La Jornada Semanal,   domingo 22 de enero  de 2006        núm. 568

Y AHORA PASO A RETIRARME

Ana García Bergua

EL BASTONERO DE ORO

Muchas de las cosas que han pasado y siguen pasando en este raro país las puede ver uno reflejadas en esa novela magistral que es El desfile del amor, del merecidísimo premio Cervantes de este año, Sergio Pitol. Novela enloquecida, recreación histórica un poco policíaca y a la vez caricaturesca, con la vaguedad de Henry James, la locura de Mijail Bulgakov y, por supuesto, el humor de las comedias de Lubitsch en que el título se inspiró, en ella nada termina de encajar: es como un rompecabezas en el que las piezas son enormes, y por más que no se forma, al armarlo, una imagen nítida de lo que se retrata, el mosaico deja ver un fondo asombroso y perverso, un juego de espejos cuyos reflejos resultan interminables.

La novela cuenta un asesinato misterioso que ocurre en el ahora famoso edificio Minerva de la colonia Roma, en el año de 1942. En dicho edificio se encuentra representada, entre tantas cosas, la confrontación entre dos aristocracias: la antigua aristocracia porfirista, representada por Eduviges Briones, una mujer gorda, habladora y vigilante de las apariencias —tía política del protagonista, el historiador Miguel del Solar— y la aristocracia postrevolucionaria, la de los generalotes, cuya descendiente en la novela, la galerista Delfina Uribe —una "hija de nadie, de la revolución", como dice Eduviges, reúne al tout Mexique intelectual y artístico. También se encuentran ahí una serie de extranjeros llegados a México por la guerra, alemanes que conspiran, cobijados por antiguos terratenientes porfiristas cristeros y medio mafiosos, intelectuales de prosapia, y un personaje apasionante, el tal Martínez, un ser zafio y manoteador, humillado por sus almorranas, que se encuentra debajo y detrás de todo y aspira a ser una especie de deus ex machina de la corrupción. Su declaración de principios es una gloria:

Nací para alegría, para llevar paz al mundo. Mira a los que viven ahí. Tanto secreto como guardan los ha hecho desgraciados. Se aborrecen; se tienen miedo; desconfían los unos de los otros; se hieren, se lastiman. Yo podría hacerlos felices. Ellos me pasarían una lanita, según sus medios, según sus posibilidades. Ellas me pagarían de otra manera, menos impersonal, más tierna; y yo, te lo juro, mi buen chamacón, introduciría en sus vidas la armonía. Para algo nació uno con dotes de diplomático. Les resolvería sus problemas sin que siquiera llegaran a enterarse. De vez en cuando, algún domingo, traeríamos un trombón y una tambora, y todos los inquilinos, todos sin excepción, desfilarían tras la música por estos corredores. Sería el desfile del amor, la marcha de la concordia, y yo, su bastonero de oro…

La capacidad de Sergio Pitol para la parodia es infinita, sus retratos atinadísimos. Ese grand gignol que es Martínez, una especie de payaso enloquecido y perverso, chistoso y cruel. La galería de personajes vivos y muertos, a través de los cuales el historiador Del Solar trata de reconstruir y entender lo sucedido, es memorable. Las antedichas señoras, maestras del ocultamiento, una ensayista alemana que se mete en abismos con Martínez por razones intelectuales y la hija menospreciada que se alimenta de la gloria póstuma de la madre, el siniestro hermano de Eduviges y jefe de Martínez, Arnulfo Briones, de ideas antiigualitarias, el histérico investigador Balmorán, víctima de Martínez, de Eduviges y de sus propios malentendidos con la historia de un castrado. Una combinación esperpéntica de personajes cuyos testimonios van armando, sin embargo, un fondo real y siniestro: el de la corrupción y las dictaduras a la mexicana, sus arreglos en lo oscurito, sus "mejor no averigüemos" o "aquí no pasó nada". Eso es lo mejor de todo, que la parodia no hace más que resaltar la realidad. El gran teatro nacional. No de balde Arnulfo Briones muere tratando de cruzar avenida Juárez para llegar a Bellas Artes.

El desfile del amor salió publicada en 1985, fue como la consagración del gran novelista y ensayista Sergio Pitol, y al leerla ahora, veinte años después, uno encuentra que el desfile del amor sigue transcurriendo, que todo cambio de régimen trae nuevas aristocracias, y que, si uno se pone a pensar, son muchos los episodios no tan lejanos, bastante esperpénticos, de la nota roja política de nuestro país, que se dejan pasar, que parecen cosas inverosímiles y cuyos personajes parecen de carnaval. Debajo se encuentran, como siempre, las aristocracias transexenales, el México bronco y la gran caterva de Martínez que pululan por todas partes.