Usted está aquí: miércoles 22 de marzo de 2006 Opinión De Vietnam a Guantánamo

Arnoldo Kraus

De Vietnam a Guantánamo

Con frecuencia el ejercicio paga dividendos. La mayoría de las personas asiduas al deporte, sobre todo quienes lo realizan con frecuencia y desde edades tempranas, suelen ser sanos, longevos y con menos enfermedades. A diferencia del ejercicio físico, el intelectual no siempre es tan redituable: incontables acciones escapan a "la lógica" por mucho que se lea y se reflexione. Buen ejemplo de ese atentado contra la razón puede leerse en las casi cuatro décadas que separan las acciones de los desertores de la guerra de Vietnam y las de los soldados-torturadores estadunidenses de Guantánamo y de Abu Ghraib.

Me asombra la siguiente declaración: "Mi trabajo es capturar desertores. Y es lo que hago". Quien habla es el oficial de Marina James Averhart, encargado del extraño Centro de Recolección de Datos de Ausentes, que, como se entiende, no habla de soldados estadunidenses desaparecidos durante las guerras, sino de militares acusados de deserción. El hambre de Averhart y la filosofía de su Centro son insaciables: no existe la posibilidad de "perdonar" a los desertores, a pesar del tiempo acumulado desde que finalizó la guerra de Vietnam. Sus palabras son claras: perseguirá a todos los prófugos para llevarlos ante los tribunales militares. Vale la pena ejemplificar la situación con una historia.

En 1968 Allen Abney tenía 18 años. En ese año se alistó con los marines, pero poco tiempo después cambió de parecer, ya que no encontraba ninguna justificación para pelear en Vietnam. Junto con otros soldados -se dice que miles- cruzó la frontera hacia Canadá y se convirtió en prófugo. Hace unos días, 38 años después de que desertara de la guerra de Vietnam, Abney fue detenido junto con su mujer por agentes de inmigración cuando pasaba de Canadá a Estados Unidos. Por lo pronto se encuentra bajo custodia en Idaho, donde aguarda un juicio bajo la ley militar.

Su caso, al igual que el de los otros que ha cazado el oficial Averhart, muestra el peso y la obsesión de las autoridades estadunidenses por aplicar la justicia con todo rigor, así como para alertar a los posibles desertores que se oponen a la guerra de Irak. Justicia es palabra divina en el lenguaje de Bush y lugar común de la moral estadunidense y de quienes profesan los credos políticos (y religiosos) de su presidente. Justicia debería ser también lenguaje común en oficinas similares a la de Averhart, sobre todo en tiempos de Guantánamo y de Abu Ghraib. Imposible soslayar las "otras caras" del ejército de Estados Unidos.

Aunque nadie se ha abocado a medir con el rigor de las estadísticas lo que piensa la opinión pública mundial acerca de la política estadunidense contemporánea, es muy probable que nunca había sido tan mal calificada. Es desolador que Bush siga haciendo lo que hace, pero peores son los dobles raseros con los que la sociedad y la justicia gringa calibran incontables acciones. El caso de los desertores y la realidad de las penitenciarías estadunidenses son buen ejemplo de esas dobles morales. Mientras los soldados encargados de las prisiones tienen credenciales para lastimar, humillar y deshonrar sin que nada les suceda -casi nadie ha sido castigado-, a los desertores se les persigue y se les condena. Pocas cosas dañan tanto el honor de una nación ante el mundo y la moral de un pueblo frente a sí mismos como el hecho de juzgar problemas similares con manuales diferentes.

Al código moral de Averhart y a su furiosa contumacia habría que contraponer las experiencias y las vejaciones de los reos de Guantánamo y de Abu Ghraib. Es incomprensible unir bajo una misma lectura el ideario y los costos del Centro de Recolección de Datos de Ausentes en este 2006 con la política de las guerras y con las humillaciones carcelarias que profesan como parte de sus enseñanzas los soldados de Bush.

La cultura que venera Bush es cada vez más detestable. A tres años de la invasión a Irak son más los problemas que los frutos. No hay duda de que los desertores tienen buenas razones para serlo. Tampoco hay duda de que los soldados de Bush no tienen derecho de hacer lo que hacen. La pregunta y la duda la tenemos los "de a pie": ¿qué otras sorpresas nos deparará el gobierno de Bush?

 
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