La Jornada Semanal,   domingo 26 de febrero  de 2006        núm. 573


HUGO GUTIÉRREZ VEGA

GRECIA Y ALFONSO REYES (I de II)

La Grecia clásica ha sido un tema y una influencia constante en la literatura iberoamericana. Los grandes escritores del Barroco, Sor Juana Inés de la Cruz, Carlos de Sigüenza y Góngora, y muchos más, tomaron de la historia y de la mitología griegas, temas y referencias que aparecen con notable frecuencia en la mayor parte de sus obras.

Durante el siglo XIX, los humanistas iberoamericanos Andrés Bello, Eusebio Caro, Rufino José Cuervo, Sarmiento, Altamirano, etcétera, encontraron en la Grecia clásica la fuente principal de su información y basaron la mayor parte de sus conocimientos y de sus construcciones intelectuales en la inagotable riqueza de la herencia ateniense.

El pensamiento y las concepciones artísticas de la Grecia clásica están permanentemente vivos y actuantes en la obra de los humanistas, filósofos, escritores y artistas de los pueblos iberoamericanos. Uso deliberadamente la palabra "vivos", pues no se trata de un patrimonio arqueológico sino de una presencia que conserva toda su calidad inspiradora y la frescura de su impulso original. De ese patrimonio brotan los arquetipos que ilustran a la ciencia, la filosofía, la literatura y el arte de nuestros tiempos. ¿Qué sería de la psicología sin Electra y Edipo?, ¿qué sería de la filosofía sin las presencias de los atomistas, de Heráclito, Sócrates, Platón, Demócrito, Epicteto, Anaxágoras y Aristóteles?, ¿qué sería de las artes plásticas sin Fidias y Praxiteles?, ¿qué sería de la literatura sin Homero, Safo, Anacreonte, Simónides, Píndaro, Esquilo, Sófocles, Eurípides o Aristófanes?, ¿qué sería del pensamiento político sin Pericles o Solón? En fin, para los iberoamericanos, como para todos los que pertenecemos al llamado pensamiento occidental, Grecia es nuestro punto de partida, nuestra eterna primavera del espíritu.

Quiero hablar de un humanista y escritor mexicano que dedicó gran parte de su vida y de su trabajo al estudio del pensamiento clásico griego, Alfonso Reyes. Poeta, ensayista, narrador, promotor cultural, dramaturgo, fue un humanista integral, un hombre de letras en el más estricto sentido francés del término. Su obra inauguró muchos campos culturales en México, España e Iberoamérica y sirvió de base a incontables trabajos de investigación. Su curiosidad era interminable. No hubo campo del conocimiento humano que no fuera escudriñando por este escritor dueño de una permanente y exaltada capacidad de admiración. Dedicó su vida a la literatura y cumplió con admirable alegría todas las obligaciones impuestas por su vocación. Así decía:

Escribir es como la respiración de mi alma, la válvula de mi moral. Siempre he confiado a la pluma la tarea de consolarme o devolverme el equilibrio que el embate de las impresiones exteriores amenaza todos los días. Escribo porque vivo. Y nunca he creído que escribir sea otra cosa que disciplinar todos los órdenes de la actividad espiritual y, por consecuencia, depurar de paso todos los motivos de la conducta. Ya sé que hay grandes artistas que escriben con el puñal o mojan la pluma en veneno. Respeto el misterio, pero yo me siento de otro modo. Vuelvo a nuestro Platón, y soy fiel a un ideal estético y ético a la vez, hecho de bien y de belleza.

Afirma Bonifaz Nuño que Reyes es uno de los mayores "héroes culturales" de América, pues tenía la voluntad de que nuestro continente se convirtiera en un "centro irradiante de cultura". Por esta razón buscó en la Grecia clásica los modelos capaces de consolidar una cultura, de establecer una precisa visión del mundo. Reyes fue siempre a las más profundas raíces de la cultura de Occidente para hacer sus propios descubrimientos. Como tantos otros helenistas, frecuentó el campo clásico para obtener su propia cosecha. No por un prutiro de originalidad sino por obra y gracia de su personal manera de mirar las cosas y de recolectar los frutos de ese árbol vivo y venerable. Su conocimiento de la antigua Grecia le permitió acercarse a todos las aspectos de la cultura occidental e interpretar con una profundidad mayor las grandes claves de la identidad cultural de Iberoamérica y, en particular, de su propio país. Por esta razón, su luminoso libro Visión de Anáhuac, prodigiosa mirada a los aztecas y a sus formas de vida, tiene un aliento proveniente de las lecturas griegas de su autor. Su prudencia, su equilibrio y la forma de armonizar los elementos, tienen un inconfundible sabor ateniense.

Son muchas sus obras sobre Grecia: Cuestiones estéticas, La crítica en la edad ateniense, La antigua retórica, Religión griega, Mitología griega, Los héroes, Junta de sombras, Estudios helénicos, El triángulo egeo, La jornada aquea, Geógrafos del mundo antiguo, Algo más sobre los historiadores alejandrinos, Los poemas homéricos, La afición de Grecia, Andrenio: perfiles del hombre, entre muchas otras.

En sus primeros tiempos de afición griega, leyó numerosos estudios sobre el mundo clásico y se familiarizó con las obras de Evans, Blegen, Wace, Ventris, Chadwick, Alcie Kober, Sitting, Sundwall, Georgiev, etcétera. Estas lecturas y su arduo aprendizaje del griego clásico, le ayudaron a convertirse no en un investigador de mundos muertos sino en un admirador, un estudioso de la inmarchitable vitalidad del pensamiento y del arte de Grecia.

(Continuará.)