La Jornada Semanal,   domingo 26 de marzo  de 2006        núm. 577
A LÁPIZ
Enrique López Aguilar
a [email protected]

Y LAS COMPUTADORAS NOS CORREGIRÁN LA PLANA

Las predicciones de quienes saben acerca de la evolución del lenguaje cibernético y del perfeccionamiento de las computadoras y la robótica, no dejan lugar a dudas: en el lapso entre 2006 y 3006 va a comenzar a ocurrir que la computadora trabajará junto con uno, en tan amable conversación e intercambio que hará las funciones de ángel de la guarda, secretaria mecánica, mascota inteligente y amigo con microchips, desplazando la abominable relación directa con los seres humanos. La tecnología avanza de manera ostentosa, ante lo cual los legos y quienes sólo nos detentamos como usuarios cibernéticos no podemos sino lanzar exclamaciones de asombro, recordando con una sonrisa compasiva las declaraciones del mundo "civilizado" no bien se pasó del siglo xix al xx: "al ser humano ya no le queda nada por inventar ni descubrir; ahora, sólo debe disfrutar el hecho de haber llegado a la cúspide de todas las invenciones".

Mientras llega ese imaginado pero no alcanzado futuro, comienzo a escribir esta página y, no bien termino de inscribir mi nombre (cuyos caracteres aparecen en la página de cristal líquido frente a mis ojos, lo cual antes ocurría físicamente sobre el papel, cuando usaba una máquina de escribir), aparece una sinuosa línea verde bajo mi segundo apellido, Aguilar, indicándome admonitoriamente: "verbo no encontrado en el diccionario". Al principio, yo mismo no entiendo el mensaje, hasta que caigo en la cuenta: la desinencia -ar le sugiere al programa que está frente a un infinitivo no detectado como verbo en su memoria (iba a escribir "diccionario", pero la idea de un libro tan venerable me pareció profanatoria para el equipo cibernético, desdeñoso de tales voluminosidades mamotréticas… pensándolo bien, en este momento me parece profanatorio para la memoria humana confundir un apellido cuya desinencia es -ar, -er, -ir con los infinitivos verbales, pues Cortázar, Ferrater, Vichir son indicados como verbos desconocidos para la computadora, así que prefiero hablar despectivamente de la "documentación con que se alimenta el programa" que me resigno a emplear).

La modernidad cibernética incluye programas de corrección ortográfica y gramatical para que los usuarios no cometan errores de esa índole, pero la página se llena de gusanillos verdes y rojos (estos últimos sólo señalan errores ortográficos), a pesar de que me considero competente en estas lides. Al buscar ayuda, descubro que, frente al plural Ariadnas, la alternativa ofrecida por la computadora es ‘arriadlas’; para lides, las inverosímiles ‘libes’ y ‘ludes’; para los adjetivos profanatorio y agradecible, los idiotismos ‘profana torio’ y ‘agrá decible’. Me dan ganas de enviar todo el auxiliar ortográfico al capítulo 69 de Rayuela y me pregunto qué hará quien no conozca la opción a elegir para mejorar su texto, y no es un aliciente el hecho de constatar que los irresponsables alimentadores del corrector cibernético sean hablantes del español de España, pues se trata de usuarios muy ignorantes de latinismos, americanismos y cultismos.

Si todo quedara en la irrupción de gusanos verdes y rojos en la página de cristal líquido, nada de lo comentado sería sino un problema visual (algo que ni siquiera se nota en el texto impreso), salvo para quienes deben elegir entre alternativas ortográficas cuya solución ignoran a la hora de hacer un reemplazo. El quid estriba en la siguiente invasión a la privacidad, atentatoria contra la idea de que se ha escrito un texto con pocos errores: la corrección automática que hace la computadora cuando ésta cree detectar "dedazos" del autor (la perífrasis cree detectar no es sino un exceso estilístico, pues no imagino a mi laptop como un objeto con creencias, pero sí con perversidades). Este asunto, surgido de una previsión bondadosa, ha terminado por convertirse en una pesadilla kafkiana: cuando no se pone mayúscula en palabra inicial de párrafo, o cuando se invierte el orden de grafías en palabras comunes, es agradecible que el equipo corrija automáticamente (aunque e. e. cummings maldeciría tal invención), pero cuando uno desea escribir acerca de Sartre y ha avanzado páginas y páginas acerca del autor, descubre, en la revisión final, que ha completado un curioso trabajo acerca de un sastre… y así van las demás cosas. Cuando kafkiano se reemplaza kafkianamente por kafkaiano, recuerdo 2001, odisea del espacio y miro con desconfianza mi laptop; durante la noche, tengo la certeza de que conspira con otros aparatos electrónicos.