que aún no hemos empezado a explorar las profundidades de la imaginación." Lamantia, un importante exponente americano del surrealismo e íntimamente relacionado con la Beat Generation, vio a la poesía como una continua exploración, no meramente de la vida interior, sino también del lenguaje. Cada palabra mantenía dentro de sí la posibilidad de edificar nuevos mundos y destruir los antiguos. Todos los poemas están cargados de poderío para modificar la conciencia. Los grandes poemas conllevan el poder primario que lleva de vuelta al lector a la búsqueda del lenguaje. "Debemos presionar contra nuestras limitaciones, rendirnos ante nuestros instintos, y aprender a confiar en lo que escribimos en el papel." Aquella palabras reverberan en lo que atañe a los surrealistas franceses como André Breton, René Char y Benjamín Péret, tres figuras prominentes que Lamantia admiraba enormemente. Ya hacía tiempo que Breton había abandonado la escritura puramente lineal. La narrativa surgió como un profundo canto emergiendo de las regiones no clasificadas de la mente, libre de los preconceptos de cómo debería ser el poema. Para Lamantia y sus precursores había un claro camino hacia la libertad, uno que conducía a la poética hacia la revelación, camino nacido del sueño y la fantasía, territorio vital en evolución constante en el universo humano. Lamantia hablaba con vehemencia contra las fuerzas que cercenaban la experimentación. La poesía se transfiguraba en un medio de liberación, no sólo en la esfera creativa, sino igualmente en lo social y político.

En 1942, a la edad de quince años, asistió a la Exposición Surrealista, en el Museo de Arte de San Francisco. El encuentro lo guió a la máquina de escribir. Formalmente abandonó sus tareas escolares y enfocó su interés casi exclusivamente en la poesía. Sus afanes dieron como resultado una poesía inventiva que se publicó en dos importantes periódicos de los cuarenta, VVV y View. La obra atrajo la atención tanto en Estados Unidos como en Europa. Los poemas alucinatorios, eróticos, y plenamente gozosos, fueron el fundamento del corpus de una obra profética en tono y textura, y también perturbadoramente lírica. Poseían una cualidad mágica, especialmente al comparárseles con el verso formal de la época, muchos de ellos aparentemente ignorando las innovaciones de los maestros americanos del siglo xix como Walt Wihtman y Emily Dickinson. Lamantia veía a cada poema como un campo de experiencia en el que el lector participaba de igual manera, como si él o ella pudiesen caminar a través de un bosque, o entrar en un nuevo ambiente de cualquier índole. Enfatizó el poder espontáneo del pensamiento como si ofrendara un reino libre a lo intuitivo. Esto es lo maravilloso que el surrealismo alcanzó en poesía, en prosa y en pintura. Basta sólo pensar en las grandes series de forma y color en la obra de Rufino Tamayo, o en los alterados paisajes de Salvador Dalí, para comprender la senda por la que viajó Lamantia, una que conduce más allá de lo ordinario para expresar lo extraordinario dentro de lo ordinario. Un temprano poema, "Tocar lo prodigioso", se yergue del espíritu del joven poeta, desatado de lo tradicional:

Soy tocado por lo prodigioso
como diestros dedos de sirenas yendo por mis cabellos
que descienden siempre de mi cabeza
para cubrir mi cuerpo
salvaje fruto de locura

contemplo al camarín volar distante
sostengo la pierna de la amada
que debajo del mar llaman
BIANCA
voltea
con el encanto de un pájaro
dentro de dos labios gigantescos
me precipito en el cáliz del suicidio

es la angelical muñeca vuelta negra
es la niña de ascensores destrozados
ella es la cortina con hoyos
de la que jamás deseas librarte

es la primera mujer y el primer hombre
dejo de existir por poseerla...

El verso "salvaje fruto de locura" suscita imágenes de los mercados en los óleos de Tamayo, con su diversidad de colorido y frutos animados, deslumbrantemente reales, y transmutados por la hábil libertad del artista para introducir algo novedoso y extraordinario. Lamantia fue presuroso al señalar que el surrealismo insistía totalmente en romper con la tradición. Y que en realidad sus raíces se hallaban en las culturas chamánicas. Vio en su propia práctica un retorno a los instintos primarios, y su rendición ante los procesos intelectuales libres de restricciones y de formas literarias impuestas. Su conjunto de poemas, diferentes unos de otros, jamás sonaban distantes de la chispa de su lirismo y musicalidad de juventud.

Philip Lamantia murió el 6 de marzo de 2005, a la edad de setenta y siete años en North Beach, en San Francisco, donde vivió durante décadas. Su atestado departamento en las laderas de Telegraph Hill contenía manuscritos de toda la vida, correspondencia y libros. Él amaba la poesía que reunió y releía con frecuencia a visionarios como Arthur Rimbaud y Federico García Lorca. Lamantia simpatizaba con la noción de Rimbaud respecto a la alquimia de la palabra, y hablaba con elocuencia de Lorca por su ensayo Duende, en el que trazó la autoridad de la imaginación. Pasó tiempo leyendo la Estética, de Hegel, encontrando un alma gemela en la noción de tensión del filósofo entre lo chamánico y lo sacerdotal. Uno se precipita más en el aspecto de la intuición (lo chamánico), mientras el otro se inclina más hacia el pensamiento lógico (lo sacerdotal).

