La Jornada Semanal,   domingo 15 de enero  de 2006        núm. 567
 

Jelena Rastovic

Rastko Némanich,
el santo serbio

Para Enrique López Aguilar, cariñosamente.

Antes muy fortificada, probablemente edificada en los cimientos de una fortaleza romana, Studénitsa fue fundada por Esteban Nemania, el célebre antepasado de la dinastía que recibió su nombre por él. El monasterio se encuentra en una romántica cuenca montañosa (de 405 metros de altitud) y fue dedicado a la "muy benevolente Virgen". Cuando Nemania abdicó en 1195, vivió aquí dos años y, como monje, murió en el Athos en 1200. Su hijo, San Sava, llamado en un fresco "arzobispo de todas las tierras serbias y marítimas, por la gracia divina", trasladó en 1203 las reliquias de su padre a Studénitsa; durante ese festejo, celebrado con gran pompa, reconcilió a sus hermanos: al vóivoda de la provincia de Zeta, Vukan, y a Esteban I, Coronado (de los cuales el primero, con ayuda del rey húngaro, Esteban V, le había quitado el trono al segundo).

Este es un pasaje de Serbia, la tierra y la población (1904), de un viajero alemán que recorrió la Serbia del siglo XIX, Felix Kanitz. Aparte de ser un libro de mucho interés documental y literario, representa una mirada imparcial sobre la vida de un pueblo y su tierra: la de un extranjero. Esta reflexión viene a cuento, pues traduje un texto medieval (de los albores del siglo XIII) del serbio al español, escrito por Rastko Némanich, el hijo menor del fundador de la dinastía serbia más importante y poderosa, monje y, después, el primer arzobispo de la iglesia serbia; un hombre conocido y querido en su pueblo como hombre muy justo. Se trata de un texto demasiado alejado del lector contemporáneo y, además, diferente culturalmente del serbio contemporáneo. No obstante, hay muchos ejemplos que demuestran que la comprensión del otro es posible y, también, que cuando eso se logra, es un acontecimiento que linda con la belleza. Me parece que las palabras de Kanitz, con las que inicié esta presentación, contienen lo esencial para acercar el texto traducido de San Sava a un lector no serbio.

Kanitz menciona la antigüedad desde la cual fue poblado el territorio donde se encuentra el monasterio de Studénitsa, en la época del Imperio Romano. Los serbios no fueron sus primeros pobladores; sin embargo, una vez asentados, el lugar quedó por siempre en el centro, en el corazón de Serbia.

Studénitsa es el más célebre de un gran número de monasterios serbios que comenzaron a surgir en la Edad Media, desde la época de su fundador, Esteban Nemania. Las construcciones eclesiásticas que él fundó y con las que comienza una rica serie de majestuosas fundaciones medievales, surgieron de una conciencia de algo más estable y monumental: antes de Esteban Nemania, en la Serbia de los siglos anteriores al siglo XII, no hubo ni un solo monumento religioso de valor artístico importante. En la historia del pueblo serbio se sabe muy poco acerca de cómo era éste y cuándo llegó a los Balcanes. Hay algunas menciones de historiadores, viajeros y testigos de otros tiempos (extranjeros, griegos —por ejemplo, Constantino Porfirogéneta—, venecianos, húngaros o árabes), pero se trata de eslavos, en general, quienes comenzaron a emigrar a los Balcanes como consecuencia de los grandes movimientos de los pueblos bárbaros en toda Europa, hacia la época de la caída del Imperio Romano de Occidente.

