Usted está aquí: miércoles 22 de marzo de 2006 Opinión La degradación de la política

Editorial

La degradación de la política

En momentos en que el país conmemora el natalicio de Benito Juárez en su bicentenario, la vida republicana evidencia una descomposición alarmante, inaceptable y de- salentadora. La expresión más evidente de ese fenómeno ­sin ser, desde luego, la única, y tal vez ni siquiera la más importante­ es la pérdida total de recato, ya no se diga de inteligencia, en el discurso político. Conforme se acerca la cita de los ciudadanos con las urnas, en julio próximo, las campañas electorales abandonan las propuestas y sus tonos se adentran por el terreno lodoso de las descalificaciones, los insultos y la propaganda orientada no a divulgar las plataformas propias, sino a denostar a los rivales.

En esta distorsión de la vida republicana participan por igual los partidos, sus aspirantes a puestos de elección popular y los gobiernos federal y estatales, por más que los funcionarios debieran mantener, por decoro si no es que por ley, una mínima ecuanimidad ante la contienda.

Ejemplos hay de sobra. Ayer mismo, en el contexto de las conmemoraciones juaristas, volvió a evidenciarse una alianza de facto entre el presidente Vicente Fox, el candidato de su partido a sucederlo en el cargo, Felipe Calderón, y el del Revolucionario Institucional, Roberto Madrazo, para desprestigiar al del Partido de la Revolución Democrática, Andrés Manuel López Obrador.

La obsesión por impedir a como dé lugar que el ex jefe de Gobierno capitalino llegue a Los Pinos ha ido mucho más allá del pudor político elemental, y el mandatario y los aspirantes tricolor y blanquiazul comparten los mismos argumentos, que están, por lo demás, en la línea de las irrupciones verbales de Carlos Salinas en contra de López Obrador.

En este afán se ha llegado inclusive al colmo de incorporar en la propaganda electoral la imagen de un mandatario extranjero ­la de Hugo Chávez­ para usarla como espantajo e inducir sentimientos de pánico ante un posible triunfo del perredista.

López Obrador, por su parte, participa activamente en la guerra de lodo en que se ha convertido la contienda electoral e incurre en improperios como el "ya cállese, señor Presidente" de la semana pasada, inadmisible no porque la figura presidencial sea sagrada o intocable, sino porque el aspirante del sol azteca no tiene derecho de callar a ningún ciudadano.

No es éste, desde luego, el modelo de vida republicana que se desprende del legado juarista. El deprimente zafarrancho que se ofrece en espectáculo a la sociedad tampoco es forma de alentar la participación ciudadana en las decisiones capitales para el país. Por el contrario, los discursos altisonantes y las campañas que buscan descaradamente el descrédito de los rivales en lugar del respaldo positivo de los votantes a programas y propuestas tienden a igualar en un amasijo repulsivo, a ojos de la población, los distintos grupos de la clase política y a desconfiar ­con toda la razón­ de representantes populares, aspirantes y partidos.

Los resultados de esto que podría denominarse "contracampaña electoral" pueden prefigurarse en los comicios legislativos y municipales celebrados el pasado 12 de marzo en el estado de México ­la entidad con mayor número de votantes en el país­, en los cuales la abstención alcanzó 60 por ciento. El mensaje inequívoco de seis de cada 10 votantes mexiquenses fue que no vale la pena escoger representantes populares entre los integrantes de una clase política empeñada en su propia degradación.

Diríase que los políticos del país en general no apuestan al voto ciudadano, sino a la apatía, la falta de interés y el cinismo, valga decir, a profundizar la brecha, de por sí alarmante, entre ellos y el resto de la sociedad. De ser así, en julio se verán las consecuencias.

 
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