Antes de que los escritores beat arribaran a San Francisco a mediados de los cincuenta, provenientes de la Costa Este de Estados Unidos, Lamantia había publicado Poemas eróticos (1946, Bern Porter, Berkeley). Incluía "Tocar lo prodigioso" y otros poemas que abrazaban un intenso lirismo. Él fue uno de los poetas que, en 1955, leyó poesía en la Six Gallery, en el distrito de Marina, en San Francisco. Aquella tarde, Allen Ginsberg realizó la primera lectura pública de su poema que rompió lugares comunes, "Aullido", y ganó atención internacional después de que el libro fue confiscado por el Departamento de Policía de San Francisco al considerarlo obsceno. Relacionado con este hecho San Francisco vino a conocerse como centro de interés, no sólo de los poetas beat, sino de la rebelión cultural en general. Lamantia publicó en este entorno, y aunque no era un poeta beat propiamente, fue admirado por sus contemporáneos: Ginsberg, Lawrence Ferlinghetti, Philip Wallen y Michael McClure, entre otros.

Lamantia emergió como un importante preceptor para los jóvenes poetas que reconocieron el aspecto revolucionario de su obra. La revuelta que condujo reestructuró el lenguaje y puso en marcha una ruta que se distanciaba del yo. Una de las razones por las que Lamantia admiraba "Piedra de sol", de Octavio Paz, es por que el centro de atención está en un objeto ceremonial del pasado. Paz se desenmascara en el interior de la enorme piedra y, al hacerlo, abre la compuerta de su propia conciencia, una que ofrece vetas de significado accesible para que otros lo identifiquen, y porque su valor es universal, se identifican con ello. En la misma forma, Lamantia tendía a buscar el orden talismánico en el mundo que lo circundaba. Su creatividad estaba enraizada en visiones y sonidos de la experiencia cotidiana. Y aun, como en "Primero sueño", de Sor Juana Inés de la Cruz, le proporciona al mundo real un nuevo diseño, el lenguaje lo eleva en lo suprarreal, como lo hace en "Palabras que sueño":

una gema con una cabeza
una vida al borde del precipicio
cayendo como un laúd
a través del infinito espacio
las cuerdas del corazón cayeron
la sorprendente visión de un pez invisible
borracho como sobria es

la calle un sueño

Su poética es una evocación de imágenes de la profunda ensoñación del pensamiento, la arena que nos reta a mirar intensamente —a probar bajo la superficie— y para tomar racionalmente el borde del precipicio y descubrirnos diferentes y renovados.

La naturaleza apocalíptica de la poesía de Lamantia yace en una supresión de la personalidad, para ser absorbida dentro de los ritmos del mundo. Esto en un marcado contraste con Allen Ginsberg, cuyos poemas están realizados sin una narrativa lineal y son más reflexivos en la fascinación propia. Esto no significa que Lamantia no invoque el yo. Él podía discernir a la mitad de sus poemas, abrirse camino a través de ellos, apoyarse en la textura del lenguaje, probar los estados de trance, que lo impulsaban a él y a sus lectores lejos de lo prosaico. En esto es más que una figura sombría o fantasma iluminado, más que un bien definido individuo anclado en lo concreto y lo real. Esta cualidad sombría establece al poeta en las intemporales melodías del acto creativo, y lo arroja de vuelta a la preinstrucción. En "U.S.S: San Francisco" escribe:

La hermosa Lul en una bruma de pavo reales
La hermosa Lul con cisnes en el rostro
La hermosa Lul convertida en estatua flotando en el lago
La hermosa Lul que tomó mis venas y las ató al montículo

La hermosa Lul una exhalación
sus pechos exhalación
sus dedos exhalación
Los bellísimos labios de la fantasmal Lul de la bella Lul

Es un lenguaje extasiado, que se afana por remodelar la conciencia dentro de lo inusual. El canto como gestos repetitivos que incorporan un aire del mundo hablado, el poema impreso se eleva por encima de la página.

Cierto número de poemas refleja las travesías de Lamantia por México, donde su encuentro con el arte tradicional huichol y la escultura precolombina mostraron su importancia en sus exploraciones poéticas. En "La rueda" entreteje a Tenochtitlán en una estructura mundial, que se expande en el pasado, y más allá de lo "real."

Vine con banquetes de amantes a las ruinas de Tenochtitlán
bañada en el Helesponto de antiguo misterio
desembarqué en las bahías de Mu Atlántida Babilonia
hechas a prisa por remansos del mundo subterráneo y
ascendí alto dentro del firmamento...

El poeta camina en el tiempo mítico para encontrarse a sí mismo en un presente expansivo, comunicado con la energía de un sueño colectivo en el que Tenochtitlán es un signo. Philip Lamantia era un tesoro viviente, un erudito. Innúmeras lecciones arcanas provienen de sus labios. El estudio de la alquimia, la cábala, la egiptología y la espiritualidad lo despojaron de un dogma impuesto que lo cautivaba. Al igual que su mentor, el poeta Kenneth Rexroth, era un experto desprovisto de título, capaz de ingerir el pasado mientras saltaba hacia el futuro. En los setenta y a principios de los ochenta pasaba el tiempo en los cafés de North Beach, rara vez sin una pila de libros a la mano, ya fuera que los había comprado o los llevara de su propia biblioteca. Daba espontáneas conferencias relativas a los escritos de León Trotsky o el arte de Leonora Carrington. Los temas que elegía cobraban vida ante una humeante taza de café, aun cuando el ruido de otras voces rebotaba en las paredes. "Pájaro hermético", otro poema de su juventud, continúa resonando con autoridad surrealista. Lo leí el día en que llegaron las noticias del fallecimiento de Philip. Estos versos, en especial, mantienen la llama de la liberación poética:

Este cielo debe ser abierto
este saqueado cuerpo debe ser amado
esta linterna debe ser atada
alrededor de los colmillos de tu corazón...