La Jornada Semanal,   domingo 15 de enero  de 2006        núm. 567
A LÁPIZ
Enrique López Aguilar
a [email protected]

ARCO IRIS

A Milena,
vara de luz donde incandesce enero.

Después del Diluvio, simboliza el pacto de Yahvé con la humanidad mediante el cual se compromete con Noé a no enviar más inundaciones, como la ocasionada por la caída de agua de cuarenta días enviada para castigar los pecados del mundo: así se cuenta en el libro del Génesis 10, 13-16: "Pongo mi arco en las nubes, y servirá en señal de la alianza que establezco entre yo y la tierra…"; en la mitología celta se afirma que en el final del arco aguarda un caldero lleno de oro; para los germanos, era el camino que usaban los dioses para descender del Walhalla a la Tierra, de donde puede inferirse por qué, en Murcia, es conocido como arco de san Martín. También se llama vara de luz a la "parte pequeña del arco iris que aparece en el cielo, o rayos de luz que pasan a través de las nubes", según Moliner. Descendiendo de la sinuosa carretera de Guelatao a Oaxaca, después de cruzar un banco de niebla y cuando el sol ilumina súbitamente el valle venidero, puede aparecer uno robustísimo, tan cercano y pleno de cromatismos que no sólo puede ser tocado con las manos, sino que se entienden las leyendas de dioses y calderos relacionados con el arco iris, como nos ocurrió a Jelena y a mí en un instante de magia boscosa llena de puentes cromáticos.

Es curioso que el esclarecimiento físico del arco iris sea tan fascinante como la mirada del ar-co, pues muchas veces ocurre que la explicación es inferior al misterio. Las especulaciones modernas comenzaron con Antonius de Demini, en 1611, y sus ideas fueron retomadas y refinadas por René Descartes, en 1637. Un siglo después, Isaac Newton demostró, con ayuda de un prisma, que la luz blanca del sol contiene colores a partir del rojo pasando por el amarillo, el verde y el azul hasta llegar al violeta.

Cuando la luz solar incide sobre las gotas de lluvia, éstas la dispersan en todas direcciones. Los rayos del sol que forman el arco iris salen de las gotas con un ángulo de casi 138 grados respecto de la dirección que tenían antes de entrar en ellas: es el "ángulo del arco iris" descubierto por Descartes. Si la luz saliera con 180 grados, regresaría por donde vino, pero como el ángulo de salida es el cartesiano, la luz no se refleja hacia su origen. Eso explica por qué el ar-co iris sólo es visible para quienes tienen el sol a sus espaldas, aunque no sea suficiente que el observador esté situado entre el sol y la lluvia, pues ésta debe estar compuesta por gotas esféricas, las cuales se producen al caer a una velocidad uniforme; además, la lluvia no debe ser torrencial ni estar afectada por el viento, por eso no siempre se percibe un arco iris cuando hay lluvia y sol, y por eso uno debería entender la infrecuencia del milagro.

La magia también es infinitesimal: un rayo de luz solar cambia su dirección tres veces mientras se mueve a través de una gota de lluvia: primero entra en ésta, lo cual ocasiona que se refracte ligeramente; luego se mueve hacia el extremo opuesto y se refleja en la cara interna de la misma; finalmente, vuelve a refractarse cuando sa-le de la gota en forma de luz dispersa. Como la luz solar emerge de muchas gotas de lluvia al mismo tiempo, el efecto es un mosaico de pequeños destellos de luz dispersados por muchas gotas, distribuido como un arco en el cie-lo. Los diversos tamaños de las gotas afectan la in-tensidad de los colores del arco iris: las pequeñas producen uno pálido con tonalidades pastel; las grandes, colores muy vivos: éstas son aplastadas por la resistencia del aire mientras caen
y la distorsión ocasiona que los extremos del arco tengan colores más intensos que la cresta.

Cuando se observa un arco iris, la altura del sol determina cuánto se alcanza a mirar del arco: mientras más bajo el sol, más alta será la cresta y viceversa. Alguien que pudiera elevarse sobre la superficie de la Tierra, tal vez se daría cuenta de que ciertos arco iris continúan por debajo del horizonte, pero también es cierto que quien mira un arco iris no está viendo algo situado en un lugar fijo, pues el arco es un fantasma, una imagen: luz dispersada por ciertas gotas de lluvia.

Si lo anterior no fuera pasmoso, lo sería el hecho de que una persona situada al lado de un primer observador vería luz dispersada por otras gotas, de manera que cada quien percibe su propio arco iris, uno distinto del de los demás, un fantasma de luz absolutamente personal como el amor y la felicidad y la certeza de estar vivos.