Usted está aquí: viernes 27 de enero de 2006 Opinión Goya y la escritura interna

José Cueli

Goya y la escritura interna

De nuevo la presencia de Goya, en esta ocasión en el Museo Nacional de Arte, nos deslumbra y viene a confirmar una vez más que su pintura es la obra de una mente genial y un pincel privilegiado. Maestro entre los maestros, el aragonés nos confronta con la naturaleza humana, con sus luminosidades y sus negruras. Escritura interna traducida en imágenes pictóricas que no se arredran al develar la parte más oscura del ser.

Goya trasluce en su obra una excepcional capacidad intuitiva para abarcar la riqueza de las cosas, su índole estética y todos los matices humanos, aun los más complejos y casi indescifrables.

En su serie La tauromaquia muestra la lúdica y plástica presencia-ausencia de la muerte en la vida. Capta que la vida y la muerte son, en realidad, un discurrir de vida-muerte, en consonancia con lo descrito por Freud en uno de sus más profundos textos, Más allá del principio del placer, en el que coloca el acento en la complejidad de nuestro paso por el mundo. Disimulación de la marca interna mediante el deseo, expresado en la escritura que expulsa, desplaza, lo otro y su doble, como lo expresan pictóricamente los lienzos y los grabados del pintor.

Goya reveló esta especie de mundo puesto al descubierto, sacando a la luz una España surgida de la fecunda y renovadora entraña del pueblo español. De esa raza que no fue la de los conquistadores, sino de la que años después se rebelaría contra el fascismo de Francisco Franco. Raza que llegó a América, a México, no a colonizar, sino a enseñar, estudiar y meditar. Ese puñado de españoles que llegaron a este país y se identificaron con la raza de indígenas vejados por los conquistadores.

Goya pintó la raza en sus tipos más característicos y en su expresión de ambiente popular, y supo recoger, asimismo, el espíritu y la gracia de la raza sufriente, marginal, oprimida pero no doblegada, y lo hizo apoyado en un colorismo desbordado y una intensidad de emoción explosiva, desde su propia entraña, la de esta raza, carne y espíritu del pueblo que llevaba en el alma, y lo logró mediante una soberana inspiración, así como una destreza y genio de excepción.

Goya sintió la raza de los oprimidos tan hondamente, que al interpretarlos llegó a las más profundas raíces de su sicología, matizada por el dolor, para recoger toda la alegría de vivir, todo el donaire escondido en el alma popular, mexicana, española o universal, pues la obra de Goya trasciende y atraviesa tiempos, espacios y culturas. Su esencia es el ser y su más íntima sustancia.

El artista vivió la parte trágica de la raza española, a su vez conquistada bárbaramente en las exaltaciones de un egoísmo ciego. Pasión que lo llevó a afrontar, con gesto de inimitable valentía, la muerte; como lo hizo sentir y palpitar en aquellos hombres oscuros, especie de descamisados, que morían en los infames fusilamientos de La Moncloa.

Paul Lafond (1956) capta la esencia de la obra de Goya y dice: ''(...) El arte de Goya es más instintivo que racional. Es la obra de un hombre impulsivo y apasionado. En su obra se percibe un olor particular, como el que nos da en la nariz cuando entramos en un pueblo español, un olor de carne en movimiento, de sudor humano. La sensación dominante es la del duro roce de los cuerpos, los unos contra los otros, que hace soltar una especie de electricidad animal por no decir bestial".

Goya es eso y más, sus obras transmiten aquello que de la pulsión (en sentido freudiano) remite a lo más pulsional: la vida y la muerte, la belleza y lo siniestro, el amor y el odio, lo inasible y el cuerpo vibrante, la indefensión y el desamparo, la condena y la brutalidad, pero también la redención posible en la sublimación y en el genio creador.

 
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