Usted está aquí: lunes 20 de febrero de 2006 Deportes Inéditas, en el coso de Mixcoac, las figuras españolas por los toritos que les sirven

Enrique Ponce y El Juli, más toreros en su país por los bureles que deben enfrentar

Inéditas, en el coso de Mixcoac, las figuras españolas por los toritos que les sirven

Corresponsables de esta situación, autoridades, empresa, apoderados y crítica

LEONARDO PAEZ

Ampliar la imagen Christian Ortega, sometido por su primer enemigo Foto: Jesús Villaseca

En atención a los lectores de La Jornada y vista la desalmada combinación de ayer en la México, transcribo mi artículo "Ponce, el desconocido", publicado en el número 598 del semanario taurino español 6 toros 6, así como la respuesta del director para Europa de dicha publicación, José Carlos Arévalo, en el número 599.

Decía mi texto:

Franciscanamente la afición sana de México, ésa que no ha perdido la memoria tauromáquica del país y de los representantes mejores del toreo provenientes de otros países, espera a que una tarde cualquiera en la Plaza México el maestro valenciano Enrique Ponce se olvide de los amigos y el ventajismo y se acuerde de la grandeza.

Han pasado 12 largos años de ensayo y error a cargo de la voluntariosa administración del otrora coso más importante del continente, y es fecha que al diestro de Chiva, encumbrado hace 10 como consentido del espectador ocasional, es decir de esa mayoría que sólo asiste cuando son anunciados él, Hermoso o El Juli, nomás no ha visto a Enrique enfrentar una corrida de toros.

¿Cómo entonces se desató la poncemanía entre el público taurino de la capital del país?

No sólo por la índole del ganado que Enrique exige, joven, descastado y repetidor en el mejor de los casos, sino por su estrecha amistad con los promotores, así como por la incondicionalidad de los medios adscritos a esa cadena de intereses.

Con el apoyo sistemático del duopolio televisivo, de programas radiofónicos y prensa escrita -salvo 6 toros 6 no existe otra revista taurina en el país-, en México Ponce ha visto pasar sus mejores años toreros entre la comodidad excesiva y las vacaciones pagadas, como si sus impresionantes récords de una década consecutiva toreando en España cien o más festejos por temporada lo dejasen exhausto para intentar nuevas hazañas en plazas americanas.

Atenido a su personalidad y a su gran nivel técnico, así como a la inadvertencia de ese público que esporádicamente asiste a la función taurina, Enrique ha optado por desarrollar en la desprestigiada plazota una tauromaquia de relumbrón en la que el posturismo efectista ha sustituido a la lidia de altos vuelos, ésa que ante reses encastadas, con edad y trapío, en su momento lo encumbró en su país como primera figura del toreo.

Aprovechando la creciente depresión taurina de México, hace años carente de una baraja cotizada y con capacidad de competencia, y acostumbrado a consentir torillos de dudosa bravura que salvo confirmadoras excepciones la crítica no censura, el valenciano acumula en la Monumental de Insurgentes actuaciones y triunfos de escasa trascendencia tauromáquica y artística, aunque ahora diga sorprenderse de que en la sexta corrida de la temporada el grueso de ese público inadvertido lo haya obligado a meterse al callejón cuando pretendía dar la vuelta al ruedo, tras otra "magistral" faena a un manso anovillado de Teófilo Gómez.

Ponce lo sabe, pero sus amistades lo disuaden, finalizaba mi columna.

A la semana siguiente José Carlos Arévalo, en un editorial titulado "Piedras contra el propio tejado", aludía a mis apreciaciones en los siguientes términos:

"...El descrédito no parece preocupar a nadie. Se diría que como se confía tanto en la fiesta, no importa seguir enlodándola. Por seguir en México, vayamos al caso Ponce, ahora resucitado en esta misma revista (ver 6T6, núm. 598, pág. 8). Resulta que el valenciano es uno de los diestros españoles más queridos por la afición azteca. Resulta que tiene por costumbre congregar a las masas en la Plaza México y triunfar a golpe cantado. Resulta que este año está realizando su temporada americana más memorable. Y resulta que lo hace con el toro habitual en aquellas tierras, ni más chico ni más grande, ni más ni menos armado que los lidiados por otros espadas. Pues bien, ahora termina resultando que Enrique Ponce, el triunfador de México, de Colombia, de Venezuela, de Ecuador, el torero que está tirando del carro, el que está haciendo fiesta, sólo torea becerros. ¿Qué les parece a ustedes? A mí me parece que con taurinos así no necesitamos antitaurinos", remataba Arévalo su defensa.

Salvo el término "becerros", que nunca utilicé en el artículo y de que jamás me he considerado taurino, sino aficionado pensante, juzgue el lector cuáles argumentos solapan la execrable fiesta de toros que padecemos aquí hace años.

 
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