En los Balcanes, además de los eslavos, se sabe de la presencia de hunos, godos, búl-garos y otras tribus nómadas más pequeñas. Los eslavos comenzaron a mencionarse desde los siglos V y VI, en tiempos del erudito emperador bizantino Justiniano, jurista y poeta que fundó la célebre Basílica de Santa Sofía, la construcción más majestuosa de la Constantinopla imperial. También hay importantes documentos del siglo IX, provenientes de historiadores bi-zantinos que contienen muchos datos acerca de cuándo y cómo los eslavos se convirtieron en cristianos y obtuvieron su alfabeto. Con todo, de antes del siglo XII y la dinastía de los Némanich, no quedaron en Serbia monumentos históricos, ni documentos importantes, ni memoria sobre los serbios: todo lo anterior a esta fecha parece prehistoria.

Nemania fue quien fundó la primera monarquía feudal serbia, a la que se adhirió la mayoría de los territorios poblados por los serbios. Su hijo, Rastko Némanich, conocido como San Sava, obtuvo la autocefalia de la iglesia serbia y fue el primer arzobispo de la organización eclesiástica autónoma serbia. Los monasterios que fundó su padre, Nemania, se volvieron pe-queños núcleos nacionales que fueron no sólo los lugares de la formación del monacato serbio, sino también un foco de actividad cultural y literaria.

La dinastía de los Némanich dio soberanos que reinaron la antigua Serbia durante doscientos años, hasta que los turcos vencieron en las dos batallas de Kósovo (primero en 1371, luego en 1389), derrota que significó casi cinco siglos de dominación turco-otomana, así como la decadencia y caída del reino, y la completa oscuridad cultural de los serbios. El renacimiento y consolidación de una nueva Serbia comenzarán, apenas, en el siglo XIX.

Unas de las propiedades naturales de esta parte de Serbia, que es el interior montañoso de la parte occidental de la Península Balcánica, son las colinas boscosas que a cada paso ofrecen panoramas suntuosos del fresco verdor de los bosques foliáceos. Los monasterios están ocultos en las cuencas boscosas, en lugares aislados y preciosos que, inaccesibles, todavía hacen pensar en tiempos muy remotos, en la tierra donde hace casi mil años vivían los nobles en sus "ciudades" amuralladas, objeto de antiguas guerras, y en el pueblo pagano recién convertido al cristianismo, analfabeta, dedicado al ganado y la agricultura… Una nota de esta época decía que los serbios eran: "un pueblo sin educación, sin ninguna disciplina, habitante de las montañas y los bosques, desconocedor de la agricultura. Los serbios son ricos en ganado menor y mayor, en leche, carne, miel y cera".

Felix Kanitz, en uno de los descansos de su viaje por Serbia, reflexionaba:

Es verdad, el serbio ama el bosque y el campo. Los bosques espesos y los prados delicadamente abigarrados con las flores, los manantiales que cuchichean, los arroyos que murmuran, ya supieron revivir su viva imaginación con los personajes a los cuales relacionaban en la lucha contra las fuerzas naturales, con el cambio de las estaciones del año y su influencia en el hombre y los animales. Aquellos permanecieron y, después de la cristianización, las hadas remolineaban en las espesas florestas; por las noches, los vampiros amenazaban a la gente, etcétera. Con sus dogmas, expresados en oraciones concisas, el cristianismo no fue capaz de ahogar la inclinación hacia lo místico, sólo le dio otra dirección: en lugar de los dioses paganos, llegaron los santos y mártires de la nueva doctrina religiosa y, así, el pueblo pudo aceptarla más fácilmente. En los cuentos acerca de los milagros realizados por algunos santos, se refleja y eterniza el paso de la vie-ja a la nueva religión mediante el poder que se atribuye a al-gunos de ellos: san Ilía [Julio, en latín: Iulius, derivación de (d)íu, en griego; dyans, en sánscrito: "cielo" y, por extensión, "dios". N. de la T.] se hizo el "tronador"; santa María, la "fogosa" [hermana de santa María, la "apaciguada". N. de la T.], era la diosa del relámpago; adornado con los atributos del Eolo griego, san Pantaleón se hizo el señor de la tempestad; y san Nicolás, en lugar de Poseidón, comenzó a dominar todas las aguas. "¡Ayúdennos, Dios y san Nicolás!", diría el serbio al entrar en el bote o cuando siente que el agua, de alguna manera, lo amenaza.

