Usted está aquí: jueves 2 de febrero de 2006 Opinión Foro Etico, foro político

Adolfo Sánchez Rebolledo

Foro Etico, foro político

Si el Foro Etico Mundial se ha reunido en México para decir que "Toda la política, gubernamental, internacional, partidista o ciudadana, tiene una dimensión ética esencial, que puede ser negada, atacada y menospreciada, pero que nunca desaparece, y por tanto toda acción o estrategia política, toda entidad política y toda política pública, puede ser valorada a la luz de los principios éticos", entonces, digo, el esfuerzo ha sido demasiado grandilocuente para tan escasos resultados. Pero no es así. En rigor se trataba y se trata de establecer la línea de demarcación entre la que llamaríamos una "ética verdadera" y otras inspiradas en valores que se consideran negativos o falsos, es decir, a fundamentar la lucha ideológica contra las corrientes políticas que hoy los miembros del Foro Etico estiman indeseables. Por ejemplo, en nombre "de la dignidad de la persona humana y su destino trascendente", de inmediato condenarón al régimen de Venezuela, marcando así sus territorios y promesas.

Muy lejos de ser o parecer un cónclave filosófico, el Foro Etico surge con la pretensión de abrir una experiencia inédita entre el Davos del gran capital y el Foro Social Mundial (FSM), capaz de incidir en la agenda de la globalización fortaleciendo una propuesta de "identidad cristiana", una suerte de tercer camino entre el neoliberalismo y lo que ellos ya denominan el "neopopulismo", representado por la gran corriente mundial de oposición al neoliberalismo con todas sus variantes y formulaciones. Aunque su inspiración más obvia y directa proviene de la doctrina social de la Iglesia, los impulsores del foro reivindican para sí el mítico Tratado de Roma, es decir, el modelo que inspiró la reconstrucción europea en la posguerra.

Si bien el foro admite de palabra el diálogo con posiciones política e ideológicas distintas, en rigor promueve un conjunto de valores derivados de la visión religiosa, sin aceptar siquiera la posibilidad de otras concepciones. Y hace política militante con ella. Un ejemplo basta para ver de qué se trata cuando de valores éticos hablan estos celosos guardianes de la fe.

En las conclusiones del encuentro realizado en Cuernavaca, leídas por ese ciudadano profesional que es Guillermo Velasco Arzac, se dice: "Cualquier ley o política pública que atente contra un derecho humano fundamental o sea esencialmente contraria a los principios éticos universales no tiene legitimidad, aunque haya sido aprobada en votación democrática legislativa y con formalidad legal; por tanto, las personas tienen no sólo el derecho humano y la libertad de no obedecerlas, sino la obligación ética de combatir para que no se apliquen y para que sean derogadas o modificadas de fondo".

No obedecer la ley, aunque ésta haya sido aprobada en "votación democrática.. .y con formalidad legal", es una curiosa (y muy levantisca) manera de entender el funcionamiento del Estado constitucional que, además, demuestra la hipocresía esencial de la derecha mexicana en materias donde lo mejor para ella sería callarse. El tema de los valores se lleva a la política concreta como una reivindicación del ciudadano frente al partido, esto es, como una apuesta por la "ciudadanización de la política y la politización de los ciudadanos", que lejos de ser, como parece, una consigna de vanguardia, impide hacer la crítica de fondo al régimen de partidos cuya renovación es ya indispensable.

La asistencia del secretario de Gobernación, Carlos Abascal, "un católico militante", según lo definen fuentes cercanas al foro, es un nuevo paso en el camino de revertir en los hechos el espíritu histórico del laicismo mexicano, tal como aparece y se consagra en las leyes mediante la más tajante y rigurosa separación entre las iglesias y el Estado. Que un ministro de Gobernación concurra, como ya ha hecho en otras ocasiones, a "título personal" a reuniones confesionales no es más que un eufemismo, una burla al espíritu y la letra de la Constitución, un paso más en la carrera por desmontar los cimientos del Estado de ella surgido y, a su manera, una forma de influir en los acontecimientos mundanos hoy tan electorales.

En el fondo se trata de reinterpretar la historia para dar legitimidad a sus aspiraciones. Por ello, como ha dicho con oportunidad y claramente Carlos Monsiváis, el tema crucial es el laicismo vinculado a la obra de la Reforma y a la tarea de Benito Juárez, a quien el escritor rinde homenaje diciendo: "Lo más profundo de su legado es la certidumbre del laicismo, iniciado con las Leyes de Reforma y proseguido con la Constitución de 1917. El laicismo garantiza la actualización permanente del conocimiento, la certidumbre de una enseñanza no afligida por los prejuicios y la exigencia de sometimiento a un solo credo, el respeto del Estado a las formas distintas de profesar una fe o abstenerse de hacerlo, la discusión libre de los avances científicos, las libertades artísticas. Por tolerancia se entendió en el siglo XIX aceptar las extravagancias o los disparates incomprensibles de las minorías; hoy tolerancia, y eso proviene del ideario juarista, es el intercambio de aceptaciones, la convicción de que hay más cosas en el cielo y la tierra de las que sueña la filosofía de cada persona" (En Guelatao, 21 de enero de 2006). A Monsiváis y su valiente discurso todo mi reconocimiento y amistad.

 
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