La Jornada Semanal,   domingo 15 de enero  de 2006        núm. 567
 

Paul-Marie Lapointe,
las almas y los árboles...*

Bernard Pozier

Nacido en Saint-Félicien, en la región del Lago Saint-Jean, en 1929, Paul-Marie Lapointe estudió en la escuela de Bellas Artes, y luego fue periodista, principalmente en La Presse, en el Nouveau Journal y en la revista Maclean antes de ocupar diversos puestos en Radio- Canadá. Con la influencia del jazz y del surrealismo, publica en 1948, en el Quebec ultracatólico, El virgen incendiado, uno de los faros de la poesía quebequense contemporánea. Su obra abundante y audaz ha recibido numerosos reconocimientos, entre los cuales se hallan los Premios Athanase David, Gilles-Corbeil y Léopold-Sédar-Senghor.

La primera parte de su obra ha sido reagrupada con el título Lo real absoluto (Poemas 1948-1965) y un segundo tomo de su retrospectiva nos fue entregado en 2004, El espacio de vivir (Poemas 1968-2002), ambos en las ediciones de l’Hexagone. Sus más recientes obras testimonian la influencia de los inviernos pasados en México: algunos poemas de Especies frágiles (2002) y, sobre todo, la monumental experiencia exploratoria intitulada Lo sacro. Libro libre para Tabarnacos libres. Juegos y otras escrituras, que apareció en 1998. El poeta escribe en él de manera abundante sobre varias ciudades de México y de estas "Tribus, primitivos pueblos/ antes de los imperios,/ del progreso, de las ruinas."

La presente traducción de Marco Antonio Campos, meticulosa y apasionada, propone descubrir una reunión de poemas, aparecida en libros de bolsillo, en la colección Typo, en la cual se reagrupan dos grandes series de aquel que muchos consideran el mejor poeta quebequense actual (Selección de poemas/ Árboles y Para las almas). El primero apareció en 1960, en el alba del nacionalismo quebequense, en la cuna de la llamada Revolución Tranquila; el segundo en 1965, antes del gran despertar que se iniciara en 1967.

Arbres, concebido como una larga letanía, es una suerte de inventario de la lujuriosa vegetación de Quebec, donde se enumeran todos los nombres más o menos familiares o extraños de los seres que forman nuestros bosques lo mismo que los posibles de cada especie. Por ejemplo, Lapointe escribe: "enebro que guarda el plomo de los alfabetos", mostrando que, por el hombre, el árbol participa en la empresa de la imprenta... Así se esboza un paralelo entre el hombre y el árbol que, muy rápido, se convierte en una alianza. "Solsticio de verano" celebra a continuación la sensualidad y la sexualidad, revelando el resplandeciente paisaje del cuerpo que encuentra otro cuerpo, en el casi tan considerable deslumbramiento de un verdadero cuerpo a cuerpo con el paisaje: "invoco un río donde el flanco rosa de tu nuca sigue/ la estela profunda de una trucha lunar". El poema "¿Qué amor?" cierra esta primera parte del libro en una oscuridad extrema: ¡La de la aspereza de vivir en este mundo donde el hombre es humano y, oh, de qué manera mortal! Donde nosotros moramos "prisioneros de las horas y de las armas". Entonces "¿qué amor nos curará de este mal?"

