Usted está aquí: viernes 27 de enero de 2006 Opinión Berenjenal

Jorge Camil

Berenjenal

Poco a poco escuchamos más ruidos ominosos de España. Comenzaron hace tiempo, con la amarga derrota para José María Aznar, que horas antes de la última elección pretendió aferrarse al poder a través de su protegido, Mariano Rajoy, insinuando que los actos terroristas que sacudieron a España eran atribuibles a la ETA. Se requería, pues, la mano dura del PP, era el mensaje, y no la mano condescendiente del PSOE, encarnada en la figura amable de José Luis Rodríguez Zapatero.

Aznar, tan amigo de George W. Bush, utilizó con inteligencia el cliché estadunidense sobre la izquierda liberal, donde el Partido Demócrata es tradicionalmente acusado de suave frente a los temas que amenazan desestabilizar al país: desde el crimen organizado y las drogas hasta el gasto público; desde la inmigración ilegal hasta las consecuencias del Estado benefactor; desde el espejismo comunista del macartismo de ayer hasta el terrorismo de hoy. Sólo que en el caso español, Zapatero era el demócrata y Aznar el defensor de la nostalgia franquista. Una vez derrotado, este último se encargó de viajar festejando supuestos errores del gobierno: Zapatero auspiciaba la instrucción laica (atentando contra las tradiciones religiosas de los españoles); Zapatero y su PSOE se atrevieron a legalizar (¡anatema!) el matrimonio homosexual, y el gobierno de Zapatero retiró las tropas de Irak, demostrando que no tiene tamaños para enfrentar al terrorismo (olvidó criticar la ley antitabaco, que trae a España de cabeza).

El berrinche de Aznar parece no tener fin, y lo pasea por el mundo presentando libros y otorgando entrevistas a los únicos medios que le ceden la palabra: los estadunidenses. Pero ahora la cosa va en serio, porque la pretendida reforma al Estatuto de Cataluña desató un debate nacional sobre el significado de la palabra "nacional" y sus implicaciones en el futuro de España. Ser o no ser, concluyó Cataluña, como Nunavut en Canadá y Escocia en Gran Bretaña, y propuso un Estatut que dice, sin más: "Cataluña es una nación dentro del Estado español". Y aunque complicó también las negociaciones el tema de la tributación (cuánto produce Cataluña, y cuánto recibe), la Generalitat cogió al toro por los cuernos y propuso la idea de una España plurinacional. Todo iba bien, hasta que el 6 de enero pasado, en la celebración de la Pascua militar (y aquí, en los cuarteles, y tal vez en las iglesias, es donde está el meollo del problema), el teniente general José Mena Aguado (que resultó más bien espeso) aprovechó el discurso oficial como jefe del Ejército de Tierra para hacer un pronunciamiento que sacudió a España: ante un selecto grupo de miembros del alto mando y de notables el general advirtió que, en el asunto del Estatuto, el Ejército haría cumplir el artículo 8 de la Constitución, que le impone al Ejército de Tierra, la Armada y el Ejército del Aire, "la misión de garantizar la soberanía e independencia de España, defendiendo su integridad y el ordenamiento constitucional". Así que el mensaje al parlamento español y a la Generalitat fue claro, como suelen ser los militares, que no se andan por las ramas: o se arreglan o los arreglamos. "Golpista", "trasnochado", "nazi", "franquista" fueron algunos de los adjetivos lanzados contra el general por todos los partidos, menos el de Aznar, que recomendó decir a Cataluña que continuara manejando su autonomía con la antigua ley de 1979.

Pero ahí no concluye el tema, porque la semana pasada, envalentonado por el pronunciamiento del general Mena, un simple capitán de infantería amenazó llevar su pelotón a Madrid y plantarlo frente al Ministerio de la Defensa para mostrar "su fortísimo sentimiento de desasosiego por la situación política y social de España". El capitán fue sancionado, y el general retirado del activo, pero el debate sigue en los medios "con los adjetivos al alza", como advirtió Elvira Lindo en El País. No hay columna en la que no se encuentren palabras como nazi, golpista, franquista, genocida, facha, torturador, fascista, guerracivilista, y muchas peores; conocemos el lenguaje de los españoles cabreados.

Envueltos en la bandera nacional (la de España, porque Cataluña tiene la suya) los militares acusan a los políticos de poner en riesgo las ideas de nación y patria en aras de la modernidad. Y los curas, angustiados por el tema de la educación laica y el matrimonio homosexual, van a las manifestaciones ahora, dice Juan José Millás, de la mano de los militares. Así que la España que inspiró a América Latina con el Pacto de la Moncloa, el socio importante de la Unión Europea que celebra el trigésimo aniversario de la proclamación de Juan Carlos I, el rey que consolidó la transición y recuperó la democracia, amenaza con regresar a los tiempos de Tejero.

Refiriéndose a Mena, el presidente de la Asociación de Militares Españoles dijo que "había hablado con más claridad que el rey", y aconsejó a José Bono, ministro de Defensa, que "tenga cuidado y no se meta en berenjenales que no le corresponden": ¿democracia o ruido de sables? ¿En qué berenjenal nos meteremos los mexicanos en 2006?

 
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