La Jornada Semanal,   domingo 15 de enero  de 2006        núm. 567
MUJERES INSUMISAS
Angélica Abelleyra


MAGALI TERCERO: EL MUNDO CABE EN UNA CRÓNICA

Tiene vocación para contar historias, para caminar y sentir las calles, para percibir las infinitas realidades externas y sus pliegues internos. Por eso, para dar tes-timonio, Magali Tercero (DF, 1957) escogió el periodismo desde los dieciséis años y hace de los géneros, pero especialmente de la crónica, su vehículo para ampliar, matizar y establecer los márgenes de intimidad de sucesos y personas.

Sus dos padres fueron periodistas; él escribía sobre política y ella se especializó en artes plásticas, así que Magali creció en contacto con el diarismo y los libros. Su vocación narrativa la debe a su padre, él la inició en el amor a la escritura y todo lo que hace ahora, dice, es gracias a él. Como lectora se afianzó a los ocho años, cuando una hepatitis la postró dos meses en cama y sus ojos recorrieron el Infierno y el Purgatorio de Dante más una biografía de María Estuardo. En ese lapso también escribió su primer cuento de un gato que asesina a su ama millonaria para quedarse con la herencia. Claro, luego la escuela de monjas y el entorno social la domesticaron y a los doce años sus historias no versaban más que de princesas, hadas y una que otra bruja.

Tímida de altos vuelos y con las tardes desocupadas, recibió el impulso de su madre para estudiar periodismo mientras concluía la preparatoria. Le apasionó la profesión que concluyó en la Escuela de Periodismo Carlos Septién García (además hizo la mitad de la carrera de Letras Españolas en la UNAM) y cuando le preguntaban las razones de la elección contestaba con una frase que seguramente había escuchado en casa: para dar testimonio.

Y es que en su familia permanecía una mística del testimonio. Su abuelo había sido asesinado en los años cuarenta y su madre —quien contaba apenas con doce al ocurrir la muerte violenta— se dio a la tarea de investigar el suceso y construyó una novela. De hecho, la joven Magali fue la encargada de pasar en limpio aquel texto. Su madre le pagaba un peso por cuartilla y con lo reunido logró comprarse unos pantalones Topeka. Ahora, a los cuarenta y siete años, apenas se dio cuenta de la manera tan dolorosa que conoció esa historia verídica en la que su abuelo fue violentado por veinte hombres y luego ahorcado.

Dar testimonio ha sido su motivación desde entonces y ahora la encauza hacia la crónica. Antes hizo poemas y cuentos, editó con dos amigos la revista Dédalo, fue nueve años jefa de redacción de Artes de México pero su veta de cronista inició cuando la invitaron a escribir para la revis-ta Milenio sobre una noche de parranda en un prostíbulo. El encuentro resultó aleccionador ya que siempre estuvo más atenta al tono emocional e íntimo de las tres prostitutas que en hablar de las redadas en la colonia Cuauhtémoc. Se inclinó más a aquello que mueve a un humano en su ser más profundo, a moverse en ese universo, que a dar los llamados "datos duros" sobre esa realidad.

Como aquél, otros temas que le han interesado son la vida de las mujeres en la cárcel, la lucha libre, los ganadores de lotería, la llegada de los zapatistas al DF, así como las motivaciones de los asiduos a ese espacio contracultural que es el Tianguis del Chopo.

Colaboradora independiente en revistas y suplementos como Arquine, Replicante, Fahrenheit, La Tempestad, Confabulario (de El Universal) y Laberinto (Milenio), ganó recientemente el Premio Nacional de Crónica Urbana que otorga la Universidad de la Ciudad de México y espera que este 2006 se edite el libro que reunirá parte de su ejercicio escritural.

Sobre el género, acepta que es difícil y está "absurdamente relegado" en el periodismo mexicano. Sin embargo, dice que es el origen de las ganas de contar que tenemos todos los seres humanos. Y trae a cuento a Tólstoi —a quien no le acaba de gustar la Historia porque dejaba de lado los matices emocionales de los actos humanos— para refrendar que la crónica puede matizar la realidad y complementar eso que se llaman datos duros. Para Magali, la crónica amplía y da los márgenes de intimidad de las cosas.

Moviéndose entre la crónica de arte y la crónica de contenido social, ahora está animada por lecturas de Francisco Zarco, Rubén Darío y Sophie Calle. No se siente aliada a ese tipo de crónica que parte de una tesis intelectual y crece rígida. Prefiere el ejercicio que parte de una visión y una sensibilidad abiertas a todo —desde luego a ideas y pensamientos— que está informando pero que al mismo tiempo trata de ver todos los ángulos. Sobre todo, una crónica que no confía en que dice una sola Verdad.