La Jornada Semanal,   domingo 26 de febrero  de 2006        núm. 573

REBASAR FRONTERAS

Mónica Lavín
Eduardo Antonio Parra,
Las leyes de la sangre y otros cuentos,
Ediciones La Rana,
Guanajuato, México, 2005.

Cuando me tocó ser parte del jurado que dio el premio al libro de Eduardo Antonio Parra, Las leyes de la sangre y otros cuentos, ni Beatriz Espejo ni Orlando Ortiz tuvimos duda. La decisión fue unánime. El manuscrito ganador revoloteaba con fuerza propia, se erguía con su destreza narrativa, lo habitaban mundos desolados, crudos, suspendidos en una prosa poderosa. Leo de nuevo el volumen de cuentos conociendo el nombre del autor y me regocijo en las historias, en la precisión y belleza del lenguaje, en la contundencia de sus personajes. Leo este nuevo libro pensando que estoy ante el tercer volumen de cuentos de un escritor que desde Los límites de la noche, publicado por Era en 1996, me asombró. Su acierto narrativo bien le valió el Premio Juan Rulfo para cuento que otorga Radio France Internacional, la beca de la Fundación Guggenheim y ser miembro del Sistema Nacional de Creadores. He tenido la oportunidad de proponer algunas antologías de cuento para el extranjero y no he dudado en incluir a Eduardo Antonio Parra, uno de los narradores más claros y consistentes de nuestro tiempo.

Encuentro en Las leyes de la sangre y otros cuentos que no sólo el estilo del autor, su voz personalísima y recia, es lo que destila su cuentística sino un tema, contenido en el propio título de Los límites de la noche al que siguió Tierra de nadie: la frontera, el límite, la línea divisoria. A Parra se le ubica como representativo de la literatura del norte o de la frontera, porque a pesar de ser guanajuatense, ha vivido en Monterrey y Ciudad Juárez y porque muchas de sus historias se ubican frente al Bravo; pero esta predilección por la frontera es también visible porque las preocupaciones del mundo narrado por Parra se ubican entre dos aguas, dos tierras, dos circunstancias, dos grupos sociales. Lo aprecié en Los límites de la noche en cuentos como "Juramento", con el regreso del inmigrante, en "El pozo" donde el protagonista vive varios metros bajo tierra, oculto en el contorno visible de la tierra como algunos animales del desierto, o en el texto erótico donde los placeres de la carne lindan con la muerte. Es visible también en el volumen Tierra de nadie donde el río Bravo es la línea entre pasado y futuro, entre lo que se va y no vuelve, como mandato de un agua que corre cargada de ilusiones errabundas, en el cuento "La piedra y el río"; o donde los límites territoriales se traspasan hasta una muerte inútil en "La navaja".

El volumen ganador del premio Efrén Hernández reúne cuatro cuentos, entre ellos el que da título al libro. En los dos primeros -"El hombre del costal" y "El último round"- Eduardo Antonio Parra aborda esa línea sutil entre la cordura y la locura, resaltando la facilidad con que se puede transitar de ser el espectador del loco al loco mismo. En "El hombre del costal" un indigente mugroso habla solo, deambula por calles, parques y cantinas arrastrando un costal; se sienta con el control de la televisión en la mano ante un mundo que -nos enteramos cuando la voz narrativa pasa al propio loco- ha cambiado mucho desde que salió de la cárcel. "No sé lo que le pasó a mi país, a mi ciudad, a todo lo que fui yo antes, de plano es para quedarte orate." En esta suerte de cambio constante de estafeta, el que mira y el mirado se confunden dejándonos con la vaga sensación de que el hombre del costal no nos es ajeno, que cada cual podría ir cargando su propio penar en botellas vacías, esa vaga incomprensión del mundo, esa ira por lo que ha cambiado dejándonos fuera para siempre, en un exilio permanente. Las orillas del mundo "normal" han interesado a Eduardo Parra, esos vagos, locos, teporochos, trashumantes que nos devuelven, como espejos despiadados, otro rostro de nosotros mismos. En "La vida real", un cuento fascinante sobre un periodista y una pareja de vagos en un parque, incluido en Tierra de nadie, Parra nos había hecho sentir la afrenta de esa felicidad despreocupada, de esa manera de estar en los márgenes, en la otra orilla, en el lado no convencional de la vida. En el cuento "El último round" del libro que nos ocupa, el ex boxeador es también un cruzador de límites, de la fama a la lona, de ser el campeón a ser el loco de la calle, el iracundo que comparte con el hombre del costal su rechazo por un mundo al que no puede pertenecer. El primero por sus muchos años de reclusión, el segundo por el efímero relumbrón del éxito: al fin y al cabo dos orillas condenadas a la locura.

