Usted está aquí: viernes 24 de febrero de 2006 Opinión Irak: ¿a quién le conviene la guerra fratricida?

Editorial

Irak: ¿a quién le conviene la guerra fratricida?

Tras el atentado que destruyó la Mezquita del Domo Dorado de Samarra, uno de los más importantes templos chiítas en Irak, se ha desatado una ola de violencia cuyas principales víctimas son de origen sunita: más de 130 integrantes de esta rama del Islam han sido asesinados en Bagdad y Basora en horas recientes, y más de un centenar de lugares de oración sunitas han sido atacados con distinto grado de agresividad. Las conversaciones para conformar un gobierno de unidad entre las fuerzas políticas de los tres principales grupos de población ­sunitas, chiítas y kurdos­ descarrilaron a consecuencia de la escalada, y en Occidente se prefigura ya una guerra civil en la nación ocupada.

Con los reflejos mentales abonados por la desinformación de los grandes medios, se da por descontado que el ataque a la mezquita fue perpetrado por alguno de los grupos insurgentes sunitas que combaten a los ocupantes angloestadunidenses y al gobierno kurdo-chiíta de Yalal Talabani e Ibrahim al Yaafari, pese a que ningún grupo ha reivindicado la acción criminal. Sin embargo, la supuesta autoría sunita del ataque dista de ser obvia, como no lo son los diversos ataques a templos y multitudes chiítas que se vienen perpetrando en el destrozado país árabe.

De hecho, los sunitas, minoritarios en términos demográficos y expulsados del poder por la invasión y el arrasamiento de Irak, tienen todo que perder con esta clase de acciones que apuntan a granjearles el odio de la mayoría chiíta y a minar las posibilidades de preservar en alguna medida la unidad nacional, severamente fracturada por el texto constitucional que idearon los ocupantes occidentales.

En cambio, la confrontación entre iraquíes de distintas etnias y corrientes islámicas, y el linchamiento masivo de sunitas, favorecen de manera evidente los intereses de los invasores angloestadunidenses. Por una parte, Washington y Londres siguen persuadidos de que la población sunita es el principal sostén de la resistencia armada contra la ocupación; por la otra, actos tan provocadores como el referido dan pie a los gobiernos de George W. Bush y Tony Blair para justificar la permanencia de las tropas estadunidenses y británicas en el territorio iraquí; adicionalmente, la ruptura de las pláticas para la formación del gobierno hace evidente el caos imperante en el Irak posterior a la dictadura de Saddam Hussein y permite argumentar en torno a la necesidad de perpetuar la ocupación militar.

Con esas consideraciones en mente, resulta ineludible considerar la posibilidad de que el atentado haya sido planeado y ejecutado por los propios estadunidenses. Nadie ignora que Washington y sus servicios secretos han montado, en repetidas ocasiones, provocaciones como esa para atizar conflictos que podían favorecer los intereses imperiales.

En cuanto a la capacidad de operación de los soldados occidentales destacados en Irak, ha de recordarse que recientemente, en Basora, las autoridades locales detuvieron a militares británicos que operaban disfrazados de árabes, y que las fuerzas de Londres protagonizaron un violento rescate de sus efectivos de la cárcel local. Washington carece de la capacidad ­y también, quizá, de la voluntad­ de pacificar Irak, pero tiene, en cambio, medios sobrados para vestir a algunos de sus comandos con uniformes de la policía local y enviarlos a volar una mezquita.

Sí, sin duda la destrucción del templo chiíta tiene como propósito sembrar "la discordia civil", como dijo Bush; sí, se trata de un "crimen para incitar el odio sectario", según palabras de Talabani. Bien podría tratarse, además, de un atentado de autoría estadunidense, como aseguró sin rodeos el presidente de Irán, el chiíta Mahmud Ahmadineyad.

Si no quedara clara la voluntad del gobierno de Washington de destruir a Irak, basta con recurrir a los soportes gráficos y videográficos que documentan la destrucción vesánica perpetrada en ese país por los invasores, los cuales, en la primavera de 2003, bombardearon hospitales, escuelas, iglesias y barrios residenciales, permitieron el saqueo de museos y bibliotecas y consintieron el pillaje y el incendio de las principales oficinas públicas. ¿Qué tanto habrían de dudar a la hora de reventar una mezquita, sobre todo si con ello se vuelven, en su propia lógica, "imprescindibles" en el país árabe?

 
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