Usted está aquí: jueves 16 de marzo de 2006 Opinión Algo inconcebible

Miguel Marín Bosch*

Algo inconcebible

Por razones que desconozco, he tenido la inquietud o, quizás, la curiosidad de saber cómo una sociedad llega a reconciliarse. Los ejemplos son muchos. Si uno pregunta a un francés cuántos de sus antepasados estuvieron peleando en la resistencia antialemana, la respuesta será que hubo varios maquisards en la familia. Empero, si uno visita los cementerios de los miembros de la resistencia francesa ante la ocupación nazi, se dará cuenta de que, cuando menos los enterrados, eran muy pocos. El socialista François Mitterrand tuvo el descaro de confesar, ya al final de su segundo septenio, que había trabajado en el gobierno de Vichy, la administración de los nazis en Francia.

A finales del siglo pasado, cuando fui cónsul general en Barcelona, me sorprendieron muchas cosas. A 20 años de la muerte del generalísimo, seguía habiendo monedas con la efigie de Franco y la leyenda de "Caudillo de España por la gracia de Dios". Había (y hay) un hospital llamado el "generalísimo". Años más tarde, cuando planteé el caso a Narcís Serra (ministro de Defensa en el primer gobierno de Felipe González) no tuvo respuesta. Tampoco pude entender cómo, en la contraesquina de mi edificio, había una residencia de estudiantes con el nombre de Muñoz Grandes, el general que encabezó la "división azul" que luchó al lado de los nazis en contra de la Unión Soviética en la Segunda Guerra Mundial.

Si uno le preguntaba a un alumno de primaria en España quién fue Franco, la respuesta era: presidente del gobierno español. Es decir, lo equiparaban con Felipe González o José María Aznar.

Hace ya algunos años, cuando me preguntaban cuándo terminaría la transición política en México, me atrevía a contestar que sería en el momento en que el secretario de la Defensa Nacional fuera un civil y, además . . . mujer. Ese paso ya lo han dado algunos países latinoamericanos, incluyendo a Colombia y Chile. En el caso de este último, lo ocurrido en los últimos meses no tiene precedente.

Michelle Bachelet ha parado de cabeza a su país y a su hemisferio. El pasado sábado tomó posesión como presidenta de su país. Abiertamente agnóstica en un país muy católico, no quiso "jurar", sino "prometer" cumplir y hacer cumplir la Constitución de su país.

Parece inconcebible el paso que ha dado la sociedad chilena. Es un ejemplo para el resto de Latinoamérica y para el mundo entero.

Bachelet ha instaurado un gobierno en el que los puestos de mando estarán repartidos con equidad de género. No es el primer jefe de Estado o de gobierno en hacerlo, pero creo que es la primera mujer que lo hace. Enhorabuena. Empero, creo que deberíamos ser un poco más atrevidos. ¿Por qué no podríamos tener un gabinete presidencial sin hombres? ¿Por qué no dejar que las mujeres gobiernen por un buen rato? Difícilmente lo harían peor que los hombres que hace siglos han estado, por así decirlo, "encargados del despacho" de los asuntos públicos.

Ha habido mujeres que han encabezado con éxito gobiernos. Pero Bachelet parece tener la intención de hacerlo de otra manera. Además, en Latinoamérica han sido seis las mujeres que ha presidido su país (tres por la vía electoral). Pero en todos los casos se trató de la viuda de un dirigente político. Bachelet es distinta. Ganó la presidencia a pulso y la ejercerá de manera muy distinta.

Michelle Bachelet fue alentada por Ricardo Lagos, sin duda un dirigente visionario, a "aspirar a la grande", como decimos en México. Y lo consiguió. En enero, en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales obtuvo más de 53 por ciento de los votos. No está mal para una mujer que estudió medicina, fue prisionera política que los golpistas torturaron y tuvo que huir de su país y vivir en el exilio. Además, es hija de un general de la fuerza aérea que fue encarcelado en 1973, acusado de traición. Su pecado fue ser leal al presidente Salvador Allende, derrocado violentamente por el general Augusto Pinochet. Alberto Bachelet murió en prisión el año siguiente.

Se trata de una persona muy preparada. Tras su regreso del exilio, terminó sus estudios de medicina y luego hizo un posgrado en -aunque usted no lo crea- defensa continental en el Colegio Interamericano de Defensa en Washington y luego obtuvo el primer lugar en un curso de estrategia militar en la Academia Nacional de Estudios Políticos y Estratégicos de Santiago. Habla con fluidez cinco idiomas (además del español, alemán, francés, inglés y portugués).

Fue ministra de Salud y luego de Defensa. Los militares pronto se dieron cuenta de que sí conocía los asuntos a su cargo. Ahora, como presidenta, ha nombrado a otra mujer al frente del Ministerio de Defensa. Y ha tenido un gesto muy humano que algunos chilenos han criticado: como subsecretario de Defensa y encargado de la fuerza aérea nombró a Raúl Vergara Meneses, militar que había compartido la celda con su padre tras el golpe del 11 de septiembre de 1973. Estuvo con él cuando murió. Años más tarde se exilió en Nicaragua y fue comandante en las fuerzas aéreas sandinistas.

Bachelet ha prometido defender los derechos humanos, luchar contra las desigualdades sociales en su país e implantar la equidad de género a todos los niveles gubernamentales. Además tiene la intención de descentralizar el poder federal.

El largo y penoso camino de Chile hacia una reconciliación ha dado un vuelco inesperado con la llegada de Michelle Bachelet a La Moneda. ¡Chapeau Chile!

* Director del Instituto Matías Romero y ex subsecretario de Relaciones Exteriores

 
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