En el cuento "Que no sea un perfume", mi favorito en este volumen, es el olfato de Gabriel Montemayor el que lo arrastra al pasado, al llamado del deseo, a la herida, a la expulsión. Publicado también en la antología de cuentos carverianos preparada por Guillermo Samperio, el cuento se centra en el hombre que asiste a la cena de Navidad con sus hijos y su ex mujer, y que piensa en contarle a su nueva pareja la escena de violencia callejera que acaba de ver. De nuevo, un hombre de la calle; esta vez un limpiavidrios se transforma ante el enojo de un automovilista en un hombre armado, dispuesto a matar. La violencia de esa escena callejera no es menos hostil que la que ocurrirá en el ámbito doméstico cuando Gabriel desee a su mujer y luego la rechace por su olor, ese olor íntimo que le recuerda el tiempo en que ella lo expulsó de su piel. Otro foráneo, otro extranjero de sí mismo, Gabriel se lanzará a las calles confirmando al lector que no existe la salvación amorosa, revelando los moretones de la incomprensión y finalmente esa línea que los esposos han trazado y que no pueden volver a zurcir.

El cuento que da título al libro, un cuento de largo aliento, relata la extinción de la dinastía Barraza en Ciudad Juárez. Desde su torre-oficina, don Augusto Barraza medita cómo capotear el destino de su hijo Filiberto, el júnior de la prepotencia familiar, después de la violación cometida con la hija de quien, más tarde sabrá don Augusto, fue su trabajador y ahora liderea el narcotráfico de la zona. La frontera entre güeritos e indios será violentada por este nuevo orden de poderes donde los antiguos terratenientes ya no están solos en el juego del poder. La impotencia sexual de don Augusto, antes fornicador de las indias (así las llama el personaje) que a su antojo poseía en El Herradero, se extenderá a la pérdida del control, ya no poseerá los hilos de una situación en donde hasta los gabachos les rendían cuentas, porque los Barraza por tradición habían peleado con el ejército gabacho en las guerras mundiales, en Corea, en Vietnam. El río que alguna vez estuvo en territorio mexicano ahora es borde de dos naciones, y eso los Barraza lo han sabido aquilatar. En su beneficio, desde luego, bajo el imperio de sus propias leyes. Pero el hijo de Barraza se ha metido con la hija de Castillo y ojo por ojo que la sangre de los Barraza ha rebasado sus propios límites.

Parra es virtuoso en los diversos registros narrativos, el lector escucha a sus personajes y no duda de que en cada texto hay esa difícil cualidad que alababa el uruguayo Felisberto Hernández: la vida en el cuento. Los cuatro cuentos que conforman este volumen ostentan la naturalidad de quien ha hecho del lenguaje un asunto plástico, de la metáfora y la analogía un recurso justo para construir las imágenes, los climas y ánimos de las situaciones contadas. La prosa de Parra corre con una música propia, lleva por timón la aguda observación del autor que mira el espectáculo de la calle, del poder, de la intimidad y nos coloca frente al desarropo de sus personajes. La música y el ritmo del fraseo con que Parra sabe decir y punzar se suma a lo contado para hacer de su narrativa un hecho memorable. Bienvenidos estos nuevos cuentos del premio nacional Efrén Hernández 2004.