La Jornada Semanal,   domingo 12 de marzo  de 2006        núm. 575
 

Fragmento

LA CIUDAD INÚTIL
(Fragmento)

Jia Pingwa

La muchacha era amable, pero tonta, se dijo Liu Yue. Es cierto que la esposa es la última en enterarse de las aventuras galantes de su marido, mientras que estas historias ya son la comidilla de la ciudad.

—Señora, usted es la vez una esposa y una madre para él —insistió Li Yue—, pero una mujer también debe saber comportarse como una puta para su marido.

—¡Tú hablas por hablar! Una esposa es una esposa, no una puta. ¿Por quién tomas al maestro? ¿Y a mí? ¿Quieres que la gente nos desprecie por escuchar este tipo de cosas?

La muchacha no supo qué decir.

—No sé lo que digo; lo dije así nada más.

—No es porque no sepas, más bien porque sabes demasiadas cosas que no deberías saber. Eres una especie de bruja; el que se case contigo va a sufrir mucho.

Terminada la cena, Niu Yueqing pidió a Liu Yue que tomara papel y lápiz para dictarle la lista de invitados para el cumpleaños de Zhuang Zhidie. La muchacha releyó: Wang Ximian, Gong Jingyuan, Yuan Zhifei, Meng Yunfang, Zhou Min, Zhao Jingwu, Hong Jiang, su prima y toda su familia, el viejo Wei, el vicepresidente de la Asociación de Escritores, Xiao Ding de la Asociación de Coreografía, Zhang Zhenghai de la Asociación de Escritores, Zhong Weixian de la redacción de la revista, Li Hongwen, Gou Dahai, todos en dos grandes mesas.

—Para tantos invitados, ¿piensa usted ordenar los platillos en algún restaurante o habrá que hacerlo todo aquí? No puedo cocinar tanta comida.

—Cenaremos en la casa —contestó Niu Yueqing—. Es más agradable. Pero no tendrás la obligación de preparar la comida. El marido de mi prima es cocinero. Él se ocupará de los platos principales; Meng Yunfang preparará los entremeses. Te voy a pedir nada más que me ayudes a avisar a nuestros amigos y a comprar las cosas.

[...]

Salieron de la casa y se metieron en una calle pero sin un rumbo preciso. Almorzaron en un restaurante. Al pasar por un cine decidieron comprar un par de boletos para la siguiente función. Decidieron acudir a la Residencia de Investigación de las Insuficiencias después de la película; comprarían algunas golosinas. Querían pasar una verdadera jornada de amor y conservar todo el sabor y las sensaciones.

—Un día completo, toda la noche —dijo él.

—Dos días y dos noches —lo corrigió ella.

—Tres días y tres noches —suplicó él.

—¡A morir! —dijo ella.

—Morir de amor; qué bello.

—¿Tú crees? ¿Qué pensaría la gente al descubrir nuestros cuerpos? ¿Nos haría una oda de amor o al contrario nos insultarían como a unos malditos?

Reían, bromeaban, se divertían. En el cine ella reclinó la cabeza sobre el hombro de él. Desde las primeras imágenes se dieron cuenta de que ya habían visto esa película, pero daba lo mismo. Zhuang pensó que su posición así sentados simbolizaba un carácter chino lleno de sentido que susurró al oído de Tang Waner. ¿Cuál? preguntó ella Entonces tomó la mano de la muchacha y pretendió escribir sobre la palma el carácter zong, unión. Ella a su vez trazó otro carácter en la palma de la mano de Zhuang: dui, coito. Él alzó las piernas de Tang Waner y le quitó los zapatos.

—Soy un tonto —le murmuró al oído—. Cuando lo necesito no sirve para nada y cuando no hace falta tiene accesos de heroísmo.

Ella extendió la mano para palparlo: tenía una erección. Le bajó la bragueta y se inclinó. [En esta parte el autor suprime treinta y nueve caracteres. n. del t.) Él hacía lo posible para que la gente que estaba cerca no se diera cuenta de lo que hacían.

