Usted está aquí: jueves 26 de enero de 2006 Opinión Señales preventivas

Adolfo Sánchez Rebolledo

Señales preventivas

El candidato del PRI, Roberto Madrazo Pintado, recibió en Pachuca el primer portazo en su recién iniciada campaña por la Presidencia. De acuerdo con las informaciones publicadas en la prensa nacional, los estudiantes de la Universidad Autónoma de Hidalgo ''repudiaron con gritos y chiflidos al ex dirigente nacional priísta, además de que mostraron pancartas con leyendas de apoyo a los abanderados de la alianza Por el Bien de Todos, Andrés Manuel López Obrador, y del PAN, Felipe Calderón Hinojosa. Los gritos de ''¡Peje, Peje!'' (apodo de López Obrador) se impusieron en el lugar, y Madrazo Pintado dejó el recinto a los dos minutos de empezar su discurso" (La Jornada, 25/01/2006).

A estas alturas de la vida, la mera pretensión de acarrear con promesas pueriles a miles de estudiantes universitarios a vitorear al candidato tricolor parece una fantasía extraída de los peores tiempos del autoritarismo, pero aunque parezca increíble, eso es lo que se propuso Gerardo Sosa, ex rector, capo de la llamada "sosanostra" -de triste memoria- y ahora coordinador de los encuentros estatales de Madrazo con universitarios y, claro, aspirante a un jugoso cargo de elección popular.

Puede ser, como ha escrito el periodista Miguel Angel Granados Chapa, que el desaguisado "hubiera sido alentado, aunque no causado, por el activismo magisterial contrario al candidato priísta", pero lo cierto es que el incidente es revelador de varias cosas: a) la inmutabilidad local de la cultura corporativa y clientelar del más antiguo oficialismo, b) el repudio cada vez más generalizado de tales métodos por grupos crecientes de la sociedad, y c) el valor relativo de los actos de masas en el contexto de campañas dominadas por los medios.

En tiempos no muy lejanos, el candidato se placeaba con el único fin de probar que realmente existía tras la máscara de una aburrida foto colgando de un pendón. Tal vez entonces tenía sentido ofrecer como prueba de adhesión popular la imagen de una multitud involuntariamente reunida: allí se concentraba la "fuerza organizada" del partido, su capacidad de movilizar a quien fuera, sin oposición alguna. La imagen de la plaza llena sirve entonces para retroalimentar la ficción de la unidad nacional y el carácter esencial e inmutable del priísmo. Pero hoy, ¿a quién engañan con estos actos?

Lamentablemente, los mítines de campaña suelen reducir al mínimo sus contenidos políticos, es decir, racionales y concientes. Se apela al sentido del espectáculo y el ciudadano se conforma con la visión instantánea del personaje único que los visita. No quiere escuchar rollos y pide que lo diviertan. El entretenimiento como horizonte último de la vida pública determina que la lealtad decrezca con los discursos o con la entrega de despensas y otras colaciones menos visibles.

No obstante la dimensión alcanzada por los medios electrónicos en las campañas políticas, la comunicación directa sigue siendo indispensable. Las campañas serían poco exitosas sin ese acercamiento ''humano'', sin la política transmitida de boca en boca que va creando una red de confianza y solidaridad entre capas crecientes de ciudadanos. Eso es lo que significa una campaña a ras de tierra. Allí el candidato se ubica en la situación de sus posibles electores para convertirse en un transmisor de sus demandas, en un espejo donde se reflejan las aspiraciones incumplidas, las denuncias sobre temas impostergables, y éstos a su vez se identifican con las propuestas que simbólicamente les plantea la presencia del candidato.

Hemos culpado a los medios por esta suerte de achatamiento de la política, pero es obvio que los partidos tampoco están haciendo su tarea y se dejan llevar por la corriente del menor esfuerzo. Sin trabajo territorial, sin actuar cotidianamente entre los ciudadanos comunes y corrientes es imposible crear verdaderas corrientes nacionales de opinión. Gastar mucho dinero en propaganda no hará el milagro de llevar a la gente a las plazas a debatir sobre su suerte. Los partidos tienen una enorme responsabilidad en la formación de una nueva cultura política democrática, pero esta no será alcanzable sin elevar el nivel de las campañas, sin ofrecer ideas y no sólo palabras a los electores. Hay que temer al espejismo de los actos de masas inducidos por la necesidad o el aburrimiento de la vida cotidiana.

 
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