La Jornada Semanal,   domingo 26 de febrero  de 2006        núm. 573
 

Saúl Toledo Ramos

Naturaleza muerta con Stones

El pasado no importa cuando se ha ido
Jagger/Richards

Recuerdo que en aquellos días yo daba clases de lectura y redacción a nivel bachillerato. Era la última parte de 1994 y de repente se dio a conocer la noticia de que en enero de 1995, por primera vez en la historia de México y en la de ellos, los Rolling Stones visitarían nuestro país para ofrecer algunas presentaciones. Los cuarentones, cincuentones y sesentones andaban excitadísimos; todos queríamos saber la fecha exacta de los conciertos y los precios de las localidades (que en esta parte del mundo suelen ser carísimas).

La verdad es que yo todavía estaba chavo, aún no llegaba a los treinta pero tenía unos tíos que eran stonianos de hueso colorado. Con ellos escuché un programa llamado Rock a la Rolling, que de lunes a viernes transmitía Radio Capital a las 4 de la tarde, y de cuyo slogan me acuerdo perfectamente: (Sube música, se mantiene y baja) "Radio Capital presenta (sube música tres segundos y baja) "Rock a la Rolling (sube música tres segundos y baja) "Rock a la Rolling, un monumento al sonido con el ritmo pesado de los Rolling Stones (sube música, se mantiene cinco segundos y baja hasta desaparecer).

Crecí con esa música y con la de otras bandas (Deep Purple, Grand Funk, Ten Years After, Big Brother & The Holdin Company, Quick Silver Messenger Service, The Who, Led Zeppelin, Jethro Tull y otras) que la misma Radio Capital presentaba en su programa nocturno: Vibraciones, que se caracterizaba por el uso indiscriminado de la reverberación en la voz del locutor al leer textos poéticos y surrealistas. Vibraciones era un programa único en su género que ofrecía lo que en ese momento era el avant garde musical. Ninguna otra estación del cuadrante tocaba ese tipo de grupos.

Eran tiempos de sequía en lo que se refería a conciertos (pocos años antes el insufrible Raúl Velasco se había expresado negativamente de Jim Morrison y los Doors, quienes vinieron a dar un concierto, diciendo que eran unos sucios músicos que habían perturbado a la limpia y sana juventud mexicana); nos teníamos que conformar con ciertas películas como Ladies and Gentlemen, the Rolling Stones (Rollin Bizar, 1974), The Kids are alright, de los Who (Jeff Stein, 1979) o la épica Woodstock (Michael Wadleigh, 1969), que se proyectaban en algunas salas de la cadena de Gustavo Alatriste.

También se editaba la revista Conecte, que era la única opción para que los que gustábamos del rock nos mantuviéramos informados de las novedades de este género musical (aún conservo el primer número de esa revista, que en su portada traía a John Lennon). Fue en las páginas del Conecte que nos enteramos que los Stones darían un concierto en Los Ángeles (o algo así, el lugar es lo de menos) Mi padre se escandalizó de que yo quisiera ir y evidentemente me negó permiso y dinero.

Muy chingones, muy hombrecitos y muy orgullosos, el menor de mis tíos y yo decidimos irnos de la casa y enfilar hacia el norte para presenciar tal evento. El dinero que llevábamos nos alcanzó apenas para llegar a Guadalajara. Dimos tumbos durante dos días y al tercero, muertos de hambre y sed, ya sin una pizca de hombría y sin rastros de orgullo, mi tío me obligó a telefonear a mi casa para que nos mandaran dinero para regresarnos.

Seguro de su triunfo, mi papá nos dejó errar un día más y luego, personalmente, fue por nosotros (quizá temía que si nos enviaba dinero intentáramos nuevamente largarnos a California, lo cual era prácticamente imposible porque no teníamos pasaporte y mucho menos visa. Ilusos, creíamos que al llegar a la frontera diríamos: "Venimos a ver a los Rolling"; y que los agentes de migración, con una sonrisota, nos dirían: "Si, pásenle").

Después de este mal logrado affaire, me refugié en Radio Capital, de cuya programación integré también a mi repertorio Estudiantes 12-60, emisión integrada con música de los cincuenta y sesenta, y el memorable club Creedence Clear Water Revival. Por aquellos días yo, vía trueque o de plano robados, me había hecho de un trío de discos de las Piedras Rodantes. En la vieja consola de la familia los repetía una y otra vez. No entendía las letras pero Paint it Black, Ruby Tuesday y el extenso tour de force que es Going home, poseían, y poseen, una extraña y cruda belleza que hasta la fecha me siguen provocando una inexplicable emoción.

En la escuela donde trabajaba el personal era de otra onda; nadie, ni mínimamente, se conmovía con la presencia de los Stones. A todos les daba igual, excepto a Gemma, la teacher de inglés, que era rocanrolera y estaba guapísima, y que además era la única con la que había hecho amistad. Se alegró cuando supo lo de la tocada de los Rolling. Como yo le traía ganas, pensé que invitarla al concierto serviría de pretexto para conquistarla, así que de inmediato me di a la tarea de conseguir un par de localidades.

Fue un asunto cargado de parafernalia. El día para el que anunciaron la venta de los boletos había tumultos frente a las taquillas, pero en lugar de vender nada, le ponían a uno un brazalete de cartón que servía de salvoconducto para que veinticuatro horas después regresáramos al local y obtuviéramos las entradas sin padecer largas y agotadoras filas. Nada más falso. A la mañana siguiente el desmadre era el mismo que un día antes.

Pagué una buena lana por el par de boletos cerca del escenario, pero el fin justifica los medios, me decía. Ya nomás había que dejar pasar tres meses para que llegara la hora del agasajo.

La noche de la función la apariencia de Gemma me dejó babeando. Llegó vestida con una ajustada playera blanco ostión que a la altura de sus senos tenía estampados los labios que Andy Warhol diseñó para que sirvieran de logotipo a los Rolling Stones. Además usaba unos jeans deslavados y tenis de lona medio sucios que hacían que se viera maravillosa.

El concierto se balanceó entre lo chingón y lo poca madre. Gemma me sorprendía, se sabía todas las letras de las canciones y no dejaba de cantarlas; entre una y otra le gritaba un montón de obscenidades a Jagger. En un momento de paroxismo, mientras los músicos interpretaban Honky Tonk Women, tuvo la osadía de, con una rápida maniobra, arrancarse el sostén y lanzarlo al escenario. Yo, que según soy muy liberal, me escandalicé un poco y no sabía qué actitud asumir. Creí que lo mejor era hacerme de la vista gorda.

El momento romántico llegó con Angie. Las luces se hicieron tenues y los asistentes mantuvieron las llamas de sus encendedores en lo alto durante toda la melodía. Gemma se puso muy cerca de mí y me dio un beso muy cerca de la boca...

Salimos felices y satisfechos. Gemma me dijo que ya era muy tarde para que nos separáramos. Propuso que me quedara en su departamento. "Ya mañana será otro día", afirmó. Qué más podía yo pedir.

Mi futura novia puso un disco de sus Satánicas Majestades -el Emotional Rescue, si no mal recuerdo- y sacó una botella de buen vino. Así, entre copa y copa pasamos a los besos y cuando me di cuenta ya estábamos en su cama. Me llamó mucho la atención, y nunca olvidaré que, mientras hacíamos el amor, ella no dejaba de cantar "I can't get no satisfaction..."

(Tendremos chance de rocanrolear nuevamente con los Rolling Stones este 26 de febrero en el Foro Sol).