Usted está aquí: jueves 26 de enero de 2006 Opinión Yerma

Olga Harmony

Yerma

No dejan de oírse por ahí algunas voces descalificadoras de ''los que no se chupan el dedo'', y a las que resultaría vano dar oídos. Es cierto que en México ya se conoció algún teatro trashumante que recorrían pueblos, como el de CONASUPO o barrios de la capital, como uno auspiciado por el INBA en camiones, probablemente inspirados en la famosa Barraca que crearon en 1933 García Lorca y Eduardo Ugarte. Y podríamos remontarnos en el tiempo a Tespis y su carreta, a quien se da el crédito de iniciar el teatro occidental. Llevar buen teatro a quienes no lo llegan a ver, por diversas circunstancias, el pueblo llano, hubiera sido una hermosa tradición si más gente se empeñara en tan noble tarea: tomar del pasado lo bueno -haciendo a un lado lo malo- sería espléndido para nuestro país, no sólo para nuestro teatro. Sirva esto como preámbulo para escribir de la generosa iniciativa que Luis de Tavira, al frente del Centro Dramático de Michoacán -extensión de Casa de Teatro, AC- con su carromato Rocinante que recorre apartadas poblaciones de Michoacán llevando diferentes escenificaciones, lo que debe concitar entusiasmo en el gremio, como ocurre en esta ocasión con un grupo de teatristas capitalinos que se conjuntan con algunos del Centro Dramático de Michoacán para ofrecer este montaje.

De Yerma, la muy estudiada obra de Federico García Lorca se han presentado en México varias escenificaciones y no es el caso hablar de ella, sino de su montaje en el pequeño espacio de Rocinante, que es un tráiler que el talento de Philippe Amand -asesor de escenografía y de iluminación- ha convertido en escenario al abatir dos de sus lados, dejando una parte alta para las luces. Se arma la carpa, se distribuye la cámara negra y se colocan las gradas y listo, se puede dar la tercera llamada. Yerma se presentó un par de días en un jardín del Centro Nacional de las Artes, en el escenario con que recorrerá los apartados pueblos y permitió que unos cuantos pudiéramos verla, bajo la dirección del michoacano Mauricio Pimentel que logra un excelente trabajo, creando atmósferas contrastantes y dando los ritmos adecuados, con el apoyo del vestuario diseñado por Gabriel Ancira. Se puede destacar la escena de las lavanderas, todas de blanco, que cotillean, ríen y cantan mientras lavan rítmicamente camisas de hombre, terminando por bailar con alegría ante la sombría presencia de las cuñadas, enlutadas, que lavan trapos, porque carecen de hombres y de alegría. La escena de Dolores y las viejas es plena de oscuros ritos y la gruta del final, con el Cristo del pendón y las rezanderas ya presagia la tragedia, en que los niños del original son sustituidos por un hombre que lleva un torito de cohetería popular apagado, lo que a mi entender simboliza la fiesta de afuera y al mismo tiempo el interno dolor de la protagonista.

El director acentúa el frustrado amor de Yerma y el pastor Víctor, no sólo en las actitudes de ambos, sino en la nana del inicio, mientras la mujer duerme y sueña con Víctor cargando a un niño -un muñeco deliberadamente artificial- que dará la pauta del drama. No desdeña jugar con algún recurso chusco, como el rebaño de ovejas de juguete o el trenecito que se desplazan por el escenario, y encuentra en la música original de Alberto Rosas Argáez gran sustento para las canciones del poeta. El elenco con que cuenta es de primer orden. Lucero Trejo (que ya en Alaska de Pinter había dado una de las más memorables actuaciones de los últimos años), encarna una Yerma con toda su ternura desperdiciada, su sensualidad reprimida y su desconsuelo. Juan de la Loza cumple profesionalmente aunque su tesitura actoral (si tal cosa puede decirse) es más dulce que la reciedumbre del macho campesino que interpreta. Erika de la Llave -a quien se querría volver a ver en personajes más complejos y de mayor rango- es lo mismo la dulce y cariñosa María que la chismosa lavandera. Omar Mendoza, con todos los matices de su tímido y enamorado Víctor. Fue bueno también volver a ver en escena a Teresa Rábago como la vieja y la cuñada y a Judith Arciniega como Dolores y la otra cuñada. Junto a ellas no desmerecen las jóvenes Norma Márques y Gabriela Moreno, que según entiendo son también del centro michoacano, en sus tres papeles, muy diferentes entre sí. En suma, una experiencia muy gratificante.

 
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