La Jornada Semanal,   domingo 26 de febrero  de 2006        núm. 573

Dos poemas

Jorge Eliécer Rothschuh

La pitaya

A Salomón de la Selva
In memoriam

Filtra el cactus luz humedecida,
nace del sol su gota ensangrentada.
Fruta placentera, ingesta de los dioses.
Petrus Martyr escribe pitahaya.
En el mercado las indias la nombran pitaya.
Pitahaya, pitajaya o pitalla, es la misma
nodriza placentando los meses de agosto,
pertechando bateas sobe la mesa.

¿Preferíamos verlas en los cercos de piedra?

Siglos festejan al fruto primitivo.
Cabeza de Vaca, el español, vio alegre
tribus en ella contentarse.
Alimento del perdido, consuelo del hambreado,
mito y ritual en el tiangue de los mayas.
La pitaya abastece el fuego del oriente.

El jocote

A Guillermo Rothschuh Tablada

El jocote entrega su pulpa abierta
al mordisco directo que toca la semilla.
Jugo oloroso desprendido del vaho de la tierra
abrazadora de los meses de sol.

En marzo y abril jocoteamos por patios y huertos.

Consumido por la desidia de los pueblos,
la riqueza del jocote se desplaza;
el tiangui vende uvas, peras y manzanas
y merolicos ofendidos ya no gritan su nombre.
Sólo el poeta lo bendice con ternura,
lo alaba como árbol de amor,
porque para dar su fruto se desnuda.

Elogio de nuestra niñez, el jocote es el tiempo
que nos muere en la boca entre espacios
de palabras y gustos ofrecidos.

El jocote nace desplomado regalando ramas,
crece desbordado de flores y abejas y cantos
de pájaros que tejen nidos al atardecer.
Fructifica a plena luz del día llamándonos
a cumplir la profecía del paraíso.

Vive alojado de bichos, cochinillas estorbosas
que los indios chiapanecos recogen para laquear
alegres flores e imágenes floridas en sus altares.

Cuando busco la patria regateo
en la penumbra que naufraga
la fragancia del jocote olvidado.