[…]

¿Qué fue lo que me trajo a este pueblo fronterizo de cuarentena? ¿Qué resultado y qué conocimiento pudieron ser la recompensa para este fatigoso cabalgar y para esta primera noche en vela la cual, atormentado por cualquier clase de bichos, pasé en el bajo y caluroso cuartucho de la venta donde tomamos posada? ¿Para esta abnegación que raya en "dominar a Athos", la cual demostraba con el engullir violento de los inevitables platillos de carnero, abundantemente condimentados con páprika? Pues aquí está: se trataba, pri-meramente, del deseo de conocer la antigua capital de los serbios, el río Rashka y toda esta región que dieron a la cuna del imperio serbio su denominación más antigua de "Rassia", y a los serbios, el nombre de "rassianos" [por la inexistencia de estas palabras en castellano, adapto su forma según el latín medieval, empleada por F. Kanitz. N. de la T.], según el latín medieval Rassiani, el húngaro Raczok, el alemán Ratzen o Raitzen; y, luego, la intención de determinar más exactamente, en la peña del Rashka, algunos lugares y dominios que mi viejo amigo Ami Bue trató de encontrar, en vano, hace unos veinte años. Finalmente, quise ver con mis propios ojos aquel cinturón de tierra, apenas del ancho de seis horas de marcha que, como una parcela, separa a la Serbia suroeste de las altas y peñascosas colinas de Montenegro.

Hoy en día, quien puede visitar el monasterio de Studénitsa, o cualquier otro en esta parte de Serbia, experimentaría un viaje múltiple: por los preciosos caminos boscosos, separados del resto del mundo occidental, civilizado, le parecería haber sido transportado a otros tiempos.

En 1195 (hace 810 años) Esteban Nemania abdicó, se convirtió en el monje Simeón y se fue a vivir dos años a Studénitsa, primero, y luego al Monte Sagrado, Athos. El Monte Sagrado o Athos es la república monástica internacional dentro de la soberanía griega, en la más oriental de las tres penínsulas secundarias de la Calcídica, en el mar Egeo. Aparte de los griegos, también otros pueblos ortodoxos tienen allí sus monasterios, como los rusos, los búlgaros o los georgianos. Nemania (ya convertido en Simeón, el monje) y su hijo, Rastko, nacido en 1175 (quien después sería el monje Sava y, mucho después, san Sava), fundaron ahí el monasterio Hilandar, el cual tuvo un papel muy importante en la historia serbia, particularmente en el desarrollo de la cultura y la literatura serbias durante la Edad Media y en la época del dominio turco-otomano. San Sava, "el ilustrador, maestro de su pueblo, civilizador de su patria", también escribía y, a pesar de que no era escritor en el sentido actual de la palabra y de que sus textos no eran propiamente literarios, su obra forma parte de la tradición literaria serbia.

Los serbios obtuvieron su alfabeto en el siglo X. Antes, sólo pueden encontrarse algunos pasajes en los antiguos cantares populares que sirven para construir ciertas imágenes míticas. Los textos de los siglos XII y XIII ya tienen las siguientes características: son los más antiguos y representan los vestigios de cuanto se escribió en el idioma más antiguo de los serbios; la mayor parte fue escrita por personas que también eran fundadoras del primer Estado serbio, de su historia y su cultura; en estos primeros textos ya comienza a perfilarse una de las tendencias características de la literatura serbia contemporánea: la preferencia por los temas y géneros históricos, tales como memorias, biografías, crónicas…