—Eso me da más antojo. Estoy húmeda —dijo ella.

Zhuang hundió los dedos entre las piernas de la muchacha. Aquello estaba caliente y húmedo. Con regocijo le pellizcó la nariz para molestarla.

—Voy a comprar pepitas de calabaza —comentó él.

Se levantó. En el momento en que salió al pasillo advirtió que había dos hombres en cuclillas cerca de la pared. Pensó que se trataba de espectadores que habían llegado tarde y que buscaban una butaca. Les hizo señas de que más adelante había asientos vacíos. Pero inmediatamente se dio cuenta de que sus señas eran ridículas. Deseó que la oscuridad hubiera impedido que alguien lo viera.


PANDA
(Fragmento)

Mianmian

El hombre número 1 toma una foto: suena el obturador y al mismo tiempo surgen sobre ambos lados del puente multitud de edificios que se elevan hasta la mitad del cielo.

Hermana mayor: ¿Qué te pasa?

El hombre número 2: Perdió un amor.

Hermana mayor: ¡Ya sabía que había perdido un amor! Puedo encontrar muchachas que nos acompañen a pasear, pero no son putas.

Hombre 1: Necesito una chica que quiera acostarse conmigo.

Hermana mayor suelta una carcajada: Oí bien, ¿verdad? ¿Quieres que te ayude a buscar una puta?

Hombre número 1: Pues sí, más o menos.

Los tres coches se estacionan en una esquina de la calle Jianan, bajo un puente. Los coches parecen estar a punto de saltar al río Pujian. De este lado del río Pujian se alza la imponente arquitectura del viejo Shanghai. De aquel lado está Jinmao, la Torre de la Perla de Oriente y muchos rascacielos.

Hermana mayor: De un lado está la historia. De otro lado está el futuro. Esta es la esquina que más me gusta. Durante mucho tiempo viví en el otro extremo del puente de Baidu, sólo para pasar todos los días por esta esquina cuando regresaba a mi apartamento.

El hombre número 1 abre la ventana para tomar una foto.

Hermana mayor: Ustedes dos deben buscar la manera de regresar a Shanghai. A Estados Unidos pueden volver cuando quieran, ¿no?

Hombre 1: ¿A dónde vamos ahora? De veras necesito encontrar una muchacha. Esta noche me urge hacer el amor.

Hermana mayor: No me gusta que digas eso delante de mí.

Hombre número 1: ¿Qué pasa? ¿Te molesta?

El hombre número 1 coloca un nuevo rollo en la cámara: Entiende. No eres mi bocado. Eres mi amiga.

[...]

Noche. Los tres coches de la hermana mayor se detienen en la calle Zhulu de Shanghai. La hermana mayor y los hombres números 1 y 2 vuelven cada uno a su respectivo coche. Se comunican a través de sus radios de banda civil.

Hermana mayor: ¿A dónde vamos?

Hombre número 1: Más adelante hay un lugar donde hay muchachas.

Hermana mayor: ¿Sabes una cosa? Acabamos de apostar el almuerzo: me dijo que puede conseguir una puta gratis para llevársela a su casa. Dijo que podía decirle a la muchacha. "No traje dinero. ¿Vamos a mi casa a hacer el amor?"

Hombre número 2 se detiene un momento: No hay que tener miedo del pendejo que no sabe; pero hay que temer al pendejo que no comprende.

Hermana mayor: ¿Los dos quieren muchachas?

Hombre número 2: A mí me da lo mismo. Quiero y no quiero. Puedo querer una y puedo querer muchas.

Hermana mayor. ¿No puedes decir simplemente que no quieres?

Hombre número 1: Esta noche necesito a una muchacha.

Hermana mayor: ¿Cómo pueden los hombres buscar putas? Pero además, ¿les gusta buscarlas juntos?

Hombre número 2: Es como si fueras al supermercado. Tu propósito original es comprar agua embotellada, pero sin querer terminas comprando jugo de frutas.

