Usted está aquí: martes 21 de febrero de 2006 Opinión Vladimir Cora en el museo Cuevas

Teresa del Conde

Vladimir Cora en el museo Cuevas

Debido a la dificultad que desde hace algún tiempo restringe la exhibición de muestras individuales de artistas contemporáneos de México en museos del INBA (a menos que se encuentren apoyadas por las más altas autoridades oficiales), varios artistas han optado por presentar conjuntos de sus obras recientes en el museo Cuevas, cuyos generosos espacios se prestan a este tipo de consecuciones, gracias también a las acertadas museografías que allí se realizan y a la amabilidad del personal.

De este modo Luciano Spanó, Sergio Hernández, Miguel Angel Alamilla y ahora el artista nayarita Vladimir Cora han presentado allí muestras individuales.

Negar la energía síquica y productiva de Cora sería injusto, pues la ha demostrado con creces desde antes de que Rufino Tamayo le proporcionara un fuerte espaldarazo que permitió al entonces joven pintor, sumarse al establo de la galería de Bernard Lewin en Palm Springs, California, cosa que sucedió en 1983-84, después de su inclusión -por parte de un jurado estricto- como participante de la primera Bienal Tamayo, que tuvo lugar en 1982.

Con estudios iniciales en su ciudad de origen y posteriormente en La Esmeralda, Cora se abrió camino participando en individuales y colectivas en muchos sitios. También ha impartido cursos en varias dependencias y ha promovido a otros artistas jóvenes.

Tiene amplia capacidad de absorción y seguramente cuenta con equipo de ayudantes, lo que le permite moverse con soltura sin abandonar su producción. Inclusive hay un museo en Nayarit que está bajo su rectoría.

Los mayores aciertos que ofrece en la exposición del museo Cuevas están por el lado de la escultura. Ofrece dos vertientes: piezas de pequeño formato que guardan un atractivo carácter artesanal con connotaciones eróticas codificadas a partir de elementos vegetales y esculturas de tamaño mediano o grande. Estas tienen su origen en formaciones naturales, raíces, fragmentos de esqueletos de árbol con desplazamientos que por sí mismos ya son escultóricos, pues en la selección que realiza ya predomina un determinado análisis de la forma.

Se dota a estos elementos de un alma de fierro, se cubren de yeso y de allí se sacan los moldes que dan origen a los bronces. Pude percibir que no pocos guardan parecido con esculturas -también de formas orgánicas- que ha venido realizando a lo largo de lustros Alberto Castro Leñero, a quien Cora ha visitado en su taller no pocas veces. Se les percibe en ese sentido como maestro y discípulo.

Las pinturas, algunas de formato grande, están realizadas al óleo con ''enamel" según rezan las cédulas. Enamel es en realidad esmalte, pero a mí me dio la impresión de que se trata de laca automotiva, sin poder asegurarlo. No creo que esas aplicaciones les sean favorables, aunque debo admitir que proporcionan a los cuadros cierto toque norteño o chicano que les otorga identidad. Cora ha estado bastante permeado por las manifestaciones artísticas del norte, pues fue en Tijuana donde realizó sus estudios iniciales, antes de matricularse en La Esmeralda; a ese carácter norteño contribuyen las exposiciones que ha presentado en Laguna Beach y en otras ciudades californianas, como Santa Mónica y San Francisco. Activo promotor, ha auspiciado exposiciones de colegas suyos en Tepic, Mexicali, Tijuana y otros sitios.

Su actual exposición Flores para Mary cuenta con dos publicaciones, la más completa es un libro-catálogo de pasta dura, que contiene un ensayo de la historiadora del arte Margarita Nieto, en edición bilingüe. Según la especialista, esta serie se significa por haberse constituido en un diálogo entre el artista y su musa que no es otra que su joven y guapa esposa.

En el curso del ''orden natural de las cosas", según Nieto, él y su musa son dos polaridades (pues sí, la masculina y la femenina) que se hacen patentes en los rasgos híbridos de sus abstracciones vegetales; estas conllevan la mayoría de las veces una escritura sígnica quizá de procedencia masónica, como aparece en una de las más afortunadas piezas: Flor geométrica.

Antes Cora manejaba la figura deconstruida, un poco en tónica tamayesca. En Naturaleza fragmentada incluye un desnudo femenino realista, pero debido al mal manejo de proporciones el cuadro es el menos afortunado de todos. Entre los mejores está el tríptico Cocal, en el que restringió la paleta a tonos neutros, si bien los chorreados aparentes son innecesarios.

Un catálogo suplementario da cuenta de lo que se exhibe en cuidada edición. Sin embargo, con todo respeto debo decir que la presentación, firmada por la directora del museo, Beatriz del Carmen Cuevas, resulta improcedente e inesperada.

 
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