Mi sincera autocrítica
En mi último artículo sobre Italia sugería que en las elecciones del 9 de abril próximo el clerical-fascista Silvio Berlusconi y su banda compuesta por los fascistas de Alessandra Mussolini, los neofascistas de Alianza Nacional, dirigidos por Gianfranco Fini, los racistas, separatistas y xenófobos de la Liga Lombarda, de Aldo Bossi, los restos del socialismo proimperialista de Bettino Craxi y los democristianos fundamentalistas chupacirios, podría retener el control de la mayoría en el Senado, gracias a las modificaciones de la legislación electoral destinadas a favorecer a la derecha. Pero me equivocaba, ya que subestimaba el grado de madurez (o de hartazgo) de los italianos. En efecto, todas las encuestas aumentan paulatinamente la ventaja actualmente existente entre la Unión (de centro, dirigida por Romano Prodi, ex primer ministro y ex presidente de la Comisión Europea) y el gobierno (en demolición) del cavaliere Berlusconi, que además tiene un récord mundial de procesos penales en su contra. De modo que es muy probable que Italia y el mundo puedan por fin liberarse del oprobio y George W. Bush, El Asiático, llegue a perder un firme aliado (mejor dicho, sirviente) en Europa. Por supuesto, la coalición de centro no es un rayo de guerra izquierdista. Prodi es más bien una mozzarella averiada, aunque sea un hombre honesto (a diferencia de Berlusconi), y sus aliados democristianos del Partido de la Margarita o ex comunistas (al estilo de Piero Fassino y Máximo D'Alema) están antes que nada preocupados por mostrarles a Bush y a Blair que son políticos "de orden" (es decir, neoliberales, proimperialistas, moderadísimos), mientras que los comunistas italianos (escindidos de Refundación Comunista por la derecha), e incluso este último partido, se han convertido al "posibilismo" y sometieron los anteriores principios socialistas a la participación en un gobierno por fuerza moderado (para entendernos, a mitad de camino entre los socialistas españoles y los franceses). De modo tal que ante una muy probable victoria de la Unión no habrá que esperar cambios radicales, espectaculares.
Pero en las elecciones siempre hay una dialéctica entre los electores y los elegidos y no una sumisión total de los primeros a los segundos, que tienen en su mente las instituciones y el gobierno, mientras que los electores quieren cambios en ambos por medios no institucionales (huelgas, ocupaciones, manifestaciones, etcétera). En particular, desde hace rato los electores italianos desbordan el marco de los partidos, incluso de los llamados partidos "de izquierda" o "progresistas". Así sucedió en las manifestaciones de los "profesores" florentinos, o de los llamados "autoconvocados"; así volvió a suceder en la elección como presidente de la región (equivalente a un estado) de Pulla del miembro de Refundación Comunista, pacifista y gay Niki Vendola y no de un ex comunista "de orden"; así sucedió con las manifestaciones sindicales, o contra la guerra, o en apoyo a las libertades de los inmigrantes. Este sentimiento general del "pueblo de izquierda" (sentimiento antibélico, antiviolento, pacifista, internacionalista) se da de patadas cotidianamente con la visión del mundo de los adoradores "izquierdistas" de la realpolitik, que tenderán, sin duda, puentes hacia Washington y hacia la derecha social (los empresarios) y la política (los de la alianza con Berlusconi). Esta mayoría repudia a los violentos (o provocadores) que promueven la abstención porque "todos son iguales" y que creen que las bombas molotov son un argumento político, pero no están casados con los "realistas" que creen que lo único que se puede hacer es lo que permiten las leyes y los reglamentos actuales profundamente marcados por la derecha durante su largo gobierno. De modo que se puede apostar algunos de los cada vez más escasos euros que aún transitan por los bolsillos populares en Italia a que, apenas triunfante, el gobierno de Prodi tendrá que hacer frente a una serie de reivindicaciones postergadas porque el gobierno de la derecha "ni veía ni oía" a los trabajadores, los estudiantes, los campesinos, el "pueblo menudo", y trataba en cambio de engañarlos como a "viles chinos" (para utilizar la expresión de un conocido filósofo contemporáneo), y les respondía "no tengo cash", como dijo otro campeón del pensamiento occidental, pero de un partido opuesto (¿o no?).
Rifondazione Comunista tiene un pie en los movimientos sociales y otro casi en el gobierno. ¿Le pasará como al líder indígena Túpac Amaru, que fue descuartizado por caballos que tiraban en direcciones opuestas? ¿O la fuerza de la inercia la llevará, mayoritariamente, hacia uno u otro de los horizontes políticos, el gubernamental o el del cambio desde debajo de la relación de fuerzas entre las clases en pugna?
La respuesta sólo la pueden dar dos cosas: las migajas que en el gobierno le tiren a Rifondazione y a los verdes y comunistas italianos, por un lado, porque la desilusión provocará resentimientos entre los que esperaban ser suaves corderos y podrían verse obligados a ser leones y, por otro lado, la fuerza de los movimientos sociales, que serán independientes de los partidos y del gobierno "de centro". Hay que contar con lo imprevisible: en este caso con el hecho de que los cambios en las relaciones de fuerza, resultantes de la derrota de los fascistas, se sentirán también dentro de la Unión.