La Jornada Semanal,   domingo 15 de enero  de 2006        núm. 567


Juan Domingo Argüelles

JAVIER ESPAÑA Y LA SUERTE DE LA POESÍA

No hay poesía ni poetas para niños, me temo. Lo que hay es poesía (pésima, mala, regular, buena, excelente, extraordina-ria, espléndida o genial) que, por sus características lúdi-cas, puede dialogar mucho más fácilmente con los niños. Muchos de los grandes libros "para niños" no fueron escritos originalmente para ellos, sino para todo lector atento, sensible e inteligente, dando por descontado que los niños pueden ser lectores muy atentos, muy sensibles y muy inteligentes.

Javier España lo sabe. Por eso escribe no para la infancia sino desde la infancia. Su libro La suerte cambia la vida (Fondo de Cultura Económica, 2004, y Colibrí, 2005), con el cual obtuvo, en 2004, el Primer Premio Hispanoamericano de Poesía Para Niños, que convoca la Fundación para las Letras Mexicanas, es una obra seria en el sentido de que a los niños hay que tomarlos en serio y de que la poesía debe ser cosa seria (no confundir con pedante) aun si se trata de comunicarse mayormente con los niños.

Por principio, para ser un libro de poesía "para niños", La suerte cambia la vida es un libro de muchas páginas (más de 170 en su edición íntegra de Colibrí), y además es una poesía que no acude a rimitas sosas o a palabrería presuntamente infantil o pueril que, con mucha frecuencia, desemboca más bien en lo necio. Por el contrario, es un libro lúcido, lleno de aciertos metafóricos y con una selección afortunada en su brevedad y concisión (cuarenta páginas), en la edición ilustrada y abreviada del Fondo de Cultura Económica (las evocadoras ilustraciones son de Cynthia Martínez).

Libro escrito para sus hijos, Omar y Estefanía, y para su abue-la Hilda ("que no es mi madre y sí lo es", declara el poeta), La suerte cambia la vida va dirigido en realidad a todo lector y está escrito desde el recuerdo de la infancia de su autor, para ser leído desde esa misma infancia que es mágica y emotiva pero también inteligente.

Ya desde el epígrafe de Shakespeare (del soneto tres), el libro abre con una expectativa que se cumplirá de manera puntual: "Mira en el espejo, y di al rostro que ves/ que ahora ya es tiempo de que ese rostro modele otro:/ dado que si su fresco estado ahora no renuevas,/ defraudas al mundo, dejando alguna madre sin bendición."

La poesía, como creía Borges, es una suerte de magia menor (menor, porque se da por sentado que hay otras magias exclusivas de la Deidad). Y este libro de Javier España es mágico en ese sentido. Hará disfrutar al lector niño, pero también lo hará interrogar-se y lo hará mirarse como solicita Shakespeare en su soneto.

Por ello, el frontispicio de la edición ilustrada no podía ser mejor. En la edición íntegra no es el poema inicial, pero al abrir con él en la edición abreviada, crece la dimensión de la búsqueda que hace el poeta de su rostro en el espejo del hijo. "Omar soy yo", dice en el título del poema, y luego expone: "Omar le teme a los relámpagos, y yo soy Omar./ Si no tuviera un nombre fácil, como el Mar,/ los relámpagos no me reconocerían./ La ventana se sacude al tronido del trueno que truena,/ y la sombra del árbol que duerme en el patio/ se despierta, sorprendida, sobre mi cama./ ¿Nunca se irá la lluvia? ¿Nunca el miedo?/ ¿Cuánto ha vivido aquí? ¿Mis ocho años?/ ¿La edad de mi padre, de mi abuela, siempre?/ Otro relámpago y otro: esta luz que duele./ Por eso temo a los relámpagos,/ porque me descubren; saben quién soy yo,/ quién fui antes de nacer y quién seré."

En su edición original, el libro cierra con cuatro versos de una "Nana bajita" que es un poema excepcional en imagen, ritmo y con-creción: "Dejamos abierta la tarde/ y se metieron los pájaros/ y el sol de ayer/ y los ojos tibios de Estefanía."

En realidad, los poetas que han acertado en el lenguaje de la poesía que dialoga más fácilmente con los niños, no escriben para los niños sino para sí mismos y desde los niños que fueron y en los que ahora se ven reflejados: sus hijos, e incluso sus padres y sus abuelos; esos padres y esos abuelos que pueden ser exactamente como niños.

Javier España ha escrito un libro que es continuidad de su obra (Tras el biombo, Siempre es tarde, Pronunciar de ofrendas, Tributo del viandante y Neblina para cegar ángeles, entre otros títulos) más allá de los adjetivos y de los destinatarios; un libro que tiene poemas espléndidos: el libro de un poeta que sabe que la poesía la escribe sobre todo el niño que a veces somos.