Para las almas cubre la segunda parte, y en 1965 alma es ya una palabra que pierde un poco su aliento. El poeta, aún en ocasiones enfangado en la religiosidad que enviscaba entonces Quebec, representa bien la dualidad que lo desgarra entre su herencia y sus aspiraciones. Por ejemplo, escribe "Salmo para una revuelta", y es al término de una cierta travesía humanista, libertaria, llena de esperanzas por su planeta, que podrá entregar este consejo: "Desesperad de Dios." Antes se necesitará que el amor, la revuelta y la fraternidad nos conviertan a todos, igualmente, en "adversarios de la muerte", pese a todas las amenazas, en particular la nuclear. Se necesitará que se pueda extasiarse del mundo como el poeta ante los pájaros o en el lirismo de sus "oh". El libro se cierra con un poema que me marcó desde mi adolescencia, "ICBM", el cual me ha parecido siempre de una extrema condensación y de una infinita sugestión. ¿Cómo evocar mejor el deseo que con estos versos: "en las pasarelas de nylon/ entre los mundos/ vacilan las tiernas caderas de las muchachas?" ¿Cómo significar mejor nuestro cruel destino figurado por la ineluctable muerte enroscada en la menor partícula de vida, que escribiendo: "los niños se encogen como hojas quemadas"?

Para mí, la poesía de Paul-Marie Lapointe se impone, primero, por su inmensa exigencia, no sólo al nivel del ideal humano que la sobreentiende, sino también, de seguro, por la altura adonde ella lleva la escritura que alcanza el misterio de las palabras augurales. La obra nos habita y se le reconoce porque expone la esplendor de los esponsales del hombre y la mujer, incrustándolo en la armonía de lo humano y del paisaje, "pues somos el habitáculo de la nieve".

He allí una poesía, del todo quebequense en sus referentes, plenamente universal en sus fundamentos y lisa y llanamente intemporal en su riqueza y su verdad inagotables.

Bernard Pozier


Amorosa

amorosa
té de los bosques
por matas respondiendo al sol

amorosa
salubridad conquistada más allá de los muros e igual que una
sabana progresa hacia el centro de mi corazón
habitada sólo por tu carne violeta            oh abierta

amorosa
té de los bosques


Travesía de las hojas

un bosque más frondoso en el linde de mi boca
que tu cuerpo no lo atraviesa
y yo cazo
a la mitad del otoño donde las codornices
más húmedas que rocío baten las alas
y ensombrecen


Dos

dos

como la mano y los cuerpos

y como el mar acoge la barca

pasamos nuestras noches a la deriva
nuestros días a pleno sol

la más simple gaviota la cerceta y el erizo de mar
alumbran alas y faroles en la piel del invierno


Epitafio para un joven rebelde

no morirás un pájaro llevará tus cenizas
en el ala de una piel más quieta y más cálida que el verano
tan rubia tan loca como la invención de la luz

entre los mundos viajan ternuras y corazones
histerias zalameras como la fusión de los cuerpos
en ellos más lancinantes
como la salida y la puesta de los astros
como la aparición de una virgen en el cerebro de los milagros

no morirás un pájaro nidifica
tu corazón
más intenso que la quemadura de un verano en alguna parte
más cálido que una sabana recorrida por el oráculo
más severo que el piel roja y la incandescencia

(las almas espejean
particularmente en la noche
entre perro y lobo
en la palidez de las linternas
en el atizar de los fanales
en el deslumbramiento de una sombra en el mediodía del sueño)

no morirás
en alguna parte una ciudad helada llamará desde lejos a sus cabs
una infantería pacífica para madurar las cosechas
y la sangre circulará
con igual título que los automóviles
en el hormigón y la verdura

no morirás tu amor es eterno


ICBM
(Intercontinental Ballistic Missile)

cada día asombrado tomas de nuevo tierra
esta noche no era la última

pero el brontosaurio
pero César
pero el inca
pero el Cuervo te acecha

mundo flácido

los cráteres estallan
    gritos de huevo

madre del polvo

el ganso viene de los Andes a pesar del radar

sobre las pasarelas de nylon
entre los mundos
vacilan las tiernas nalgas de las muchachas

mundo flácido mil muertos
mala aurora de la cual sé al atravesarla
                                 que no es definitiva

un bombardero reposa a tus costados
¡tus noches están aseguradas!

oh presidente oh pastor
general de las islas y las lunas

los niños se enroscan como hojas
quemadas

* Del libro Para las almas de próxima publicación.

Traducción y versiones de Marco Antonio Campos