A LÁPIZ
Enrique López Aguilar
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LEER POESÍA (I de II)

A Georgina Gutiérrez

Se dice que en México escasean los lectores de poesía en relación con los de prosa —particularmente la narrativa—, que publicar poesía es mal negocio para los editores, que no hay cultura poética… Sin embargo, algunos de los objetos ofrecidos por los vendedores que trashuman los vagones del Metro son libros con títulos como Las cien mejores poesías, Poesías para declamar, más otros por el estilo, y nunca faltan compradores para esos curiosos utensilios editoriales. Cuando Jaime Sabines ofreció recitales de su obra en la Sala Netzahualcóyotl, poco tiempo antes de su muerte, la multitud desbordó el espacio y dejó saber que había leído la obra del poeta y la conocía de memoria. ¿Será que sí hay lectores buscando libros de poesía, pero los consumen de manera distinta a los otros libros cuando los encuentran —pasándolos de mano en mano, por ejemplo? Como sea, al margen de la calidad de los poemas leídos por estos usuarios, es difícil calcular su demografía dentro del reducido mapa de lectores mexicanos.

La poesía es a la música de cámara lo que la novela a la música sinfónica: uno de sus quids radica en el alejamiento del lenguaje común y en la simultánea cristalización de éste; desde tal comparación, parece redundante la certeza de que el público masivo elige la música sinfónica y la novela cuando opta frente a estructuras más complejas y sutiles. La lengua poética es rara, afectada y rebuscada en comparación con la usual y la prosística, aunque surja de ambas, pero su alambicamiento respecto a la lengua de todos es semejante al ocurrido entre un cuarteto de cuerdas y una canción de Shakira. Tal vez no todos los lectores perciban el artificio de la lengua poética, sino sólo su efecto tangible: la belleza y la perfección de los versos; tal vez discernirán las diferencias entre el verso libre y la prosa, y seguramente intuirán las distancias que hay entre el verso medido y el verso libre.

¿Estas son obligaciones del lector común? Tal vez no, pero sí lo son de los lectores especializados y la crítica literaria, quienes dan por sentado que si algo debe mantener el verso libre es la acentuación, aunque pierda el metro y la rima. Frente a un ejemplo de verso libre como el siguiente, tomado de Two English Poems, de Borges (1, v. 1), en traducción de José Emilio Pacheco: "El alba inútil me encuentra en una esquina desierta; he sobre-vivido la noche […]", el crítico cuenta las sílabas y sabe que el verso completo mide veinticinco; también sabe que todo verso de arte mayor no es más que una combinación de versos de arte menor, como en este caso: El alba inútil me encuentra (octosílabo) en una esquina desierta (octosílabo); he sobrevivido la noche (eneasílabo). No ignora que, en la traducción de Pacheco, el acento fuerte de cada octosílabo está en la cuarta sílaba: inútil, esquína; y que en el eneasílabo, se desplaza a la quinta: sobrevivído. De ir más lejos, sabría decir si en esos versos predominan los ritmos o pies yámbicos, trocaicos, dactílicos, anapésticos, ditirámbicos…

Entre el gusto del lector y el análisis del crítico, los versos de Miguel Hernández: "Umbrío por la pena, casi bruno,/ porque la pena tizna cuando estalla […]", producen un efecto en el ánimo de quien lee, seguramente derivado del juego fonético con —br (umbrío, bruno), —ts (tizna, estalla) y con el de las p— (por, pena, porque, pena). ¿Eso le dará una atmósfera oscura al arranque del soneto? Las sutilezas técnicas, en las cuales no parece pensar el poeta, crean el artificio del poema y su belleza máxima (por lo menos, al lector le gusta suponer que los artificios del texto no fueron meditados por el autor, sino que obedecen a una suerte de cataclismo anímico y espontáneo llamado inspiración), aunque hay críticos que serían capaces de demostrar el tenebrismo formal de los dos endecasílabos citados y la primera cuarteta.

Después del análisis, el crítico entiende lo que le gustó al lector (recordará a los poetas barrocos y la forma llamada "silva", de lo más parecida al verso libre, como el "Primero sueño", de Sor Juana, y meditará que no hay nada nuevo bajo el sol): la simétrica estructura acentual del verso "libre" de Borges y las eficaces aliteraciones de Hernández, que refuerzan la dirección significativa de los endecasílabos, pero los compradores de "poesías" en el Metro no se ocupan de la crítica literaria ni de la técnica del arte poético y se enfrascan en los poemas de alguna manera, de otra manera.

(Continuará.)