Usted está aquí: viernes 27 de enero de 2006 Opinión Hamas y la hipocresía de Occidente

Editorial

Hamas y la hipocresía de Occidente

A contrapelo de las tendencias dadas a conocer anteayer tras el cierre de las urnas en los territorios palestinos ocupados, las cuales apuntaban a la permanencia de Fatah en el gobierno, la situación dio un vuelco con el conteo de los votos reales, los cuales colocaron a Hamas como fuerza política mayoritaria, con 75 de los 132 escaños del Parlamento. Es un hecho: la organización islámica formará gobierno y no habrá gabinete de coalición con Fatah, cuyos dirigentes se apresuraron a confirmar que pasan a la oposición. El hecho introduce un factor novedoso y una perspectiva incierta en el de por sí complejo mapa del conflicto palestino-israelí. En la escena internacional, el triunfo electoral de Hamas ha disparado las alarmas declarativas en los gobiernos y los medios informativos de Israel y de Occidente. Se insiste en el carácter terrorista del grupo y se destaca el rechazo de Estados Unidos, Europa y, por supuesto, Tel Aviv, a dialogar con los inminentes mandos palestinos.

Más allá del escenario regional, el contundente éxito electoral de Hamas subraya incoherencias, hipocresías y dobleces de los países desarrollados ante los ejercicios democráticos en naciones débiles. Washington, Bruselas, Tokio y sus aliados se empecinan en predicar la democracia como valor universal y absoluto, pero se escandalizan cuando los procesos democráticos llevan al poder a fórmulas políticas que no son de su agrado. No hay día que George W. Bush no recomiende a terceras naciones la realización de comicios formales, pero se apresura a descalificar a los gobiernos constituidos en ejercicios impecables, transparentes y equitativos, como los que han ganado Hugo Chávez, en Venezuela; Mahmud Ahmadineyad, en Irán; Evo Morales, en Bolivia, o Hamas, en la Palestina ocupada.

Respecto a esta última, probablemente se consideraría preferible que conservara el poder una formación laica y moderada, aunque corrupta, como Fatah, y no que arrasara en las urnas una organización que reivindica la lucha armada contra los opresores del pueblo palestino. En la misma lógica, también habría sido más edificante que los electores estadunidenses hubiesen echado de la Casa Blanca a un integrista belicoso, inepto, mentiroso y poco cultivado, como el propio Bush, o que la ciudadanía británica desalojara de Downing Street al cómplice del anterior en guerras criminales, Tony Blair, o que los votantes italianos hubiesen escogido como gobernante a alguien con más aptitudes que el fársico magnate que actualmente tienen como primer ministro, o que los austriacos se hubiesen abstenido de hacer presidente de su país a un ex nazi, como Kurt Waldheim, o que los españoles no hubiesen debido soportar durante una década al neofranquista José María Aznar, o que los israelíes no hubieran entregado el poder a un responsable de crímenes de lesa humanidad, como Ariel Sharon.

Ahora, Bush, Blair, los suplentes de Sharon y el llamado "cuarteto", entre otros, claman por el desarme de Hamas como requisito para reconocer al próximo gobierno palestino y exigen que esa organización renuncie a su propósito ­insensato e inaceptable, sin duda­ de destruir Israel. En contraste, nunca se pidió a los gobiernos israelíes que depusieran su actividad de sistemática destrucción de Palestina, que hoy continúa a la vista de todo el mundo sin que estadunidenses y europeos hagan escándalo alguno.

En cuanto al coro de demandas de desarme, hay una clara inmoralidad en el hecho de que los gobiernos estadunidense y europeos, sentados sobre vastos arsenales de misiles nucleares, submarinos atómicos, portaviones, flotas de bombarderos y decenas de miles de tanques, exijan a un pueblo ocupado, miserable, despojado y sistemáticamente masacrado, que se deshaga de las pocas armas que tiene y se resigne a ser aplastado en sus propias calles por los carros artillados de los ocupantes y a dejarse matar desde los aviones supersónicos y los helicópteros de asalto israelíes que sobrevuelan su territorio.

"La paz ­aducen los estadistas de Occidente en un coro cínico y equívoco­ exige que los palestinos renuncien a las armas." "Deben elegir entre la violencia y la democracia", dice Blair, el violento demócrata que ha promovido el bombardeo, el asesinato y la tortura de civiles en Irak. Sólo con una inocultable mala fe puede omitirse un dato básico: en todo proceso de pacificación el abandono de las armas es resultado final, no condición previa.

El triunfo de Hamas no alterará la abrumadora desventaja ­económica, diplomática y militar­ de los palestinos frente a sus ocupantes, pero sí puede introducir en el escenario del conflicto un factor de equidad que acaso resulte positivo: eliminado del tablero el componente moderado de Fatah, tendrán que sentarse a dialogar los belicistas de un bando con los belicistas del otro, los integristas con los halcones, los represores con los terroristas. No hay que descartar que logren entenderse y resucitar un proceso ­necesario, moralmente imprescindible­ de paz y convivencia.

 
Compartir la nota:

Puede compartir la nota con otros lectores usando los servicios de del.icio.us, Fresqui y menéame, o puede conocer si existe algún blog que esté haciendo referencia a la misma a través de Technorati.