La Jornada Semanal,   domingo 12 de febrero  de 2006        núm. 571
CINEXCUSAS
Luis Tovar
[email protected]

 CINE PARA LEER

Desde hace ya más de cuatro décadas, Jorge Ayala Blanco parece haber decidido poner en práctica un famoso consejo atribuido a Tito Monterroso. Según eso, llegaba un momento en que los asistentes al taller literario impartido por el autor de Lo demás es silencio recibían la sana recomendación de convertir, a la hora de la escritura, los defectos en virtudes.

Unos lo dicen más fuerte y otros más quedito, pero durante muchos años a este sumeteclas le ha tocado escuchar, a modo de reproche, algo que puede resumirse en una metáfora, no sé qué tan feliz: que leer una crítica de Jorge Ayala Blanco es como entrar a una jungla sintáctica donde a veces no hay machete que valga. Ciertamente, la de Jorge no es una escritura sencilla, de ésas tan de moda en cierto periodismo reciente que sostiene un divorcio jurado con todo aquello que huela, siquiera un poco, a complejidad. Y como a ese periodismo le da por suponer que lo complejo siempre viene cubierto con lo complicado e inclusive con lo abstruso; y como el que manda últimamente y en infinidad de medios es ese periodismo encandilado con la frasecita "es que la gente no tiene tiempo de leer textos largos o complicados"; y como es más cómodo creer en tal embuste y ponerlo en práctica ya sea leyendo o escribiendo; y como todo eso, más algunas otras deficiencias, lo que tenemos como resultado es una reacción antípoda por culpa de la cual Muchagente cree, entre tantas otras mendacidades al uso, que la crítica cinematográfica es aquello que suele pasar por televisión o imprimirse acompañando publicidad: dos o tres frases, bobaliconamente calificatorias, necesariamente elogiosas y obligadamente breves, muy útiles para dar cuenta de los gustos del declarante, pero perfectamente inútiles para dar cuenta de la película de la que se esté hablando.

Quizá sea la ironía, esa clave tan monterroseana, la mejor herramienta para acercarse a la obra del amigo y colega Jorge en general, y a su más reciente volumen: El cine actual, palabras clave, en particular. Dicho sea irónicamente, pues, Jorge ha sabido encausar su pletórico y evidentísimo amor por las palabras —y claro, por el cine-- en el ejercicio de una crítica a su vez constantemente criticada. Pero, volviendo a la metáfora infeliz, tengo para mí que si Muchagente se adentra con machete a esa jungla está perdiéndose lo mejor de ella, y hasta sin querer lo que intenta es imaginarse el texto de Ayala Blanco como sería si no lo hubiera escrito Ayala Blanco sino Cualquierotro.

Si no queda otro remedio que entender por "fácil" la ramplonería y la banalidad campantes en mucha de la crítica cinematográfica mexicana actual, habría que agradecer, y no recusar, que los textos de Jorge no sean fáciles de leer. Habría también que poner más énfasis en lo que dice y no tanto en cómo lo dice. Entre otras cosas, y en lugar de irse por la —esa sí-- fácil de argumentar que cuesta trabajo leerlo, así Todomundo dejaría de escurrirle el bulto a una discusión de ideas mil veces más enriquecedora que la descalificación apriorística. Hay bastante de dónde cortar, pues que Jorge sabe de lo que habla es bien evidente en El cine actual, palabras clave, en el que, fiel a su virtudefecto de trenzar las luengas frases de cada discurso a partir de una palabra que rige de principio a fin, va del abismo a la zozobra cinematográficos en lo más reciente de la producción mundial.

Un servidor tiene sus diferencias, unas breves y otras no tanto, con más de un punto de vista del autor de La grandeza del cine mexicano y varios otros títulos, pero eso jamás ha significado pintada de rayas, ruptura de lanzas, enconado intercambio de improperios ni mucho menos el mexicanísimo ninguneo, aplicado con entusiasmo lamentable a quienes no le brindan a Uno las lisonjas a las que sólo Uno se siente acreedor. En primer lugar porque de entrada no tendría por qué ser así, y en segundo lugar porque, bajo el posible y natural desacuerdo a la hora de opinar sobre una opinión, subyace la obligación evidente de reconocer en el trabajo de Jorge Ayala Blanco una honestidad y un conocimiento de causa que ya quisiera Todomundo para dominguear. En todo caso, lo que resulta imposible al leerlo es permanecer indiferente; pero más que eso, si se lee con la atención debida puede aprenderse, y no poco, acerca de cómo acercarse al cine, lo cual —hay que insistir-- es mucho decir en un medio que suele refocilarse en la celebración de la fruslería y el asesinato de la idea.