Desde el siglo XIV hasta prácticamente el XIX, en la Serbia dominada por los turcos otomanos, no existieron siquiera las condiciones mínimas para el desarrollo de una cultura: todo consistió en conservar del olvido lo que apenas comenzaba a germinar durante los dos remotos siglos abarcados por la alfabetización y la cristianización. Esta compleja labor, la de crear una cultura propia, se pudo realizar en los monasterios y por los monjes; en la mayoría de los casos, estos sólo fueron transcriptores de los libros viejos. El resto de la actividad independiente siempre fue apagada con sangre, sufrimiento, fuego y muerte, con la crueldad característica de los turcos otomanos, cuyo espíritu sanguinario puede cotejarse en las crónicas del primer y segundo cerco de Viena. En tales circunstancias, la lengua escrita se separó del pueblo, convirtiéndose en una lengua muerta, dominio del muy restringido círculo de los letrados. Durante ese tiempo, la lengua escrita no representó el medio expresivo del pueblo serbio, el cual sólo pudo manifestarse con la lengua y la creación orales, populares. Es por eso que en la historia de la literatura serbia hay brechas insuperables entre las literaturas antigua, popular y contemporánea.

San Sava, su padre y otros escribanos medievales no escribieron con la conciencia ni la intención de crear obras literarias, ni con la de expresar en una forma artística su visión del mundo y de la realidad; lo hacían con el propósito de fundar para siempre el Estado y la Iglesia serbios. La Vida de San Simeón Nemania, de San Sava, es parte introductoria de un escrito más amplio, el típik (la regla del monasterio) de Studénitsa. Consiste en doce partes mediante las cuales san Sava cuenta cómo su padre, Nemania, en la cumbre del poder so-berano y personal, decide dejar el trono y hacerse monje a los ochenta y tres años; cómo, siendo ya el monje Simeón, se mudó a Studénitsa, en el Monte Sagrado; cómo construye ahí el monasterio Hilandar y cómo muere ahí mismo. La Vida…, o esta "biografía", fue escrita mucho después de los hechos contados en ella, en Studénitsa y no en Hilandar, donde ocurrieron. El texto que traduzco sólo es parte de los últimos días de san Simeón y su muerte.

En la Vida… hay muchos lugares comunes de la li-teratura cristiana bizantina de la época: Nemania es un monarca elegido por Dios para gobernar a su pueblo: un honor pero, también, una tarea difícil; él es, además, un pastor que "fijó e hizo entender" a los corazones de su rebaño con la enseñanza de la fe en Dios; por su obra, consagrada a la Iglesia y la construcción de monasterios, y por su decisión de abandonar lo terrenal para hacerse monje fue, más que un hombre bueno y exitoso, un santo. Todo esto se expresa por medio de citas bíblicas: las palabras del anciano Simeón son las mismas del Libro Sagrado. Precisamente, la santidad de san Simeón es su característica más importante: la gracia divina lo eligió como su favorito porque Dios mismo bendijo tres veces su herencia apareciendo en las palabras de su boca. No es difícil darse cuenta de que, en la misión del santo, está la atribuida a sí mismo por San Sava: la de propagar la religión cristiana ortodoxa entre los serbios.

San Sava utilizó las citas bíblicas para expresarse y promover la doctrina divina. Eso no tiene nada de especial si se piensa que ésta era la expresión de la es-piritualidad del cristianismo bizantino ortodoxo en todas las literaturas del círculo eclesiástico eslavo de la época. Lo que en todo esto me parece la manifestación de una belleza particular es la pureza del sentimien-to del hijo, nacida por el profundo respeto y amor a su padre. Lo extraordinario, también, es que las palabras empleadas para expresar dicho sentimiento —pala-bras solemnes, pronunciadas entre el padre y el hijo hace ocho siglos, escritas por un hombre valeroso (Rastko fue el hermano que transportó los restos de su padre, en medio de los peligros de la guerra, para alegría de sus hermanos)— aún suenan vivas; justamente, es la manera como fueron expresadas lo que conmueve; por eso, la sensación de lo arcaico —dulce y espeso como la miel— no es un obstáculo sino uno de los mayores placeres de este texto.