Hermana mayor: Todos los hombres son homosexuales. Los hombres usan a las mujeres. Todos los hombres son homosexuales.

Hombre número 2: Eso que dices para nada se aplica a nosotros. Pero no vamos a pelear. Pelear no es divertido.

La hermana mayor se dirige al chofer: Vamos a cualquier centro nocturno donde haya putas. Vamos de centro nocturno en centro nocturno.

La hermana mayor se pone a hablar sola sin usar su radio de banda civil; parece hablar con el chofer: ¿Sabes qué le falta a Shanghai? El mar. Necesitamos estar a menudo en la playa reposando, viendo el cielo azul, con los amigos que leen un libro sentados a tu lado. Estaría tendida al sol, distraída, sin pensar en nada, descansando. Necesito descansar.


HERMANO MAYOR Y HERMANO MENOR
(Fragmento)

Yu Hua

Las nalgas de las mujeres colman el mundo: la televisión, el cine, los dvd, los anuncios, las revistas, los bolígrafos, los encendedores... Hay todo tipo de nalgas: importadas y nacionales, blancas, amarillas, negras y castañas, grandes y pequeñas, gordas y flacas, tersas y ásperas, jóvenes y viejas, postizas y verdaderas. No alcanza la vista para verlas todas. No cuesta mucho trabajo ver las nalgas de una mujer. Basta con restregarse los ojos. Se pueden ver estornudando. Se puede tropezar con ellas al dar la vuelta. Antes no era así. Las nalgas eran un tesoro que valía más que el oro, la plata, las joyas. Así que sólo podía verlas escondido en el baño. Li Guangtou fue atrapado en el acto; su padre perdió la vida en el acto.

Los baños públicos de entonces eran diferentes a los de ahora. En un baño actual ni con un periscopio pueden verse las nalgas de las mujeres. Pero en los baños públicos antiguos apenas un delgado cancel separaba la sección de los hombres de la de las mujeres. La letrina era un canal que atravesaba estas dos secciones. Se escuchaban con claridad los sonidos de las mujeres haciendo sus necesidades. Esto lo seducía mucho, así que se inclinó por debajo del cancel para ver las nalgas. Se apoyó muy fuerte en el marco del cancel y se agachó con sumo esfuerzo del vientre y las piernas. Casi se le salían las lágrimas por la peste del canal. Los gusanos pasaban cerca de su cara. Pero nada le importaba. Parecía un nadador a punto de saltar al agua en una competencia. Bajó aún más la cabeza y el cuerpo, así pudo ver la mayor parte de las nalgas.

Li Guangtou vio cinco pares de nalgas: unas nalgas pequeñas, unas gordas, dos pares de nalgas flacas y un par de nalgas bien proporcionadas. Todas las nalgas estaban alineadas como cinco puercos en canal. Las nalgas gordas parecían puerco fresco; las flacas, carne salada; las chiquitas no vale la pena mencionarlas. A Li Guangtou le gustó el par de nalgas bien proporcionadas. Las tenía frente a sus ojos; eran las más redondas, como un rollo. La piel tensa dejaba ver el cóccix ligeramente saliente. El corazón le latía muy aprisa. Quería ver el vello púbico al otro lado del cóccix. Quería saber dónde crecía el vello. Metió la cabeza y hasta el cuerpo aún más por debajo del cancel. En el momento en que casi veía todo, fue atrapado.

Zhao Shengli, uno de los dos genios en este pueblo de Liu Zhen, entró en ese momento al baño y se dio cuenta que alguien metía la cabeza y medio cuerpo por debajo del cancel. Al instante se dio cuenta de lo que sucedía. A empellones sacó del baño a Li Guangtou.

Zhao Shengli tendría un poco más de veinte años de edad. Había publicado un poema de cuatro versos en la revista del centro cultural. Desde entonces llevaba el sobrenombre de Poeta Zhao. Después de haber sacado del baño a Li Guangtou, quien apenas contaba con catorce años edad, el Poeta Zhao empezó a increparlo con enjundia poética:

"No deseas ver las flores amarillas en los campos de colza, no quieres ver la danza de los peces en el río, no alzas la mirada para contemplar el hermoso cielo azul y sus nubes blancas. Prefieres en cambio meter la cabeza en la fétida letrina para ver las..."


