La Jornada Semanal,   domingo 5 de febrero  de 2006        núm. 570
LASARTESSIN MUSA
Jorge Moch
[email protected]
 

 

 UNA DE GUAMAZOS

El 23 de enero de 2005 se concretó la posibilidad largamente acariciada por la NBC de contar con un reality show novedoso, nece-sarísimo gancho al plexo para sacar el aire a su más acérrima competidora, la cadena FOX que, con American Idol, por cerca de tres años se estuvo comiendo crudos los índices de teleaudiencia en Estados Unidos —y en Latinoamérica, durante las repeticiones que siempre nos llegan tarde porque somos plato de segunda mesa. En la firma del convenio estuvieron grandes personalidades del mundillo de la producción televisiva, como Mark Burnett y, aunque suene un poco a chiste, el veterano Rocky, Sylvester Stallone.

Pero no, Stallone, que como actor ha sido más bien malito, no firmaba como protagonista per se de una serie, sino como productor y conductor (junto con el ex campeón mundial de boxeo Sugar Ray Leonard) de un reality show, The Contender, cuya traducción más de mi gusto debió ser El Contendiente, pero acaso por cuestiones de facilismo comercial se llamó en México El Retador y se transmite —tarde, se insiste, porque nos llegó con retraso de más o menos medio año y quienes seguimos el programa por fuera de la televisión abierta ya sabíamos quién era el ganador, desde mayo de 2005, de la gran final que salió al aire hasta ahora, a principios de 2006— a las 21:30 de cada miércoles, en la barra de Canal 7 de TV Azteca.

El Retador es básicamente como Alcanzar una estrella pero los participantes, en lugar de ser figurines de cera y silicona que cantan y bailan melodías pegajosas de cuestionable calidad artística, son dieciséis boxeadores, muchos de ellos posicionados en tabula-dores reconocidos como el Consejo Mundial de Boxeo, a los que se interna quince semanas en una "casa" gimnasio y se somete a pruebas de habilidad de cuyos resultados los ganadores van estableciendo el calendario de peleas porque, en sí, El Retador es un torneo mundial de boxeo. De los dieciséis contendientes cuatro son de origen mexicano aunque radicados en California y Texas. Encima de todo el paquete relumbra el primer premio de un millón de dólares libres de polvo y paja, una camioneta nueva y lo verdaderamente importante para los participantes (aparte del millonsote, claro): un contrato de cuatro años de promoción en el ranking del boxeo mundial. Según los productores, el quid del asunto es encontrar una nueva estrella del boxeo en tiempos en que ese deporte ha perdido la inercia publicitaria que antaño lo caracterizara; y cierto es que hoy no hay las grandes figuras del boxeo que hubo desde mediados y hacia finales del siglo pasado, desde Cassius Clay-Muhammed Alí hasta Julio César Chávez, pasando por George Foreman, Carlos Monzón, Roberto Durán, Vicente Saldívar, el Púas Olivares, Carlitos Zárate, Alexis Argüello, Larry "la Cobra de Detroit" Haggler, Mike Tyson o esa ulterior promesa trunca del boxeo mexicano que fue San Salvador, Sal Sánchez.

El programa consta, pues, además de los consabidos chismes internos y las guerras de egos, de pruebas por equipos o individuales y retos en que se establece quién pelea contra quién, y el clímax de cada episodio es un match de cinco rounds de un boxeo cruel-mente aguijoneado por la sed de éxito de los participantes. Quien gana se queda y pasa a la siguiente ronda. Cuando hay descalificaciones —hubo dos, por lesiones y enfermedad— se somete a votación entre los contendientes y por mayoría se escoge a uno de los que por haber perdido una pelea tuvieron que abandonar el "juego". Dice mi mujer —a más de juiciosa y harto más civilizada que este escribidor— que todo ello no es más que un churro peor que la más pinche de las telenovelas, pero debo reconocer que para quienes cedemos fácilmente a la brutalidad del boxeo —aunque como un servidor seamos enemigos, por ejemplo, de la brutal carnicería que son los toros, digo, nomás para establecer cómo nada es solamente blanco y negro, sino de una infinita gama de grises— El Retador resulta apasionante. Y es que se trata de algo elemental: los contendientes se trompean de veras. Sólo se compra su lugar en el concurso quien lo paga, y caro, con sangre, sudor y lágrimas verdaderos.

Sería bonito (sí, bonito) ver algo similar pero con los candidotes candidatos a la presidencia ahora que, retomada la cabalgata, se van a estar dando hasta con las sillas del templete. Y el título pues ni pintado: El Candidato, como la película de Redford pero sin sus atributos aunque eso sí: con harta sangre...