La Jornada Semanal,   domingo 26 de febrero  de 2006        núm. 573
CINEXCUSAS
Luis Tovar
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 EN EL FICCO

Como bien señala el querido amigo y colega Carlos Bonfil, en el Festival Internacional de Cine Contemporáneo de la Ciudad de México, mejor conocido como FICCO, el cine mexicano "queda representado con un estricto criterio de calidad". Así fue hace un año y así vuelve a ser ahora, con la inclusión de sólo dos largometrajes, uno documental —1973, de Antonino Isordia-, y otro de ficción —Sangre, de Amat Escalante. Ambos fueron exhibidos dentro del tercer Festival Internacional de Cine de Morelia, en octubre del año pasado. Al tiempo que una muestra elocuente del buen tino en la confección del programa, su inclusión en el FICCO significa la oportunidad, por desgracia irrepetible quizá, de que un público numeroso compruebe que afortunadamente no todo nuestro cine se compone de monumentales desencantos, verbigracia La mujer de mi hermano, 7 días o cualquier otro escamoteo más o menos inconsciente de la inteligencia.

CINHEMÁTICO

Además de coproducirlo en compañía de Jaime Romandía y Carlos Reygadas, Amat Escalante es autor del guión y la edición de éste, su primer largometraje. A despecho de Todomundo, Sangre obtuvo el premio de la Federación Internacional de Críticos de Cine (FIPRESCI) en Cannes 2005.

Por una cuestión genealógica, para decirlo de alguna manera, dicho reconocimiento —más el que puede significar su inclusión en el FICCO--, le cae atravesado a más de uno. Aunque ayuna de razón, la causa de que así sea es la procedencia de la propia película y del mismo Escalante, es decir, que Sangre es producida por Mantarraya, compañía de donde proceden Japón y Batalla en el cielo, de Reygadas, que este último es coproductor de Sangre y que Escalante fue asistente de Reygadas en Batalla... Donde algunos ven una simple y necesaria colaboración entre colegas, así como una obvia y natural cercanía en el modo de acometer la realización de un filme, otros quieren ver una difusa y absolutamente imaginaria seudoconjura dirigida contra Nadie, donde Nadie sería el-cine-que-sí-se-hace-como-debe-de-ser.

Amén de lo discutible que sería dicho deber ser, habría que atenerse de manera estricta a lo que Sangre propone. Tal vez sea su diferencia radical, respecto de filmes mexicanos recientes, lo que incomoda. Purgada de todo preciosismo visual --ése que le hace decir al Villamelón, cuando sale de ver una película, que "la fotografía era muy buena", como si tal hecho fuese una virtud y no una obligación--; sin florituras formales —de ésas que tanto sirven para que una puesta en escena más bien trivial dé el gatazo de ser osada o innovadora--; sin regodeos narrativos —como ésos que padece cualquier película obstinada en forzar la enanez de su mínimo argumento a llenar un espacio que le queda grande--; sin concesiones al inconsciente pero preeminente orden estético y moral —ése que dicta sus reglas tácitas, según las cuales en una película los feos no sostienen relaciones sexuales ni son capaces de erotismo, pero si sí, entonces nada de eso debe verse en la película--; y, en resumen, sin complacencias para una taquilla de cualquier modo esquiva, Escalante apela con inteligencia a la sensibilidad, o al revés, de un público al que por cierto, y dado su alto nivel de empachamiento hollywoodense, tanta sencillez puede funcionarle como paradójico revulsivo.

Para más atipicidad, la historia de Sangre se desarrolla en una ciudad de la que no se mete a cuadro ni un solo referente de fácil identificación, lo cual --tratándose de México-- por fortuna en este caso significa la ausencia de todo desliz de folclorismo, inclusión ingenua y cursi de escenas cuasi turísticas, así como chocantes ensalzamientos de color local metidos con calzador. Esta des-ubicación es clave para dejar claro que lo que aquí se cuenta podría suceder exactamente en cualquier parte del mundo. Todo esto, en conjunción con aquello de lo que carece —el preciosismo, las florituras, los regodeos...--, permite concentrar la atención en el drama del protagonista, que no puede ser calificado siquiera de antihéroe y que es, simple y convincentemente, un burócrata menos que de medio pelo, un hombre sin discurso ni grandes ideas, un ser común enfrentado a una situación de verdad límite.

Crudeza, sería la palabra que mejor define a Sangre. No se trata —vale insistir--, de nada cercano a la chabacanería o a los ejercicios de inverosimilitud que con tan desaprensiva frecuencia nos asesta buena parte del cine mexicano reciente, poco pródigo en propuestas que de verdad merezcan esa denominación.