EL LOBO Y SU TÓTEM
(Fragmento)

Jiang Rong

Cuando se puso el sol sobre la cumbre de la montaña, la pradera Elun se hundió en la oscuridad. Bajaron de la montaña en los dos caballos y se encontraron con una ventisca que parecía maremoto. El viento y la nieve que arrastraba parecían tragarse a los hombres y a los caballos. Los hombres no podían abrir los ojos. Los caballos estaban asustados. Dos de los caballos al parecer habían olfateado algo; respingaron y trataron de recular para huir de la ventisca. Había dos hombres cerca, pero Batu no podía verse ni los dedos de una mano. Llamó a gritos pero no escuchó respuesta alguna de Shacileng. La ventisca cubría todo. Batu asió las riendas y se sacudió el sudor de la frente que se había convertido en escarcha. Se tranquilizó y cambió el fuete a la otra mano. Encendió la linterna de baterías. Se disparó un cono de luz que se alargaba unos diez metros. La ventisca llenaba el cono de luz. Poco después un jinete y su caballo penetraron en ese cono de luz. El recién llegado también arrojó un confuso cono de luz sobre Batu. Se acercaron a un mismo círculo de luz haciendo grandes esfuerzos por controlar sus caballos.

Batu alzó las orejeras del gorro de Shacileng y le gritó al oído: "Quédate aquí para reunir a los caballos y arrearlos hacia el este. Hay que evitar la laguna de la montaña Jiazi. Si no lo hacemos así, perderemos todo."

Shacileng gritó a Batu: "Mi caballo está asustado. Parece que hay lobos aquí. ¿Cómo vamos a enfrentarlos nosotros cuatro?"

También a gritos, Batu contestó: "A como dé lugar tenemos que resistir; aun con la vida."

Al terminar la conversación, los dos apuntaron sus linternas hacia el norte. Agitaron los conos de luz para llamar la atención de los otros dos compañeros y de los caballos.

Un caballo de crines grises penetró en los conos de luz y se paró delante de Batu. Pareció que había encontrado la estrella salvadora. El caballo de crines grises, herido en el cuello, resopló. La hemorragia le seguía manando del pecho. La herida echaba vapor. La sangre que escurría de la herida se congelaba poco a poco. Cuando el caballo de Shacileng vio la sangre del otro caballo, reparó y corrió en dirección del viento. Batu trató de seguirlo. El caballo de crines grises se había perdido.

Cuando Batu cogió las riendas del caballo de Shacileng, los otros caballos se acercaron. Todos los caballos estaban como el caballo gris, es decir aterrados. Reparaban y coceaban. Cuando Batu y Shacileng apuntaron los conos de luz debajo de los caballos, vieron a los lobos. Shacileng casi se cayó del caballo. Había más lobos que caballos. La pelambre de los lobos estaba cubierta de nieve. Al ver la luz los lobos casi siempre se asustan, pero no esta vez. En ese momento estaban ahítos de furia. Todos parecían el jefe de la manada o la loba que no conocen el miedo.

Batu sudaba copiosamente. Pensaba que había encontrado al dios de los lobos y por eso iba a recibir el castigo de Tenggeli. Todos los pastores de la pradera de Elun pedían al cielo que los lobos devoraran sus cadáveres, pues así su alma podría elevarse hasta ver a Tenggeli. Allí pasarían una eternidad. Pero los vivos tienen terror de los lobos.

Batu y Shacileng no podían ver a los otros dos palafreneros. Quizá fueron arrastrados por la ventisca o por sus caballos asustados. Ambos deben montar la guardia durante el día, pero no tienen pistola ni linterna ni tampoco llevan abrigos gruesos. Batu dijo: "No les hagamos caso. Los caballos son más importantes."